Pero no vamos a incidir en estos datos ahora, al entender que los problemas que vendrán en el futuro podrían tener otras derivas diferentes. No hay territorios más o menos seguros, sino grupos de sociedades menos o más afectadas por la pandemia. Y eso sí será determinante a la hora de saber de qué forma las personas se moverán en el futuro, empujados por sus propias necesidades.
Y la palabra clave es precisamente esa: FUTURO.
Y en ese análisis es imparable que se produzcan inmigraciones cada vez más contundentes desde diversos espacios sociales hacia un mundo occidental en decadencia. Vienen ya desde África por el maltrato al que hemos sometido sus espacios además de por su clima y sus pocas posibilidades de salir de las autocracias. Vienen desde Asia pero empleando métodos más legales de llegada a Europa o América lo que les facilita su asentamiento comercial sobre todo como fórmula de trabajo. Se mueven mucho desde la Iberoamérica o Centroamérica pobre hacia otras zonas económicas con más posibilidades.
Y esos movimientos migratorios que siempre han existido, ahora son más rápidos y fáciles por efecto de las necesidades, de lo sencillo que es saltar fronteras teóricas y sobre todo por la contundencia con la que les bombardeamos con nuestras formas de vida.
Una de las primeras cosas que veía un niño del África del Norte hace un par de décadas eran series en televisión de Francia, Italia o España. La vida que se refleja en esas películas es muy diferente a su propia vida. Y es lógico que todos ellos, los jóvenes sobre todo, busquen alternativas, comparen, decidan sobre todo estudiar mucho, aprovecharse de sus oportunidades y si pueden escapar, incluso para ayudar a sus propias familias.
Eso no es tan sencillo con las sociedades subsaharianas, pero lo intentan con más fuerza todavía para escapar de todo lo que representa el abandono de sus espacios vitales. Y esta realidad no es posible pararla simplemente poniendo vallas altas ni tampoco modificando leyes de frontera.
Decía antes que además, la civilización occidental está en unos tiempos decadentes y para ello nada como ver el siguiente gráfico.
El número de hijos por mujer supone el análisis más sencillo del recambio generacional de las sociedades. si en los países occidentales tenemos menos de 2 hijos por mujer cada vez seremos menos habitantes. Si los países pobres o en vías de crecimiento o con capacidad para emigrar a otros países tienen más de dos hijos por mujer, queda claro que es cuestión de unas décadas el que la sociedad mundial cambien.
Y es verdad que en la medida en que las mujeres emigran hacia sistemas más occidentalizados se frena el número de sus hijos, pero es una cadena casi imparable y los números son tan diferentes que es muy sencillo asegurar que el futuro será ya no será de controles contra la emigración desde los nativos del mundo occidental, sino que serán las nuevas generaciones de las personas emigradas hacia el Primer Mundo las que gobernarán en los países democráticos y los que pondrán los frenos que ellos consideren mejores en cada momento.
Posiblemente los sistemas de control de fronteras de los hijos de emigrados, serán más duras de las que ponemos nosotros, los actuales nativos para con sus padres, pero ese es otro tema.
Lo cierto es que la pandemia actual mueve y acelera el mundo, mueve los cimientos, debilita sistemas, entran en conflicto las economías, y eso sin dura generará unos nuevos conceptos de control hacia la emigración sin control. De hecho en Europa han crecido en los últimos años muchos partidos políticos claramente anti emigrantes, lo que no les garantiza el éxito de sus ideas, no porque no puedan llegar a sus gobiernos, sino por ser imparables algunos aspectos globales de las emigraciones.
Europa y los EEUU son las zonas que más problemas están poniendo para admitir la llegada de nuevos habitantes desde fuera, pero no siempre es una buena decisión si analizamos incluso egoístamente nuestra capacidad de mantenimiento de nuestra propia riqueza industrial.
Podemos visitar por ejemplo los mataderos ganaderos de zonas rurales aragonesas, o los campos rurales en periodos de recogida o de plantación, o incluso podemos analizar quien está cuidando en la actualidad de nuestros mayores, y en algunos países quienes son los que dan servicios comerciales de barrio en las grandes ciudades con pequeñas tiendas de todo tipo.
Estos nichos de trabajo y de economía algo básica no son cubiertos por familias nativas sino por emigranes. Y si un día desaparecieran por el efecto llamada de sus propias economías tendríamos un problema. Pero además en España hay pueblos donde las escuelas se mantienen por los niños de los emigrantes que han llegado a vivir a sus zonas. Incluso ya hay asociaciones de diverso tipo general y abiertas a todo el mundo que son mantenidas y alimentadas por personas que han llegado a España hace pocos años.
La pandemia va a empujar todas estas divergencias de funcionamiento, y en ellas las personas que están mucho más agradecidas de los Servicios Públicos que nosotros —pues ellos han visto y disfrutado unos servicios sanitarios y de seguridad mucho mejores que lo que conocían en sus países, mientras que en nuestro caso ha sido al revés— están tomando conciencia de que lo que hay es muy bueno y que hay que cuidarlo. Y para ello están entendiendo mejor que nosotros que hay que PARTICIPAR y se abren a ello, algo que nosotros no queremos hacer, excepto criticar ferozmente.
Estamos en tiempos en los que todo parece acelerarse, en los que los movimientos van a venir multilateralmente a veces sin control ni previsión, y hay que estar atentos a los cambios suaves pero que poco a poco se van a ir asentando. Hay que tener observancia con los que parecen débiles pues son los que muchas veces necesitan demostrar más su capacidad de gestión a base de zapatazos encima de la mesa del mundo.
