Me han dado una noticia desde mi editorial por mí esperada por justa: una guía que he estado componiendo como mi memoria afectiva del Ebro, completamente autobiográfica, no va a ver la luz y tengo unas quinientas fotos del valle, en forma tangible.
Dado que es un viaje por mi río padre al que visito todas las tardes (denominado oficialmente herri ibaia, el río del pueblo) que quise concebir como obra pariente e inspirada en el “Danubio” de Magris. Un friso compuesto por varias metopas separadas por columnas, en que las primeras fueran los territorios históricos ribereños y asomados al cuarto río más fundamental de la cuenca mediterránea y las paredes maestras de separación, incisos breves sobre los diferentes estilos artísticos, producciones culturales y agrícolas del valle en su conjunto.
Así que no será tangible el trabajo pero sí virtual, y la guía compondrá el siguiente año y medio o dos de mis entradas.
Del mismo modo si el director me deja e influido por el magnífico patrimonio documental sobre Zaragoza, sus puentes y pasado industrial, que nos está regalando sin facturar a todos los aragoneses micer José Garrido Palacios, al que le apremio a que las recopile en forma de libro con ilustraciones y poderle devolver una parte afectiva de su esfuerzo, tenerlo en mi librería y que se destaque en todas las públicas aragonesas.
Inmerso en este nuevo proyecto, una de las columnas de mi guía del Ebro la compuse para enaltecer la gloriosa capa ilustrada que supuso la corte de la Aljafería de médicos, filósofos y poetas –y seguramente también médicas, filósofas y poetisas-, la importancia en su hojaldre de las cremas pasteleras sustanciosas producto de las poesías del médico tudelano HaLeví, las crónicas de viajes de Benjamín de Tudela y la importancia de Moshé Portella como uno de los principales ministros y gestores de la Corona de Aragón.
El legado de la herencia sefardí en Aragón fue profundamente impulsado y cuidado por Javier Lambán como amante de la materia y cincovillés, en su gestión en la presidencia de la Diputación Zaragozana. A su equipo debimos la estelar exposición y catálogo denominada “Hebraica Aragonalia” de 2002.
De la que manó la iniciativa de desarrollar en Cinco Villas el que se denominó “Aragón, Espacio Sefarad”, espacio conjunto que se desmembraría en otros espacios en red allá donde la población sefardí llego a alcanzar la mitad de la total: en Ejea dedicado a la medicina judía aragonesa, el de vida cotidiana reservado a Biel y su bellísima juderia, el de la mujer de Tauste y el de Uncastillo en que pervive una increíble sinagoga y un puente de los judíos por el que desfilaban los finados a su cementerio, a los rituales sobre la muerte.
Brillantísima exposición coronó en el Palacio de Sástago esta labor. En aquellos tiempos de los inicios de milenio en los que el estadista asquenazí aunque del HaLikud conservador Ariel Sharón –su padre un Schneiermann de Brest- presidía Israel y el enorme intelectual laborista Shlomo ben Ami, amante y embajador en España, amigo de Felipe y dominador del ladino y del español moderno, dejó de ser su brillante ministro de exteriores porque era hijo político de Shimón Peres.
La corriente ideológica de Sharón que viene de Rabin y ha exaltado hasta las últimas consecuencias Netanyahu (alias de Mileikowski) bebe del pensamiento pan sionista del pensador de Odesa Vladímir Jabotinsky, del que surge la corriente política sionista “Beitar”. Que se resume en que, ya que nunca nos darán nuestro espacio ni en Rusia ni en la tierra prometida y siempre pretenderán echarnos, no hay nada que dialogar sino exhibiendo fuera. Porque no nos quieren reconocer y sabemos que nos mentirán negociando. Ello aproxima a los seguidores del “Beitar” al Sindicato de Camioneros de Chicago y los pistoleros judíos de Meyer Lanski, que seguramente irían a echar una mano a Israel y que paralizaron el Puerto de NY para que no se pusiera al servicio de Hitler.
Dicha posición, con tanto calado hoy y acogida nada menos que por los políticos alemanes, la aborrecieron los padres fundacionales de Israel también de origen ucraniano-polaco, especialmente David Ben Gurion, del que fue continuador Peres, y motor del movimiento Mapai, que ha sido arrasado de la faz de la actual política israelí. Derivado del sindicalismo de izquierdas judío europeo equivalente a la UGT, el Histadrut, que se plasmó en el florecimiento de la economía colectiva kibutzim, tan romántica pero hoy devenida en justificativa de muros de separación y sostiene que hay que convivir con los palestinos de la forma negociada que sea –y que no incluya financiar a Hamás según el principio cuanto peor, mejor (estoy oyendo a M. Rajoy desarrollarlo-.
