22.1.20

Sin raíces no somos nada. Un muerto viviente

Aquí El Roto no nos envía una de sus fabulosas gotas de humor ácido sino va directamente al meollo, a la sustancia. Sin raíces no somos nada. Necesitamos estar agarrados a un sitio en concreto, a alguna tierra que nos dé sabor y seguridad. No es posible ser ciudadanos del mundo, excepto que en realidad seas ciudadano del mundo, algo imposible.

Es posible que la tierra a donde estemos agarrado no sea del gusto nuestro. Depende de qué especie seamos. Puede faltarle calcio, fósforo o hierro. Pero será nuestra tierra hasta que nos arranquen de ella. Y si intentan trasplantarnos, casi siempre además de sufrir, nos dejaremos gran parte de las raices en el intento.

Pistero y Torzón, las dos palabras de esta semana

Hay palabras poco usadas y que en las vidas de cada uno representan o recuerdos o curiosidades. Incluso hay palabras que te llegan por casualidad y se quedan por su sonoridad o por no haberlas escuchado nunca. Hoy voy hablar levemente de TORZÓN y PISTERO.

Pistero me llegó de casualidad y como un oficio o responsabilidad más que como un adjetivo. En los pueblos no muy grandes, antes cuando todo parecía existir de otra manera, los lugares pequeños necesitaban tener un espacio de convivencia donde bailar o reunirse en Fiestas. Era la llamada Pista de Baile. Daba igual si era la escuela, la tienda convertida en algo diáfano o un pabellón siempre cerrado. Y normalmente el Ayuntamiento elegía a una persona que vigilase el buen orden y la tranquilidad. Esa persona era “El Pistero”, el que vigilaba la pista. No veo reflejado este oficio por la RAE, pero todos los pueblos medianos tenían en Aragón su pistero.

La otra palabra bella y dura es Torzón, que si bien se reconoce como una enfermedad leve de las caballerías, yo la recuerdo perfectamente durante tres décadas asignada a una persona en concreto. A Eduardo le daban torzones y al resto nos daban colitis o problemas estomacales. No sé bien el motivo de la distinción pues ya llegué cuando así era. Un torzón era una semana de baja, o como poco 3 días laborables. Y siempre los torzones empezaban en lunes. No existía el torzón de miércoles y mucho menos de viernes. Siempre decíamos con sonrisa maliciosa que los torzones de Eduardo eran provocados para dedicarse el lunes a otros menesteres ajenos a su trabajo habitual. Aunque es verdad que había torzones reales. Cuando sabíamos que se iba de cena, de boda o de cumpleaños, al lunes siguiente ya había que preparar cambios en la distribución del trabajo. Y lo sé porque lo sufría. Un torzón es un abusar de la vida, pero era en este caso un aliviadero para rellenar levemente las arcas del trabajador mal pagado.