"Eres un triunfador, y de repente te llama tu jefe a una reunión imprevista, le notas nervioso, algo va mal. Te dice que ya no cuenta contigo, que no confía en ti, que estás mayor y que quiere sangre joven. Te entrega una carta de despido, a ti, que eras imprescindible, que le has entregado los mejores años de tu vida a la empresa. No es posible, de directivo a parado. Sigues madrugando como si nada hubiese pasado, descubres lo poco que avanza el reloj y la regla del 95%: el 95% de las personas que te llamaban no te llamarán nunca más".
Fernando Marañón, ex vicepresidente de McDonalds en España, escribió estas líneas poco después de que lo despidieran, con 54 años, tras 14 en la empresa. Forman parte de un libro que acaba de publicar titulado Reinvéntate y dedicado "a los que han perdido su trabajo por llegar a cierta edad, los activos amortizados".
Los "amortizables" u "obsoletos" como Marañón, son los primeros en caer, por supuesto, en tiempos de crisis y expedientes de regulación de empleo, pero también en época de "reestructuración" y "redefinición" empresarial o en cualquier otro momento.
La tendencia de los últimos años ha sido reducir y rejuvenecer las plantillas, especialmente en sectores como la banca y las eléctricas. El desarrollo tecnológico ha motivado lo primero y un cambio en la cultura empresarial y la necesidad o tentación de abaratar costes, lo segundo.
"Es verdad que ha habido un momento en el que ha sido necesario despedir para volver a contratar e incorporar competencias profesionales que los seniors no tenían", explica Carlos Obeso, director del Instituto de Estudios Laborales del Esade, "pero creo que esa tendencia está empezando a hacer el camino de vuelta. Hace diez años nadie hablaba de pérdida de talento y ahora sí.
Empiezan a echarles en falta. Los ingenieros de Telecomunicaciones de Cataluña acaban de hacer un llamamiento de socorro para recuperar a prejubilados y paliar el déficit de profesionales.
Es cierto que el trabajador maduro necesita reciclarse, pero las empresas rara vez envían a una persona de 50 años, por ejemplo, a un curso de Esade. "Está en plenas facultades y todavía le quedan casi 20 años de vida laboral. Pero prefieren formar al joven. En ese sentido, la actitud es similar ante una mujer.
No hay organismo internacional, desde la ONU, la Unión Europea o la OCDE, que considere que detrás del culto a la juventud en el mercado laboral haya algo más que un estereotipo nocivo. Hay directivas que condenan "la discriminación por edad" y sobran informes a favor de lo que se ha bautizado como "envejecimiento activo", esto es, políticas que ayuden a retener al trabajador el mayor tiempo posible.
Pero el mensaje no ha calado en los empresarios. Mientras políticos y académicos diseñaban sofisticadas políticas para mantener activos a los más experimentados, las empresas se entregaban al frenesí de las prejubilaciones o despidos de los mayores de 50. Al Estado le interesa retrasar la edad de jubilación, pero ¿qué importa que se fije en 60 ó 65 años si las empresas se han desprendido ya de esos empleados cuando tenían 50?
Trabajadores jóvenes y maduros aportan valores distintos y complementarios. Por eso, los organismos internacionales recomiendan la creación de equipos de trabajo multiedad. La juventud ha crecido en un mundo más orientado al consumo y más competitivo, lo que se traduce en perfiles comerciales y agresivos. Los mayores se han educado en la filosofía del valor al trabajo y son más leales a la empresa.
"Los de 50 están acostumbrados a una dinámica de la jerarquía, donde la autoridad se respeta por encima de todo y no se admiten cuestionamientos. Pero el uso de la autoridad está cambiando. Quien tiene el poder ahora en las empresas es el creativo, el que resuelve problemas", explica Helena Güell, antropóloga experta en recursos humanos.
Es, quizá, ese concepto de lealtad a la empresa lo que hace el proceso de prejubilación o despido más traumático para el mayor de 50. "Tenía 56 años y llevaba 24 en la compañía cuando me invitaron a marcharme, creando un puesto nuevo para mí en otro país y haciéndome bajar tres peldaños en la jerarquía. Decían que ya no me necesitaban aquí, pero mi puesto siguió existiendo y lo ocupó una persona de 40 años.
Esa expulsión prematura de cientos de trabajadores ha hecho germinar en España un negocio de empresas de recolocación de "amortizados" o outplacement. Sus clientes no son los parados, sino las empresas que los han puesto en la calle. Las grandes multinacionales suelen incluir su servicio dentro del paquete indemnizatorio cuando despiden a sus empleados mayores. "Empezamos en España hace 20 años.
El objetivo de estas empresas, donde no se habla de despidos sino "desvinculaciones" y no hay parados sino "candidatos", es en primer lugar, devolver la autoestima al profesional, y después, indagar capacidades no explotadas para llevarles a empresas a las que ellos probablemente jamás acudirían. Lo hacen con psicólogos y consultores especializados.
El proceso pasa por distintas fases. La primera es el duelo. "Intentamos que no pase mucho tiempo desde la desvinculación hasta que vienen aquí. Hacemos una primera entrevista para sondear la situación anímica del profesional. Al principio están un poco a la defensiva, pero luego se van abriendo", explica Huerga.
Superada esa fase, la empresa de outplacement hace un balance de la trayectoria y las competencias del candidato para ver en qué sectores son más valoradas. Después, comienza el entrenamiento, con simulaciones de entrevistas de trabajo, test psicotécnicos y seminarios de grupo con personas que ya han encontrado trabajo para que los recién llegados vean luz al final del túnel.
El proceso suele prolongarse entre seis meses o un año- "justificar más tiempo fuera del mercado laboral es muy difícil"- y el coste depende del salario previo del trabajador en la empresa que le despidió y de su "grado de empleabilidad". En los despidos colectivos suele ser el equivalente a dos días de indemnización.
"Sus ventajas son la experiencia, el conocimiento exhaustivo de un sector... y sus problemas, la rigidez. Siempre tienden a comparar lo que surge con lo que tenían", explica Huerga. "Para gente que viene de una multinacional de 1.000 empleados pasar a una empresa de carácter más familiar es complicado.
Para quien no trabajaba en una gran empresa y puede acceder a un servicio de outplacement, la situación es aún más complicada. Alberto Martín, profesor, despedido a los 49 años del colegio del Opus Dei donde llevaba 21 dando clases porque "cobraba mucho y era gravoso para el colegio" tuvo que comprar su actual puesto de trabajo. Literalmente, pagar por trabajar.
"Escribí a todos los headhunters (cazatalentos), envié un montón de currículos. No me contestaban y alguno me insinuó que era por mi edad. Tenía 58 años. Cuando me preguntaron en el INEM qué sueldo quería, me puse 3.000 euros. ¡Había estado ganando 12.000 al mes hasta entonces y ni con ésas!", explica Manuel Medina, ex director general en España de FMC, una multinacional americana de maquinaria para aeropuertos.
La ONU llama a todo esto "discriminación por edad". De momento, en los juzgados suelen resolverse como despidos improcedentes sin entrar en valoraciones morales pero la tendencia, ya muy desarrollada en EE UU o en el Reino Unido llegará aquí, opina Ángela Toro, abogada laboralista. "Las personas de edad", advierte Naciones Unidas en su Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento, "deben tener la oportunidad de trabajar hasta que quieran y sean capaces de hacerlo".