Todos los protagonistas del espacio aragonés sefardí homenajeados en 2002, así como los de la extensa aljama de Zaragoza y los confeccionadores e impresores de textos sagrados de Huesca e Híjar (el legado de Alantasi), fueron compelidos a su conversión por el dominico Vicente Ferrer y el Papa Luna antes de su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos.
Cuando vieron las barbas de sus vecinos cortar, los judíos del norte aragonés pusieron las suyas a remojar emigrando inicialmente al más independiente Reino de Navarra en que no se les expulsó sino hasta en 1498 de no convertirse. Esta última oportunidad de gracia tampoco obtuvo el resultado deseado, llegando hasta nuestro Reyno vecino la corriente derivada de la propagación de la peste impulsora de la expulsión que fue iniciada en Francia e Inglaterra y que provocó la concentración desde inicios del siglo XIV de la población judía en juderías aisladas y cerradas, en calles de interior que pudieran cerrarse con edificaciones respaldadas en las murallas.
Nada menos que hiri barrenean, en euskera roncalés.
Los sefardíes que no siguieron la vía de Fernando de Rojas o Bartolomé de las Casas, que se vengaron literariamente de la vergüenza de someterse a juicios sobre su limpieza de sangre y españoles heterodoxos de mucho bien, partieron hacia el norte de África, especialmente Melilla y Fez en el caso de los del centro y sur peninsulares.
Los judíos navarros eligieron Bayona a que le dieron su brillo mercantil y naval.
Los aragoneses siguieron dicho camino si pasaron antes por Navarra, o bien conocedores del hostigamiento español y portugués a las colonias del Magreb, dieron el largo paso de asentarse en las juderías del Imperio Otomano, fundamentalmente en la propia capital Estambul, donde todavía se puede hablar ladino, Salónica y, a partir de ella, en Ragusa o Duvrobnik y las ciudades de Mostar y Sarajevo.
En la segunda y su museo se alberga por todos estos motivos históricos un manuscrito bellamente iluminado y policromado que recibe la denominación de “Hagadá de Sarajevo” compuesta al parecer en la Corona de Aragón, en Barcelona sobre 1350, que tuve ocasión de disfrutar como uno de los principales testimonios del arte sefardí de todos los tiempos. Conservada milagrosamente por la familia Cohen después de la escarda por la que apenas quedan judíos sefardíes en Bosnia de la Segunda Guerra mundial, en que fue borrada del mapa la sinagoga de Mostar y diezmada aunque conservada su bella sinagoga central, pues hubo más de veinte, de Sarajevo.
Hoy museo casi etnográfico, contiene valiosísimos testimonios documentales, históricos, objetos rituales y vestuario que engalanaron la vida de la ciudad, liderada por las familias Papo, Levin, Eleazar o la de rabinos aragoneses Alkalah (aunque no queda rastro de los Caro, Zaragozano o Marco).
Todos ellos se reunían en numerosos actos sociales, tenían una agrupación coral para cantar romanzas en ladino llamada “La Lira”, eran enterrados en un bello cementerio, organizaron grupos juveniles y se opusieron como partisanos junto a Tito en Herzegovina a las SS desplazadas a Yugoslavia. De lo contrario, ya les pasó en demasía, iban a terminar y lo sabían gaseados en Birkenau como los 40.000 primos de Salónica.
Quedan pocos, algunos instalados como minoría tolerante en Nueva York y en Jerusalén.
Os he contado una parte de mi familia desconocida, la de la judería de Sangüesa de la que provengo según el apellido converso Marco de mi abuela paterna, cuya casa se llamaba Simeón, que tenía un candelabro y vivió en la calle Mediavilla. Estudiada por el historiador navarro Juan Carrasco, nuestro apellido sería otro y probablemente un adjetivo o municipio aragonés o francés, pues buena parte de la comunidad se instaló para comerciar en el camino de Santiago perteneciendo al tipo de los “judíos de ultrapuertos” y portando apellidos como Bergerac o Orthez . Asentándose en calles verdes que se podían cerrar con la particular calle de San Miguel, que da acceso al Palacio del Príncipe de Viana, o en la Población calle Amadores, que arranca de la casa de mi familia.
