12.1.17

Las abarcas desiertas, de Miguel Hernández

Este poema de Miguel Hernández fue publicado por primera vez en el diario de Madrid Ayuda, el 2 de enero de 1937, un periódico de solidaridad a favor de los más desfavorecidos, y nos trae los recuerdos de infancia de Hernández, nos lleva a la época de su vida "más fea por malponiente y maloliente", como él mismo diría.

España estaba en plena Guerra Civil y la evocación de aquellos años de inocencia infantil se ven enturbiados por sus convicciones y reivindicaciones sociales. Se sirve de un acontecimiento aparentemente gozoso –la llegada de los Reyes Magos– para esbozar una amarga queja contra los distintos estamentos del poder que se muestran ajenos a la miseria de la población, y de las condiciones en las que vivían en la más miserable de las zonas de aquella España rural.

Patetismo y nostalgia infantil que utilizaba la poesía como un medio de reivindicación contra la negativa condición social de los desfavorecidos. Es un poema joven, pues tenía 26 años cuando lo escribió.

'Las abarcas desiertas'                           

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

La vieja televisión de hace 40 años

En 40 años la España que pisamos la hemos transformado entre todos hasta no conocerla. Y eso es importante decirlo al aire, para que no se nos olvide de donde veníamos. Es verdad que las tecnologías han cambiado el mundo y nos han venido hechas, pero también es muy cierto que nuestra posición era tan baja, que hasta el lugar al que hemos llegado, hemos visto en estos 40 años unos cambios tremendos y que sin duda nos merecíamos, aunque ahora nos hagan sonreír.

Os dejo la programación de la televisión en España, de un día laboral de agosto del año 1975. No había más que cadena y media. Sí, poca cosa para elegir. Pero vamos a meternos un poco en los entresijos de esta programación.

Empezaba con una Carta de Ajuste, que era una cosa sin mucho motivo, un hilo musical con una pantalla fija, y que todavía no sé bien qué sentido tenía. Pero existía y era escuchada. A continuación media hora de Programa Regional, pues ya habían llegado las corresponsalías fuera de Madrid, todo un éxito. Pero hasta las 15 horas con el Telediario no empezaba la chicha interesante. Se mantiene pues el horario con el actual.

Unos dibujos animados y un programa cultural. Y descansamos de emitir hasta las 19 horas.

Algo de deporte, un episodio de una serie del momento y otra vez el Telediario, esta vez a las 21,30 pues en aquellos años se trabaja hasta más tarde que ahora y había que pillar a toda la familia junta. El show de Carol Burnett y algo sobre Napoleón. Y antes de irnos a dormir a las 24 horas, cinco minutos de reflexión religiosa, para rezar todos los españoles juntos. Guay.

En el UHF que ya había perdido su nombre guapo —U - H - F— se ponía una programación de noche. Una película o una revista sobre el cine, el Telediario a las 22 horas, por si el del Primer Programa no te lo habías podido meter entre pecho y espalda, y una película de verdad. Viejita, eso sí. Y para tranquilizarte, pues el Segundo Programa era para más intelectuales y estos ya sabían rezar solos, una Última Imagen, con un paisaje o una frase superpuesta de ánimo.