24.11.19

¿Quienes deberían ser dueños de las empresas?

De cara a ese capitalismo o socialismo del siglo XXI que deberíamos construir entre muchos para evitar conflictos de convivencia, tal vez deberíamos preguntarnos de entrada y casi en primer lugar sobre quien debe tener la posesión y control de las unidades de producción y trabajo.

El comunismo apuntaba en el viejo siglo a que debía ser el Estado, pero eso está claramente superado. El capitalismo siempre ha trabajado para que el control de las empresas lo tenga únicamente quien tiene el capital para crearlas y hacerlas crecer. ¿Sólo?

Pero nadie tiene “mucho” capital si no es a costa de quedarse pequeñas porciones de beneficios de mucha gente que no tiene capital. 

Una fábrica, una unidad de trabajo o de servicios no debería ser únicamente una institución propiedad de quien haya puesto el dinero ganado a costa de muchos pequeños trozos de plusvalías del trabajo de otras personas.

Esos “otros” también deberían ser propietarios de una parte de su empresa pues siguen facilitando y trabajando para que crezca o se hunda. 

No parece muy de sentido común que sea solo propiedad de quien pone el dinero y la idea, y nada de propiedad de quien pone el trabajo. ¿Quién se arriesga más? Pues depende del capital que se posea. Para muchas personas, su trabajo es lo únco que tienen.

Como tampoco parece de sentido común que sea propiedad del Estado, es decir de todos, también por propio sentido de la calidad y la producción.

Deberíamos hablar de qué manera deben entrar en los Consejos de Administración los trabajadores que ponen vida a los proyectos empresariales. Y qué capacidad de mando y orden deben tener. 

Eso sí depende de muchos conceptos. 

Pero lo que no parece lógico es que sigamos caminando hacia empresas personales, monárquicas, donde todo, el éxito y el fracaso, dependa exclusivamente de personas que no están entregando su vida en ella, si acaso parte de los ahorros de otras inversiones.

22.11.19

Qué precio en horas de vida tiene un teléfono móvil?

Nuestra relación con el dinero es curiosa, ganamos lo que quieren otros y nos gastamos ese dinero entre los precios que nos marcan… también otros. Es decir, que podríamos medir nuestra capacidad de ganarnos la subsistencia dividiendo las horas de nuestra vida que entregamos a trabajar casi siempre por cuenta ajena entre la cantidad de barras de pan que nos permiten comprar con lo que nos pagan.

Vendemos horas de vida, para comprar cosas para vivir.

Cuando más caras son las cosas que compramos, más horas de nuestra vida tenemos que entregar a cambio.

Si ganamos 1.000 euros al mes y trabajamos 20 días nos pagan 50 euros al día. Si trabajamos 8 horas nos sale la hora a poco más de 6 euros la hora. Necesitamos 15 minutos de nuestra vida para tomarnos un café y casi un mes de nuestra vida para comprarnos un teléfono móvil nuevo. ¿Y cuantos meses de nuestra vida para poder comprar una vivienda?

En el caso de los gastos elevados, estas cuentas no nos sirven. Un teléfono móvil no nos cuesta lo mismo que un mes de nuestra vida aunque nos lo creamos con las cuentas de la vieja que hemos puesto antes. Porque tenemos unos gastos fijos y necesarios que en ese mes tenemos que realizar, queramos o no, deseemos comprarnos el teléfono o no. Para el teléfono solo podemos dedicar el ahorro o la deuda.

Hay que comer, vivir en una habitación y pagar la luz y el agua, e incluso cambiarnos de vez en cuando de ropa. Así que esos 1.000 euros del teléfono pueden ser casi el ahorro de un año de nuestro trabajo… o solo unos días, depende de nuestros ingresos.

Es posible que tengamos que trabajar un año para poder comprarnos el teléfono, pues en ese año tenemos unos gastos fijos que se llevan gran parte de nuestros ingresos, de nuestros días de trabajo. Pero a su vez hay personas que con el trabajo de un solo día se pueden comprar ese mismo teléfono, pues para ellos los gastos fijos no representan casi nada.

Por eso, cuando decidimos cambiarnos de teléfono móvil hay que analizar cuántas horas reales de nuestro trabajo le vamos a entregar a Apple o Samsung. Tal vez así nos venga a la cabeza la idea de que nuestro trabajo, es decir, nuestra vida vale mucho más que un teléfono móvil nuevo. 

Y a su vez cuando decidimos qué queremos hacer con nuestra vida a la hora de estudiar o trabajar, hay que pensar que estamos decidiendo el precio que tendrán todas las cosas que compremos, en valor de horas de nuestra vida. 

Cada "cosa" tiene un precio muy distinto para cada consumidor, según el sueldo que este logra cobrar vendiendo sus horas de vida.