Me hubiera encantado hablar en ladino en Sarajevo, como me aconteció en Estambul sin pretenderlo a los treinta años, pero no pudo ser. No se encuentra lo que vas a buscar, sino que el alma sale repleta de lo que no.
Sarajevo y Bosnia, históricamente especializadas en atentados contra cada corazón de princesas y príncipes. Apelativo que todos portamos.
Si queréis una banda sonora para acompañar este artículo, podéis poneros “Klaro del Dija” interpretada por la música bosnia Marija Raspudic.
07.08 Luis Iribarren
Inmerso en este nuevo proyecto, una de las columnas de mi guía del Ebro la compuse para enaltecer la gloriosa capa ilustrada que supuso la corte de la Aljafería de médicos, filósofos y poetas –y seguramente también médicas, filósofas y poetisas-, la importancia en su hojaldre de las cremas pasteleras sustanciosas producto de las poesías del médico tudelano HaLeví, las crónicas de viajes de Benjamín de Tudela y la importancia de Moshé Portella como uno de los principales ministros y gestores de la Corona de Aragón.
El legado de la herencia sefardí en Aragón fue profundamente impulsado y cuidado por Javier Lambán como amante de la materia y cincovillés, en su gestión en la presidencia de la Diputación Zaragozana. A su equipo debimos la estelar exposición y catálogo denominada “Hebraica Aragonalia” de 2002.
De la que manó la iniciativa de desarrollar en Cinco Villas el que se denominó “Aragón, Espacio Sefarad”, espacio conjunto que se desmembraría en otros espacios en red allá donde la población sefardí llego a alcanzar la mitad de la total: en Ejea dedicado a la medicina judía aragonesa, el de vida cotidiana reservado a Biel y su bellísima juderia, el de la mujer de Tauste y el de Uncastillo en que pervive una increíble sinagoga y un puente de los judíos por el que desfilaban los finados a su cementerio, a los rituales sobre la muerte.
Brillantísima exposición coronó en el Palacio de Sástago esta labor. En aquellos tiempos de los inicios de milenio en los que el estadista asquenazí aunque del HaLikud conservador Ariel Sharón –su padre un Schneiermann de Brest- presidía Israel y el enorme intelectual laborista Shlomo ben Ami, amante y embajador en España, amigo de Felipe y dominador del ladino y del español moderno, dejó de ser su brillante ministro de exteriores porque era hijo político de Shimón Peres.
La corriente ideológica de Sharón que viene de Rabin y ha exaltado hasta las últimas consecuencias Netanyahu (alias de Mileikowski) bebe del pensamiento pan sionista del pensador de Odesa Vladímir Jabotinsky, del que surge la corriente política sionista “Beitar”. Que se resume en que, ya que nunca nos darán nuestro espacio ni en Rusia ni en la tierra prometida y siempre pretenderán echarnos, no hay nada que dialogar sino exhibiendo fuera. Porque no nos quieren reconocer y sabemos que nos mentirán negociando. Ello aproxima a los seguidores del “Beitar” al Sindicato de Camioneros de Chicago y los pistoleros judíos de Meyer Lanski, que seguramente irían a echar una mano a Israel y que paralizaron el Puerto de NY para que no se pusiera al servicio de Hitler.
Dicha posición, con tanto calado hoy y acogida nada menos que por los políticos alemanes, la aborrecieron los padres fundacionales de Israel también de origen ucraniano-polaco, especialmente David Ben Gurion, del que fue continuador Peres, y motor del movimiento Mapai, que ha sido arrasado de la faz de la actual política israelí. Derivado del sindicalismo de izquierdas judío europeo equivalente a la UGT, el Histadrut, que se plasmó en el florecimiento de la economía colectiva kibutzim, tan romántica pero hoy devenida en justificativa de muros de separación y sostiene que hay que convivir con los palestinos de la forma negociada que sea –y que no incluya financiar a Hamás según el principio cuanto peor, mejor (estoy oyendo a M. Rajoy desarrollarlo-.
Todos los protagonistas del espacio aragonés sefardí homenajeados en 2002, así como los de la extensa aljama de Zaragoza y los confeccionadores e impresores de textos sagrados de Huesca e Híjar (el legado de Alantasi), fueron compelidos a su conversión por el dominico Vicente Ferrer y el Papa Luna antes de su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos.
