16.8.16

Parque Royo del Rabal. Zaragoza. España

El pequeño Parque del Royo del Rabal de Zaragoza, dedicado al cantador de jotas del siglo XIX Pedro Nadal y Auré conocido como El Royo del Rabal, es uno de los más pequeños de Zaragoza, y tal vez por ello de los más olvidados y peor cuidados de la ciudad. 


Sería el ejemplo contrario a estos grandes parques urbanos, bien tratados, actualizados y que son tenidos en cuenta por sus ayuntamientos. Sin duda la pregunta básico flota en el ambiente ante las desidias ¿Para qué creamos zonas verdes públicas, si después no somos capaces de mantenerlas con dignidad? Y aunque sea poco más que una gran plaza urbana, su atención debería estar asegurada.


Con sus 8.500 metros cuadrados, es un clásico parque urbano de barrio, que en este caso da servicio a parte de los vecinos del Barrio de La Jota de Zaragoza, y que casi no puede ampliarse pues está encerrado entre viviendas y un colegio público de Primaria, aunque que tiene un sentido urbano perfecto como zona de tranquilidad en un barrio ya de por sí muy tranquilo, pero que añade algunos aspectos a la zona que remarcan esa reposo vecinal.


Dispone de tres pistas de petanca, de juegos infantiles algo obsoletos, de un kiosco de bebidas u otros usos pero cerrado y ahora vandalizado, de dos zonas de sombra con grandes chopos y pinos, y andadores de tierra sin bancos, de fuente de agua y con un pequeño paseo asfaltado donde se han colocado los bastantes bancos de que dispone el parque, incluidos unas mesas cuadradas para hablar en tertulia o tomar un refrigerio. 


A su entrada del parque del Royo del Rabal hay una escultura de fibra de vidrio, muy mal cuidada y vandalizada casi constantemente, con poca visibilidad e instalada en las Fiestas del Pilar del año 1986; creada por el escultor zaragozano Carlos Ochoa, nos recuerda al titular del parque, al muy reconocido cantador de jotas “El Royo del Rabal”.

15.8.16

¿Para qué y por qué nacen los parques urbanos?

La necesidad de dotar a las grandes ciudades de parques urbanos surge a partir de la mitad del siglo XIX, cuando las sociedades que se asentaban en las industriales ciudades que habían crecido dejando cada vez más alejada la naturaleza y el silencio, acudían a todo espacio verde y amplio en búsqueda de tranquilidad y paz de ruidos y bullicio urbano. 

Generalmente se acudía a los cementerios, que eran espacios abiertos, con naturaleza vegetal y con tranquilidad para olvidarse del ruido e incluso los olores urbanos.

Pero estos nuevos espacios verdes no suelen surgir —al menos en Europa— desde espacios recuperados al urbanismo restando edificación, sino que suelen ser adaptaciones de grandes jardines o espacios naturales adscritos a palacios reales o de grandes familias, que en algún momento venden al Estado o a los Ayuntamientos de sus ciudades, o los donan a cambio de impuestos o situaciones similares. 

Es cierto que en algunas de estas actuaciones del urbanismo se recuperan zonas aledañas para dotarlos de forma geométrica uniforme, y así diseñarlos de mejores servicios. Pero en la mayoría de los casos, empiezan siendo espacios de recreo privado y grandes familias, que pasan a ser propiedad pública.


Dejo una imagen donde podemos ver en igual proporción comparativa el tamaño de tres de los parques urbanos mas conocidos del mundo. El Central Park de New York (arriba), el Hyde Park de Londres (abajo) y el Parque del Retiro de Madrid (en medio).

En Zaragoza tenemos los ejemplos del Parque Bruil, Parque Torre Ramona o Parque Castillo Palomar, que nacen aprovechados unos espacios de los que ya eran zonas verdes privadas que por diversos motivos pasaron a ser públicos. Incluso parte del Parque Tío Jorge también se construyó sobre espacios privados recuperados para la ciudad a cambio de negociaciones junto a espacios públicos.

Nuevos parques como el Parque del Agua construido junto a la Expo 2008, o el clásico Parque José Antonio Labordeta, el conocido como Parque Grande y que representa un pulmón claro, aunque algo alejado del centro urbano.

El urbanismo de las ciudades toma la decisión de humanizar las grandes urbes metiendo los espacios verdes dentro de las zonas urbanas o dando un sentido público a las grandes islas verdes que ya existían dentro de estas asentamientos de población que iban creciendo y se sometían a su propia competencia entre ciudades, espacios que si hasta entonces existían eran de carácter siempre privado.

Se intenta que las ciudades sean lugares para que durante cinco o seis días sirvan de asentamientos para el trabajo y el consumo, y durante uno o dos días a la semana tengan la posibilidad de ser espacios para la cultura y el disfrute, acercando la naturaleza a las personas y dotando de grandes espacios libres y públicos a las mismas, para fiestas y acontecimientos de disfrute personal. También como forma de crecer en calidad urbana, de intentar ser unas ciudades más humanas.