19.1.23

¿A qué distancia está la horchata de la globalización? ¿Y Macron de nosotros mismos?


La globalización es maravillosa, un invento muy viejo, que en este siglo XXI se ha extendido hasta límites insospechados. Yo puedo estar en mi casa, viendo una película en la televisión y puedo dar la orden de que me traigan mañana un reloj muy moderno y hecho por unos ciudadanos tailandeses, o unos cascos para escuchar música americana que han fabricado unos chinos que hasta hace unos meses solo trabajaban con vacas.

Me llegará el reloj a casa, sin tenerme que mover, sin pagar con dinero, perfectamente empaquetado, sin fallo en el sistema globalizado de fabricación distribución y entrega. Muy sencillo y sin que medien problemas ni dinero real.

Pero a su vez hoy he podido leer o ver en vídeo una conversación entre Javier Cercas y Emmanuelle Macron en París, en donde me hablaban a mi, directamente a mi como parte pequeñísima de los europeos, y en la misma conversación en la que mandaba Macron mensajes a Biden o a Putin

Es la globalización tremenda de poder en la misma conversación, dividir las párrafos para hablarles a partes tan distintas en el funcionamiento del mundo como somos la sociedad de consumo y trabajo… y los líderes que dominan el mundo a golpe de bombas.

No todo veremos como lógico que gente importante se dirija a gentes tan frágil como los ciudadanos, pero es parte de su estrategia globalizada. Todos formamos parte de unos engranajes perfectamente diseñados para que engranemos los unos con los otros.

Sin miles de soldados jóvenes que tengan que aceptar que van a morir o a matar, es imposible crear una guerra.

Es la globalización moderna, la que sirve para que la horchata suba un 200% de precio por culpa de una guerra a 4.000 kilómetros de distancia y en una zona en donde nunca han conocido la horchata. En las guerras globalizadas unos mueren y otros se hacen ricos, pero eso lo mejor es obviarlo y mantenerlo en silencio burocrático.


15.1.23

Acoso sexual y verbal en el ámbito sanitario


Me pasan una documentación (que es pública) sobre acoso sexual en el ámbito médico sobre la que he ido preguntando a diversos profesionales para añadirme más datos, y ante lo que todos podríamos entender sin reflexionar mucho, no es solo de unos profesionales de la sanidad hacia otros profesionales de la sanidad, sino también de pacientes hacia sus médicos y personal de enfermería. 

Hemos llegado a un grado de pérdida de respeto básico entre las personas, que ya todo nos parece hasta entendible. Da la sensación de que somos capaces de cualquier imbecilidad como pacientes o usuarios y de tenerla que añadir a una estadística, pues no es algo casual o esporádico, sino medible. Esa violencia de paciente a médico se da con más facilidad entre paciente de cualquier sexo hacia profesional sanitario hombre.

Es cierto que han aumentado las violencias sociales retransmitidas, que ahora ya hemos trasladado a los Telediarios las escenas de las series televisivas, de las películas. Sean guerras en donde destrozamos barrios enteros, muertos troceados por las calles, o jóvenes que se encorran con catanas o pistolas por las calles de cualquier ciudad española conocida.

Cada vez lo tienen más complicado en el cine para sorprendernos. Y no es cuestión de cambiar las leyes, pues a los que son ya unos animales bípedos les da igual los años de cárcel, simplemente se adaptan. Hay que trabajar desde otras ópticas y otros marcos mentales de refuerzo positivo, de educación, desde una edad que no sea la adolescencia cuando ya está todo formado.

Lo hablaba el otro día con un Director General de Sanidad: se ha detectado tras la pandemia un aumento enorme de esa exigencia en tono muy incontrolable, que raya la violencia de cualquier tipo. Ya no todo lo entendemos com violencia, sino que hay muchas más situaciones que lo rayan y eso machaca al profesional, que se cree que en su trabajo va a ayudar a los demás, y se encuentra con borregos. 

Lo normal ahora, me decían, es que sobre todo en consultas telefónicas en donde no se ven las caras las personas, se comience con una queja del paciente que te resta minutos sin aportar nada a la llamada, excepto mala baba. Y pone a la defensiva al médico. Pero luego ninguno de ellos acude a su consultorio a pedir una Hoja de Reclamaciones, que existen y funcionan.

Las quejas, nunca, deben hacerse al profesional que te atiende, hay al menos otros tres modos de queja. Las Hojas de Reclamaciones que os puedo asegurar que llegan a donde tienen que llegar; generalmente un buzón en el propio centro médico; y además siempre hay —al menos en Aragón— un Consejo de Salud en donde normalmente los Presidentes NO SON personal del Centro pero tienen contacto directo con los responsables del SALUD.

Julio Puente

12.1.23

¿Cual es el precio por niño en una guardería de calidad?


