22.6.18

De quién son las ciudades, nuestras ciudades?

Una de las dudas que nos deberíamos estar preguntando con urgencia, pero no tanto para encontrar una respuesta, como para reflexionar sobre la pregunta y así intuir por donde van las decisiones que a veces no entendemos pero que nos afectan y mucho es:

¿De quién son las ciudades, nuestras ciudades?

Hoy las ciudades crecen de forma arbitraria, mucho más de lo deseado, se trocean y se venden a grandes corporaciones según su capacidad de negocio, se cambian e intercambian barrios, para optimizar los beneficios económicos de inversores que incluso podrían no haber estado nunca en esas ciudades, se juega con el factor turismo, el comercial, el cultural, el de ocio, el de comodidad, el de planificación y siempre en el mayor de los ámbitos de beneficio empresarial posibles.

Pero además los centros urbanos están muy vigilados, los barrios también. Los transportes públicos tienen en su interior cámaras de vídeo, y en las calles te vigilan decenas de ellas. Las calzadas son de los coches que nadie sabe de dónde viene. Los aparcamientos en superficie están llenos, los bares nos ocupan las aceras con mesas y sillas, los comercios compran esquinas si son rentables en beneficio industrial, sin que nada de esto sea analizado si es beneficioso para los habitantes que viven en esos espacios.

Los barrios se planifican sobre el papel mucho antes de que una primera persona piense en ir a vivir allí. Se empieza a edificar pensando en el beneficio a largo plazo, posiblemente iniciando las obras en los espacios más lejanos al desarrollo final del barrio. Se diseña el tipo de vecino que se quiere para la zona, y se estudia su capacidad de compra en su zona cercana para diseñar locales comerciales o piscinas comunitarias o espacios verdes.

Que tengamos un buen o mal sistema de transporte urbano depende de lo que decidan hacer con el barrio donde vives grandes corporaciones inmobiliarias, que pueden diseñar trazados urbanos en el tiempo, y sin saltarse para nada ninguna ordenanza urbanística de los ayuntamientos. Su capacidad para desarrollar zonas o micro zonas es la mejor herramienta para obligar a crear servicios. Ellos mueven a las personas. 

Los servicios tienen que ir detrás y con ello la calidad de nuestra vida en la ciudad, en nuestro hogar. Dónde compramos, qué servicios tenemos, si están cerca o lejos, quienes son nuestros vecinos, de qué color es el barrio que nos envuelve, cuantos árboles nos corresponde o cuanta distancia tenemos hasta el colegio de nuestros hijos o hasta el ambulatorio médico, qué tipo de libros hay en la biblioteca pública más cercana.

Por eso debemos preguntarnos otra vez:

¿De quién son (de verdad) las ciudades?

La justicia para ser justa necesita calma

No hay duda de que la justicia desde tiempos inmemoriales es un sistema no siempre justo para juzgar. Y no tiene que suceder nada por decirlo. Dependemos de las leyes, como es lógico, aunque no en todos los países sean las mismas. Pero dependemos también del abogado que te puedas pagar, del fiscal que te toca y del juez que finalmente decide. Excesivos condicionantes aleatorios o no, para que los mismos hechos tengan el mismo resultado final según los casos.

Si a eso añadimos el poder mediático de algunos casos, la capacidad mayor o menor de poder investigar desde los poderes públicos y también desde instancias privadas aquello sobre lo que se está juzgando, hace que no siempre sea igual el acceso a la justicia democrática del concepto claro de: “igual para todos”.

La sentencia del caso llamado “La Manada” está acompañada (y nos llega a nosotros) de criterios manipulados, irregulares, mediáticos, que embarran toda opinión libre y limpia del caso. Se nos van las vísceras hacia nuestra forma de comprender la situación, como además es inevitable. Estamos hablando de un caso repugnante, del que es imposible desde la posición de lego, tener otra mirada que no sea la del hartazgo de la sociedad hacia una justicia que no funciona como quiere la sociedad.

¿Pero la justicia debe ser como quiere la sociedad por mayoría? ¿Está la sociedad (como conjunto y grupo) preparada para impartir justicia justa? ¿Hasta qué punto la opinión de la sociedad puede influir en las sentencias?

Los seres masculinos de este asunto actuaron como auténticos salvajes con conceptos de anormalidad social, de eso no hay duda en la sentencia con hechos probados, pero eso no nos debe llevar a la simplificación ni a dejarnos manipular con algo tan simple como se quiere transmitir desde los medios de comunicación apelando a las sensaciones en abstracto. Y mucho menos llenar toda España de un concepto que siendo brutal, si solicitamos que nos impregne toda la sociedad de España y pedimos que cambien nuestros conceptos sobre estos temas, se pueden volver en nuestra contra.

Cuidado con solicitar el cambiar algunas leyes y conceptos. Pues podríamos lograr que efectivamente se cambien. Y cambiar no es (siempre) sinónimo positivo.

La justicia nunca debería estar al albor de la opinión de la mayoría que opina con las vísceras, aunque tenga toda la razón. La justicia está para ser respetada, mejorada, admitida…, y si no nos gusta, cambiarla. No tienen que haber otras posibilidades. Pero cambiada con criterios objetivos de una sociedad que busca ser justa para toda la sociedad.

¿Cuántas miles y miles de horas hemos dedicado entre todos a este asunto, orillando otros asuntos igual de importantes para nuestra sociedad?

En el caso de La Manada ha jugado mucho los medios de comunicación, pero casos parecidos o peores de pederastia por poner ejemplos similares en el tiempo, han pasado desapercibidos. A la sociedad nos mueven, nos manipulan por diversos motivos. Vemos unas cosas pero no vemos otras pues no nos las quieren enseñar. Las injusticias sociales son brutales en muchos otros asuntos. Desde injusticias con seres humanas que mueren en el mar intentando llegar, desahucios de familias sin recursos, pederastia o violaciones que no pueden acceder a los medios de comunicación, violencia de género que pasa desapercibida excepto por unos pocos minutos en algunos medios, maltrato infantil, manipulaciones que afectan a nuestra salud, corrupción (que en la mayoría de los casos no es política y) que afecta al empobrecimiento social, etc.