18.11.16

15 barrios de todo el mundo que debemos conocer

El suplemento de El País para viajes y lugares por donde perderse buscando el ocio u otros mundos llamado El Viajero, nos presenta esta semana 15 barrios del mundo que deberíamos conocer. El mundo de los barrios es más interesante que el mundo de las ciudades, si ellos mismos han sabido conservar su personalidad, no se han dejado arrastrar por las modas y los cambios.



Hay muchas ciudades donde no existen barrios diferenciados en el conjunto de su propia ciudad y eso deja a la localidad como huérfana de algo fundamental, pues se ha perdido su historia y sus diversas formas de ser. 

Cuando en Zaragoza se defendió profundamente al Tubo, o cuando se añora la Torrenueva, simplemente se está trabajando sobre un urbanismo diferenciador e histórico, que se debe conservar y cuidar, cuando no mimar. El barrio Gótico y las Ramblas de Barcelona sería el ejemplo más cercano de bloque urbano sin el que la ciudad no se entendería.

Veamos qué nos propone El Viajero sobre barrios fuera de nuestra España, y añadamos los motivos de cada barrio para estar en la lista.

El barrio de la Medina de la ciudad de Fez en Marruecos. Fès el-Bali son 9.400 calles árabes donde vuelas al siglo X. Un lugar para perderse en el tiempo.

La plaza de Djemaa el-Fna de la ciudad de Marraquech. Esta plaza es el centro del turista que busca como en Fez volver diez siglos hacia atrás. Es la entrada al zoco, el lugar donde uno se puede encontrar de todo, incluida una seguridad más que suficiente, para disfrutar.

El barrio Antiguo de Hanoi en Vietnam. Como en los dos anteriores casos, son barrios comerciales, típicos y antiguos, donde se compra y vende, se come y se bebe, se pasea lleno de contrastes franceses, vietnamitas, con olores que inundan todo.

La Habana Vieja en Cuba es de esos barrios que hay que visitar con urgencia, no vayan a cambiarla en cuanto entre el capitalismo con sus burgers.

El barrio de Gamla Stan en un barrio céntrico de Estocolmo, y podría servir de ejemplo el de decenas de ciudades europeas, con plazas del medioevo llenas de edificios hermosos, museos, tiendas típicas y grandes espacios a los que llegan calles estrechas.

El barrio céntrico de la ciudad de Tallín en Estonia es como retroceder unos 500 años dentro de la historia de esa Europa que más nos parece un cuento de hadas que una ciudad real.

El barrio de Bryggen en la ciudad noruega de Bergen hay que visitarlo en el invierno crudo de la nieve y el hielo, para verle el encanto de los artistas y las casas recogidas.

El barrio de Gion en el Kioto japonés es de esos lugares que aparentan estar vacíos y cerrados, y en los que hay que pasear acompañado de un local, para descubrir los locales que aparentan estar cerrados.

El barrio de Ribeira en el Oporto ibérico es el típico lugar junto al agua del Duero, donde uno se pregunta si aquellas aguas, antes, han pasado de verdad por Soria.

La ciudad vieja de Quebec en Canadá es curiosamente una ciudad amurallada en el norte de América. Parece Europa, pero es América.

El barrio de El Bund en Shanghái dentro de la China que tanto sorprende a todos, nos muestra esa China que está renaciendo desde dentro del capitalismo abrazado sin dejar el comunismo de lado. Curiosa forma de crear la Tercera Vía.

El barrio de la Vieja Delhi en India vuelve a llenarnos de olores, colores y si nos acercamos, de sabores especiales y desconocidos. Callejas, bazares, tiendas diminutas, un mundo totalmente diferente.

La Ciudad Vieja de Rodas en Grecia es otro barrio medieval en la Europa vieja, donde hay que pasear tranquilamente en busca de sabores griegos en la comida pero también en la bebida.

Por último debemos recordar el barrio de la Alfama en Lisboa como un lugar perdido en el tiempo, donde de momento todavía es mejor ir dos parejas si uno quiere adentrarse por sus callejas, y saborear sus bares y sus fados para los amigos.

Sólo hay trabajo para 15 horas a la semana. Y ya está repartido

Keynes dijo en el año 1930, que sus nietos solo trabajarían 15 horas a la semana y acertó de pleno. Han pasado 85 años y no hay trabajo más que para 15 horas a la semana. Algunos trabajan 50 horas y otros muchos ninguna. 

De los que no trabajan ninguna, la mayoría lo hacen por imperativo laboral pues nadie les quiere dar trabajo, y otros lo hacen porque logran los beneficios de los que trabajan para ellos muchas horas. 

Nada ha cambiado en estos 85 años, excepto que las máquinas trabajan por nosotros, y los sueldos de estas máquinas se los quedan los que las compran. Y sí, efectivamente, los que las compran más los grupos financieros que las prestan o incluso las fabrican.

Es verdad que la globalización nos ha llevado a un punto positivo. Hay menos distancia entre países pobres y países ricos. Es indudable. Pero a costa de que hay más diferencia entre ciudadanos pobres y ciudadanos ricos. Estén en el país en que estén viviendo o trabajando.

En los años 70 a 90 del siglo XX (en Europa antes), todos conocíamos a los pobres de las ciudades y los pueblos. Ahora a los pobres los exportamos, los organizamos en grupos de trabajo, y ya podemos decir con tranquilidad que hay un oficio nuevo que manejan muy bien algunas mafias. Los pobres o esclavos 3.0 del nuevo siglo.

La globalización expande todo por todo el mundo. También la pobreza. También los cielos oscuros del futuro. Y eso, que parecería un primer camino para resolverla, se ha convertido en un nuevo camino para ampliar el esclavismo. Hasta que lo resolvamos, hay esclavos diseminados por nuestras calles. Algunos piden limosna con un bote de plástico, o arropado por una manta. Pero otros trabajan por 3 euros la hora si tienen suerte.

El sistema en vez de lograr trabajos dignos por decreto, busca ayudas sociales por decreto. Otro error que desde la izquierda aplaudimos como mal menor o como solución más sencilla.

El trabajo dignifica, pero no por el hecho de trabajar para otra persona que es quien se queda con la diferencia entre lo que producimos y lo que les costamos. El trabajo dignifica porque todas las personas nos tenemos que sentir útiles, válidos, ocupados en lo que nos gusta, capaces de estar orgullosos de ser seres humanos que viven dentro de una sociedad.

Lo malo es cuando la persona ha perdido esa dignificación que supone el trabajo. ¿Es posible recuperar en los jóvenes la dignidad laboral, si se les hace levantar a las 5 de la mañana para ir a trabajar a una empresa que es de otra persona, de un banco o de un grupo chino de empresas? No están entrando a trabajar cuando vitalmente se les espera, sino a los 30 años. No están entrando a trabajar para lo que se han preparado, sino para mierdas de contratos que están diseñados para suprimirlos en cuanto alguien estornude. ¿Es posible que un país pueda defenderse de sus vecinos, si cuenta con una sociedad así de poco dignificada y con una autoestima tan baja?