Y hay excesivas piezas encima del tablero del mundo, por lo que cualquier golpe haría caerse muchas piezas que ahora se sujetan con alfileres. Desde Países Árabes a Venezuela, desde Irán a Afganistán, desde la Corea Mala a unas relaciones con Rusia nunca resueltas.
Uno de los asuntos que más pesan entre los (algunos) ciudadanos españoles aunque no siempre se diga, es el miedo a la decadencia social, a la decadencia como Grupo o como sociedad o como país. Durante unas décadas España fue la nación líder del mundo. Y por nuestros propios errores políticos y tácticos, sociales también, fuimos perdiendo importancia y poder, convirtiendo a España en un país sin trascendencia real.
Pero en un país en donde se puede vivir muy bien si tienes suerte, en donde la calidad posible de vida es muy alta. Estas opciones como país cuestan mantenerlas, no es sencillo ser un “gran” país, y este temor con la pandemia, el de perder nuestra alta calidad de vida, existe y va creciendo, aunque se note desde diversas ópticas.
La decadencia de un país es simplemente el resultado de la decadencia de las personas de ese país.
Y con la pandemia estamos observando en la cara que nuestro sistema de funcionarios es obsoleto, corporativista, franquista en su fondo, absurdo a veces, y que se salva por el trabajo agotador de unos pocos contra el nulo compromiso de sus propios compañeros. Quien es funcionario puede optar por creer que está al servicio de su sociedad o por creerse que ya tiene el futuro de toda su vida resuelto. Se crea una cosa o la otra sirve para afianzar el futuro de España. Sin banderas, sin himnos, simplemente con el trabajo, que es lo único que sirve.
Todas las civilizaciones han tenido un ascenso generalmente rápido y una decadencia generalmente lenta.
Estábamos seguros de que nuestro sistema era infalible, duradero, casi eterno, y no hemos planificado unos análisis a medio siglo vista, algo que sin duda es complejo y poco habitual. Lo llaman el Síndrome o el Pensamiento de las Catedrales. En siglos pasados las planificaciones de las ciudades o de los grandes monumentos se hacían a siglos vista. Nadi podía ver terminado las grandes obras que se comenzaban.
En estos tiempos todo parece haberse acelerado. Somos capaces de hacer una Gran Obra Pública en muy pocos años y nos hemos convencido de que todo lo demás iba a ser así. Seguimos convencidos de esto. Y realmente las grandes obras como cambiar el Modelo de Sociedad, requiere de muchos años. Ya no será necesario esperar cinco siglos, pero tal vez sí cinco décadas. Y en esos (muchos) años hay que planificar, revisar y seguir planificando.
La Sagrada Familia de Barcelona no es hoy —a pocos años o décadas de ser terminada— igual a como la diseñó o la pensó su arquitecto inicial. Y es lógico pues los materiales, los usos, las personas que hay hoy son muy diferentes a las que había en 1882. En estos 150 años de duración de obras todo ha cambiado tremendamente. Cualquier gran obra humana termina siendo distinta a su proyecto.
Cuando un país, una sociedad se agota, se agosta incluso, las consecuencias van viniendo poco a poco pero sin cesar. La desafección, el nihilismo, la sensación de gobierno cada vez más duro y alejado de su sociedad, los problemas que crecen, el futuro incierto y nuboso, el relleno de todo lo que falta con asuntos vacíos y sin importancia real para el devenir de las personas. Y esa es la sensación que ahora se tiene con unas constantes bajas, con una respiración asistida, con la idea de que todo esto nos está superando a todos.
Cuando las personas dejan de ser lo importante para convertirse incluso en un estorbo social, cuando las personas se enfrentan por lo más mínimo en posiciones imposibles de lograr o encontrar caminos intermedios, es que algo grave puede saltar si lo hace una simple chispa. Así que hay que estar muy atentos. La incapacidad de una vacunación masiva es el último toque de atención de que las personas que gestionan el futuro están elevando al grado de incapacidad social.
Si algo ha dejado claro esta pandemia es su capacidad de hipnotizar a la sociedad, de apagarle su deseo de queja, excepto desde el sillón de su casa a través de las Redes Sociales. Nunca antes la sociedad había sufrido situaciones similares, y sin duda además de aceptarlas ha entendido que no se puede hacer otra cosa más que sufrirlas.
Pero esa sociedad normalmente era poco gritona y exigente, una parte de la sociedad apática y egoísta que nunca ha planteado quejas fuera de su entorno de barra de bar, y que nunca ha participado en casi nada para mejorar su sociedad. El “todo vale” lo ha convertido en su lema, aunque en realidad simplemente lo que ha sucedido es que sigue haciendo la misma vida nihilista que antes, pero ahora se notan más sus egoístas decisiones, comparadas con las que tomamos el resto de personas.
Tal vez, tras conocer los acontecimientos sucedidos en los EEUU con el asalto al Capitolio arengados por su propio Presidente Trump, uno debe reflexionar todavía más sobre el momento actual de unos años en los que vamos abandonando la política en manos de unos incapaces, por simple desafección del resto que insulta en vez de trabajar, para alimentar la idea fácil de que el futuro diferente ya está aquí aunque no lo queramos ver, y que las situaciones de las personas, incluso en los EEUU, puedan ser las protagonistas a poco que los dirigentes no sepan qué poder tienen en las manos, y que no es solo el de apretar o no el botón nuclear.
Si nos conformamos con tener a los más tontos como políticos, a costa de degradar la función pública, de empobrecerlas a costa de insultarla, nos encontraremos cada día con más facilidades para que las personas equivocadas que no tienen futuro, quieran construir el suyo propio a costa del de todos los demás.