Es imposible entender y menos comprender la Transición Política en España sin contar en cualquier mesa de reflexión y análisis, con la presencia repugnante y equivocada de ETA en todo el proceso de cambio, distorsionando los caminos y las posibilidades.
ETA fue un grave problema para el País Vasco, para también (o sobre todo) para España y su proceso de Transición, sobre todo en la década de los años 80, cuando su actividad violenta era tremenda y cuando España no contaba con la ayuda de Francia para acabar con el Santuario de ETA en el sur del país vecino.
Económicamente era brutal el coste del terrorismo en múltiples aspectos de la economía de España, pero a la vez del miedo económico, existía el miedo físico y mental en la relaciones de las personas, en las decisiones para que las mejores personas se dedicaran a la política, o para tomar decisiones políticas de calado sin molestar más todavía a las cúpulas militares, o incluso para diseñar un sistema eficaz de seguridad nacional al tener que pivotar todo sobre el drama del terrorismo.
Aquellas mañanas laborables de asesinatos constantes parecían no acabar nunca. Las 9 de la mañana era la hora elegida casi siempre para dar hachazos y en cuanto cortaban los informativos de la radio, ya sabíamos todos que otro asesinato se había producido.
Sólo en 1980 se produjeron 98 asesinatos por la acción de ETA (no hay por desgracia ni consenso exacto del número de personas asesinadas), que aunque pueda parecer hoy una cifra casi asumible por el balance tan sangriento de los atentados radicales islamistas de la actualidad o de las guerras repartidas por todo el mundo, estamos hablando de atentados que en muchos casos eran hacia una persona en concreto.
En aquel 1980, si sumamos los asesinados por la ultraderecha y por los GRAPO, nos vamos a unos 122 asesinados. Si sumamos los fallecidos de ETA en enfrentamientos con las fuerzas del orden público nos vamos a 128 personas. Un total de 72 atentados en un solo año, más de un atentado a la semana.
Económicamente era brutal el coste del terrorismo en múltiples aspectos de la economía de España, pero a la vez del miedo económico, existía el miedo físico y mental en la relaciones de las personas, en las decisiones para que las mejores personas se dedicaran a la política, o para tomar decisiones políticas de calado sin molestar más todavía a las cúpulas militares, o incluso para diseñar un sistema eficaz de seguridad nacional al tener que pivotar todo sobre el drama del terrorismo.
Aquellas mañanas laborables de asesinatos constantes parecían no acabar nunca. Las 9 de la mañana era la hora elegida casi siempre para dar hachazos y en cuanto cortaban los informativos de la radio, ya sabíamos todos que otro asesinato se había producido.
Sólo en 1980 se produjeron 98 asesinatos por la acción de ETA (no hay por desgracia ni consenso exacto del número de personas asesinadas), que aunque pueda parecer hoy una cifra casi asumible por el balance tan sangriento de los atentados radicales islamistas de la actualidad o de las guerras repartidas por todo el mundo, estamos hablando de atentados que en muchos casos eran hacia una persona en concreto.
En aquel 1980, si sumamos los asesinados por la ultraderecha y por los GRAPO, nos vamos a unos 122 asesinados. Si sumamos los fallecidos de ETA en enfrentamientos con las fuerzas del orden público nos vamos a 128 personas. Un total de 72 atentados en un solo año, más de un atentado a la semana.
Tristemente en este 2025 todavía hay bobos sociales que siguen sacando el tema de ETA para que sea escuchado por los que por edad no lo vivieron de cerca. Quieren todavía sacar rédito de unos hechos tremendos que vistos con los años no tienen ni explicación histórica ni mucho menos social.
No sabemos en este 2025 cómo hubiera sido la Transición en España si no hubiera existido ETA. No sabemos qué hubiera funcionado en aquella España llena de miedos golpistas, pero sí sabemos que aquello no se pudo resolver antes, por varios motivos incluso tácticos o técnicos.