El propio mercado no siempre es capaz de suministrar lo que necesitan las sociedades. Por diversos motivos. En España se necesitan muchas más plazas de guarderías, sobre todo para niños pequeños y como un servicio —y perdonen la expresión— de auténticas guarderías para "guardar" niños de familias que tienen que trabajar todos los adultos. 

Incluso lo que se demanda y no se obtiene son horarios muy amplios, desde las 6 de la mañana (incluso desde las 5) hasta las 12 de la noche. Conciliar es muy complicado cuando estamos en tiempos de crisis económica.

No hay suficientes plazas privadas y casi nada de espacio públicos. Pero hay demanda y necesidad por la actual situación laboral de muchas personas jóvenes, sobre todo de inmigrantes con contratos de mala calidad y horarios imposibles. 

Pero ahora viene el problema del precio. 

El coste por niño en una guardería privada que ponga en prácticas todas las normas legales actuales, en cuanto a metros por niño, categoría profesional de los asistentes, servicios y atenciones, es de… 7.500 euros al año escolar de 10/11 meses. Pero pueden ser inferiores a los 1.000 euros al año si podemos acogernos a todo tipo de ayudas.

La cantidad total del precio de estos servicios públicos fundamentales puede ser mucho menor si podemos acceder por Renta o tipo de familia a las ayudas públicas o a escuelas infantiles que dependen de los Ayuntamientos o las Comunidades Autónomas. 

Como es lógico la diferencia entre lo que se paga y lo que cuestan, se compensan con subvenciones públicas. Pero cuando hay crisis y se intenta convencer de que los impuestos no deben subir, no aumentan las plazas públicas y no hay empresa que quiera crear guarderías para perder dinero. 

O lo que es peor, algunas empresas se saltan las normas y leyes y crean servicios "ilegales". 

O rebajamos las normas o no tendremos servicios. 

O somos capaces de entender que no es posible hoy tener la calidad asistencial que nos hemos planteado o no hay solución barata si no entendemos que los impuestos sirven para muchos servicios. Y si no somos capaces de resolver estos problemas, al final lo pagan los abuelos.

Estamos perdiendo la humanidad social mínima


Estamos agrios, violentos incluso, se contagia ser ásperos y malhumorados, pues nos estamos volviendo incapaces de entender la vida en sociedad, compleja, y para lo que se requiere algo de suavidad, de vocación en ser algo más humanista. 

Hace unos días intentaba entenderme con una profesional de la atención a la sociedad, una persona que trabaja en una profesión hoy casi agotadora, la Sanidad, y para la que se requiere mucha vocación. 

Lo malo de mi conversación no radica en que ella no quisiera entender —no lograra yo hacerla entender— que hay profesiones que a veces son complejas, sino que entendiera que como la suya hay muchas y solo en la suma de todas las personas logramos que esto funcione bien.

Esta profesional es médica y no desea admitir que los pacientes son sagrados, sobre todo los más débiles. Lo puede decir o disimular con palabras pues tampoco se atreve a decir que los pacientes son ya como clientes, pero los hechos que adopta en algunas decisiones que yo le critiqué no sirven para entender eso. No, no soy su paciente, pero sí tengo responsabilidades.

A nadie se le obliga a ser médico, ni fontanero, militar, bombero o fresador. Somos libres de entrar en una profesión y de salirnos de ella. Pero para algunas se necesita vocación y en mucha cantidad. 

A ningún médico le agrada trabajar 10 horas todos los días, pero a veces hay que hacerlo pues hay tiempos muy complicados. Y si hay quejas, los últimos que lo tienen que notar son los pacientes.

Tengo un amigo enterrador en Zaragoza. No es tampoco un oficio sencillo. Cuando nació nadie le dijo que sería enterrador, pero nunca se ha quejado si un día tiene que sacar de la tumba a dos personas, un niño o un anciano. O meter luego en ese sitio a los hijos de los metidos en sacos o a la madre de los primeros.

Tengo otro que es bombero y a veces tiene miedo en algunas intervenciones, pero es lo que le toca. 

Incluso tenía otro que trabajaba en una fundición a cuatro turnos rotatorios con el que era muy complicado quedar, pero en cambio su esposa ocupaba su sitio con los amigos y amigas para que no se perdieran las relaciones. Cuando no trabajaba se tenía que ir a la cama pues madrugaba a las 5 de la mañana o acababa de trabajar a las 10 y solo podía quedar a las 11. 

No hay oficios fáciles en muchos casos, pero quien se dedica al servicio público, debería saber que a veces es muy complicado su trabajo, y muchos médicos lo saben de sobra y les encanta su labor humanista. La inmensa mayoría son excelente profesionales con vocación y por eso en España tenemos un servicio de Sanidad que es todavía fabuloso, aunque se lo intenten cargar unos torpes.