4.11.10

¡Es la economía; imbéciles! ¡No es la política!

Barak Obama se dio cuenta tarde. Pero al menos lo admitió en público. La economía afecta al sentimiento de todos y cada uno de los ciudadanos: hace cambiar el humor, la sensación de la sociedad global, la desafección social, aumenta la crítica a todo lo que suena a política, desarrolla el miedo ante el futuro, consigue que no se crea en los discursos de los dirigentes que gestionan. 

Y todo es economía aunque no nos demos cuenta, aunque no lo queramos reconocer.
Si en EE.UU. los ciudadanos han votado contra Obama es porque temen por SU economía personal y de país. Si en España se cambia de habitante en La Moncloa es por la mala gestión de la economía española. Si el que gobierna no logra ser creído es porque no creemos en sus soluciones para nuestra propia crisis económica, aunque sea la propia crisis de todo el país. 

Los sentimientos son primarios y el miedo y la inseguridad económica figuran en uno de los primeros puestos junto a la salud.

Es peor estar inseguros ante el futuro que estar ya derrotado y vencidos. Resulta más duro pensar en un futuro complicado, que asumir la pérdida pasada de lo que antes se tenía. Vamos, que como siempre, el camino es mejor o peor que la meta alcanzada.

Por eso y desde una parte de la izquierda global, no se entiende que no se preste más atención a la economía más cercana de cada sociedad. 

Las izquierdas han ido perdiendo poder e incluso sentido en una sociedad que no entiende sus postura y sus gestiones. No surgen decisiones desde el poder de izquierdas (que lo hay o mejor dicho, lo había) que sean diferentes, creíbles, posibles, novedosas. 

Así es imposible desde la izquierda crecer en penetración social. Si la sociedad se vuelve conservadora es por algo y eso hay que sopesarlo, puñeteros.

No es de recibo que un trabajador que lleva 40 años currando 8 ó 10 horas al día, se vuelva votante del PP por todo el morro. Tendría que hacer llorar a un PSOE o a una IU que se creen el adalid de toda la izquierda española. 

Y junto a ellos, a todos los representantes de la izquierda. 

Algo estamos haciendo muy mal. Y no, no es que se haya vuelto tonto el votante (que todo es posible); porque cuando son millones los votantes que cambian, el error no es del aprendiz a gestor sino del gestor que se cree sus mentiras y sus ambigüedades. Y si hay duda, preguntarle a las personas que van por la calle.