17.5.25

Los miedos y las angustias


Tener miedos es un buen síntoma que nos indica que estamos vivos y somos responsables de nuestros actos. ¿Qué seríamos, qué haríamos, si no tuviéramos miedos? El miedo nos da responsabilidad, aunque creamos que nos acongoja, nos frena en nuestras posibilidades.

Pero los miedos hay que saber controlarlos, convertirlos en una acción personal positiva e inevitable. Tienes diversos grados, puedes ser perjudiciales para nuestra salud si se convierten en fobias o ansiedades. También los animales tienen miedos. 

La función principal del miedo es alertarnos ante peligros reales o simples peligros percibidos antes de tiempo o que nunca se van a producir. Activa nuestra respuesta de "lucha o huida" (o de parálisis), preparando al cuerpo para reaccionar rápidamente ante una amenaza. Nos impulsa a evitar situaciones peligrosas o al contrario a defendernos huyendo o quedándonos quietos.

Sentir miedo ante posibles riesgos, a veces nos lleva a ser más cautelosos, a evaluar las situaciones y a tomar medidas preventivas. Por ejemplo, el miedo a un accidente nos hace conducir con más cuidado o usar el cinturón de seguridad. Acciones que nunca deberíamos hacer por miedo, sino por seguridad.

Experimentar miedo en una situación (y superarla o evitar un resultado negativo) nos enseña a reconocer peligros en el futuro y a modificar nuestro comportamiento. En momentos de miedo, nuestra atención se agudiza, nos volvemos más conscientes de nuestro entorno y nuestra capacidad de concentración en la amenaza aumenta. Nuestro cuerpo se adapta con rapidez a los peligros que pueden resultar peligrosos incluso para nuestra salud con heridas o golpes.

Es importante diferenciar el miedo saludable y adaptativo del miedo excesivo o crónico (como en la ansiedad o las fobias), que puede ser paralizante y perjudicial para la salud mental y física. El miedo, en su justa medida, es una respuesta biológica necesaria que nos protege, nos enseña y nos ayuda a movernos por un mundo que es potencialmente peligroso.

A veces defendernos de los miedos, supone crear otros miedos o atacar desmesuradamente para defendernos de algo que todavía no era un peligro. Hay que dominar los miedos en su cantidad, en su potencia.

No es lo mismo los miedos que nos provocamos nosotros por nuestras mochilas y formas de ser y comportarnos, que los miedos que nos provocan otras personas o situaciones. Estos segundos, que no son crónicos sino puntuales, son mucho más peligrosos en el grado de respuesta nuestra.