Cuando hablamos de la baja preparación del tejido empresarial español lo hacemos casi siempre de una forma bastante abstracta, ambigua, sin detalles que ratifiquen lo que comentamos todos. Vamos a ver algunos de ellos.
Lo cierto es que el empresario español medio, el de la PYME o microempresa…, se ha hecho a sí mismo en excesivas ocasiones. Y esto con ser bueno, es al menos mejorable.
Somos un país de escasa formación en todos los ámbitos. Simplemente en muchos casos porque no deseamos entender la formación continua como una asignatura pendiente.
El empresario español pequeño, es en muchos casos un profesional bueno de su oficio, pero un mediocre empresario porque no es lo mismo trabajar que dirigir o gestionar.
No sabemos gestionar bien los recursos humanos, creando sinergias con la empresa, motivando, distribuyendo bien los incentivos económicos, los horarios o las tareas.
No sabemos diseñar el puesto de trabajo para optimizar la producción e incluso no sabemos elegir bien las herramientas mejores, sean del tipo que sean.
Negociamos mal con los proveedores y casi peor con los clientes a los que les admitimos todo tipo de cortapisas en los tiempos de entrega o en las formas de pago.
Nuestras maneras de ser empresario no pasarían ningún examen por un especialista alemán o francés, por poner un ejemplo sencillo.
Hay pues que prepararse mejor, y aquí la responsabilidad es múltiple. Desde Cámaras de Comercio a Gobiernos, pasando por organizaciones empresariales más modernas o incluso sindicatos profesionales.
El nivel de la formación en España es entre bajo a medio. Es complicado encontrar cursos de nivel alto y los pocos que hay tienen unos precios prohibitivos para pequeños empresarios o autónomos.
Entendemos que el empresario está para trabajar y poco más, cuando en realidad su labor más importante es la de dirigir y organizar.
Si quiere rentabilizar un negocio y aspira a crecer, su meta no puede ser la de centrarse en un puesto de trabajo como profesional excelente sino la de aprender a ser constructor de equipos humanos, organizador de ideas, optimizador de producciones.
No exportamos a mercados ajenos a nuestro pequeño círculo cercano, y hablo ya no solo de exportar a otros países sino en muchos casos a otras comunidades autónomas.
Muchos de nuestros empresarios no viajan casi nunca, no saben vender sus productos con profesionalidad, no saben innovar, les cuesta mucho delegar sus funciones.
Así no es posible el mantenimiento de los puestos de trabajo y la actividad productiva en momentos de crisis.
Muchos de los empresarios tienen como meta ganar dinero (lógico y normal) pero más a costa de reducir gastos o evitarse impuestos que facturando mas y mejor, optimizar producción, acceder a mercados mayores.
El empresario odia crecer en tamaño aunque adora crecer en beneficios. Algo bastante incompatible.
Muchos empresarios tienen miedos equivocados, entre otros motivos que les parecen ciertos el de que las leyes de Comercio o de Impuestos les parecen muy duras, cuando en realidad no lo son.
Casi todos tienen excelentes asesores para engañar en impuestos o en laboral y pocos para enseñarles la realidad de sus negocios, para analizar con detalle la realidad económica de sus empresas.
Creen que el beneficio es dinero en efectivo y a su vez que debe ser dinero para su uso personal, confundiendo todo.
Imaginemos a una persona que pone su dinero en bolsa. Y que cada día estuviera atento a las cotizaciones y jugara a vender para llevarse a casa unos billetes en cuanto hubiera beneficios, sin tener más referencia y formación que la lista del periódico. Un desastre.
Nadie juega en bolsa a corto plazo. Bueno, nadie debería. Y menos, mucho menos, si no domina el asunto y además no quiere confiar y pagar a un buen asesor. Llevar la inversión y gestión de una empresa es parecido.
Si no sabemos lo suficiente, debemos aprender; y si no somos capaces, contratar a un buen asesor. Por cierto, no hay peor solución que tener a un asesor imbécil, incapaz de saber resolver los problemas o con muchos prejuicios de cualquier tipo.
Un empresario —que no se nos olvide nunca—además tiene que ser un excelente negociador. Debe serlo para defender su negocio.
Y un último consejo. Casi todos los asesores parecen maravillosos al principio. Luego son en muchos casos unos… Elija bien, es importantísimo. Y que no le ahogen el negocio con sus cobros. Tienen que ser buenos pero no muy caros.