Cuando vieron las barbas de sus vecinos cortar, los judíos del norte aragonés pusieron las suyas a remojar emigrando inicialmente al más independiente Reino de Navarra en que no se les expulsó sino hasta en 1498 de no convertirse. Esta última oportunidad de gracia tampoco obtuvo el resultado deseado, llegando hasta nuestro Reyno vecino la corriente derivada de la propagación de la peste impulsora de la expulsión que fue iniciada en Francia e Inglaterra y que provocó la concentración desde inicios del siglo XIV de la población judía en juderías aisladas y cerradas, en calles de interior que pudieran cerrarse con edificaciones respaldadas en las murallas.
Nada menos que hiri barrenean, en euskera roncalés.
Los sefardíes que no siguieron la vía de Fernando de Rojas o Bartolomé de las Casas, que se vengaron literariamente de la vergüenza de someterse a juicios sobre su limpieza de sangre y españoles heterodoxos de mucho bien, partieron hacia el norte de África, especialmente Melilla y Fez en el caso de los del centro y sur peninsulares.
Los judíos navarros eligieron Bayona a que le dieron su brillo mercantil y naval.
Los aragoneses siguieron dicho camino si pasaron antes por Navarra, o bien conocedores del hostigamiento español y portugués a las colonias del Magreb, dieron el largo paso de asentarse en las juderías del Imperio Otomano, fundamentalmente en la propia capital Estambul, donde todavía se puede hablar ladino, Salónica y, a partir de ella, en Ragusa o Duvrobnik y las ciudades de Mostar y Sarajevo.
En la segunda y su museo se alberga por todos estos motivos históricos un manuscrito bellamente iluminado y policromado que recibe la denominación de “Hagadá de Sarajevo” compuesta al parecer en la Corona de Aragón, en Barcelona sobre 1350, que tuve ocasión de disfrutar como uno de los principales testimonios del arte sefardí de todos los tiempos. Conservada milagrosamente por la familia Cohen después de la escarda por la que apenas quedan judíos sefardíes en Bosnia de la Segunda Guerra mundial, en que fue borrada del mapa la sinagoga de Mostar y diezmada aunque conservada su bella sinagoga central, pues hubo más de veinte, de Sarajevo.
Hoy museo casi etnográfico, contiene valiosísimos testimonios documentales, históricos, objetos rituales y vestuario que engalanaron la vida de la ciudad, liderada por las familias Papo, Levin, Eleazar o la de rabinos aragoneses Alkalah (aunque no queda rastro de los Caro, Zaragozano o Marco).
Todos ellos se reunían en numerosos actos sociales, tenían una agrupación coral para cantar romanzas en ladino llamada “La Lira”, eran enterrados en un bello cementerio, organizaron grupos juveniles y se opusieron como partisanos junto a Tito en Herzegovina a las SS desplazadas a Yugoslavia. De lo contrario, ya les pasó en demasía, iban a terminar y lo sabían gaseados en Birkenau como los 40.000 primos de Salónica.
Quedan pocos, algunos instalados como minoría tolerante en Nueva York y en Jerusalén.
Os he contado una parte de mi familia desconocida, la de la judería de Sangüesa de la que provengo según el apellido converso Marco de mi abuela paterna, cuya casa se llamaba Simeón, que tenía un candelabro y vivió en la calle Mediavilla. Estudiada por el historiador navarro Juan Carrasco, nuestro apellido sería otro y probablemente un adjetivo o municipio aragonés o francés, pues buena parte de la comunidad se instaló para comerciar en el camino de Santiago perteneciendo al tipo de los “judíos de ultrapuertos” y portando apellidos como Bergerac o Orthez . Asentándose en calles verdes que se podían cerrar con la particular calle de San Miguel, que da acceso al Palacio del Príncipe de Viana, o en la Población calle Amadores, que arranca de la casa de mi familia.
Me hubiera encantado hablar en ladino en Sarajevo, como me aconteció en Estambul sin pretenderlo a los treinta años, pero no pudo ser. No se encuentra lo que vas a buscar, sino que el alma sale repleta de lo que no.
Sarajevo y Bosnia, históricamente especializadas en atentados contra cada corazón de princesas y príncipes. Apelativo que todos portamos.
Si queréis una banda sonora para acompañar este artículo, podéis poneros “Klaro del Dija” interpretada por la música bosnia Marija Raspudic.
07.08 Luis Iribarren