1.10.18

Pensamos sólo con nuestras propias palabras

Somos lo que hablamos, porque somos lo que pensamos. Nos hemos formado con lo que nuestros antepasados han dejado escrito. Somos pues palabras y más palabras, somos un idioma, una forma de entender la comunicación entre personas. Lo que no sabemos comunicar no sabemos dejarlo asentado, no servirá nunca.

Decimos con palabras, con modos de comunicación, sea de forma verbal o escrita, y aquello que no decimos no existe, no lo podemos convertir en ideas, en proyectos, en avances.

En la medida en que empobrecemos nuestro idioma, perdemos el uso de palabras que han empleado durante siglos nuestros antecesores, en la misma medida en que para simplificar nuestra forma de comunicar añadimos palabras o frases cerradas y hechas desde otro idiomas, estamos simplificando nuestros modos de comunicación y por ello nuestro modo de aprendizaje, de crecimiento.

Hay pues que leer despacio, escribir corrigiendo, hablar empleando la totalidad de nuestra forma de comunicarnos, aprender palabras y giros verbales o literarios, y no caer en frase hechas que nos vienen de fuera y que muchas veces ellos las emplean de forma distinta a la que nosotros por simplificar las estamos empleando.

Pensamos con las palabras que conocemos y utilizamos. Somos capaces de defender nuestras posturas e ideas, sólo, con las palabras que conocemos. Nos comunicamos con las personas que nos rodean con NUESTRAS palabras. Si son pocas comunicaremos poco.

¿Alguien podría explicar los motivos de por qué no se nos enseña en las escuelas a hablar en público?

Falsos autónomos. Indignidad laboral

El trabajo actual, el del año 2018 y años cercanos en el tiempo, se ha degradado hasta límites preocupantes en nuestra forma de comportamiento social a la que todavía llamamos Sociedad del Bienestar. En las otras sociedad aún es bastante peor lo que se observa con unos modos que se acercan al esclavismo. Sin trabajo válido y suficiente no hay dignidad humana, no hay economía social, ni funcionan los más elementales sistemas de seguridad para que se mantenga viva y en paz la sociedad, crecen las violencias y desaparecen los futuros. 

Las personas tratadas indignamente en sus posibilidades y autoestima se empiezan a preguntar asuntos sin respuesta positiva, y surge el conflicto cuando no el caos.

El ejemplo más fácil pero no el único lo tenemos en las condiciones laborales de los nuevos empleos relacionados con el reparto a domicilio de paquetes o comidas. En su mayoría son falsos trabajadores autónomos que cobran por cantidad de trabajo unas míseras (casi) limosnas, pero que tienen que admitir las condiciones de trabajo sin normas laborales dignas pues todos tenemos que sobrevivir.

La empresa deja de tener relación directa con el trabajador, se convierte en intermediario y el repartidor en subcontratista que se paga sus seguros sociales, y donde las sentencias judiciales sobre una indignidad laboral permitida son además de contradictorias, absurdas en algunos casos. Pero es cuestión de tiempo el que sentencias del Tribunal Supremo sienten claramente qué es legal y qué es mentira.

El caos que producen los falsos autónomos en el ambiente laboral no se queda encerrado solo en los repartidores a domicilio. En la propia Universidad española hay Profesores Asociados falsamente. En muchos oficios se subcontrata con autónomos que solo trabajan y facturan para una empresa. En el transporte, en los seguros o en venta por teléfono sucede lo mismo. Las Leyes las podemos retorcer, pero también las deberíamos enfrentar contra la lógica de la sociedad.

La indignidad laboral crea indignidad social, debilita la seguridad, el consumo y el futuro en todos los aspectos. ¿En qué pueden creer los jóvenes que han estudiado fuerte para ser ahora manipulados por el Sistema?

30.9.18

Votantes, consumidores, esclavos, alumnos ¿y libres críticos?

La vida no es un vaso que tengamos que ir llenando de conocimientos, somos mucho más y sobre todo tenemos que ser también críticos con lo (los) que nos intentan enseñar. No debemos convertirnos en meras máquinas de un sistema que necesita mano de obra barata y callada, fáciles de recambiar y con los conocimientos justos para ser rentables.

No podemos ser simples votantes de opciones cerradas que nos venden como dicotomías entre el bien o el mal. Ninguna es buena como ninguna es mala per sé. 

En la misma medida en que todos somos religiosos incluso aunque no creamos en ninguna religión. Pero ser religiosos no es ser feligreses de ninguna organización montada para vendernos dioses o santos, normas o mandamientos. Se puede ser religioso del bien común, de la sociedad, de nuestro pensamiento y reflexión. Llevamos miles de años siendo religiosos, mucho antes de que nacieran los Profetas más antiguos de todos. Y aquellas personas sin Profetas ya creían en sus Dioses.

Y sobre todo debemos vigilar muy bien nuestra capacidad de ser clientes, consumidores, pacientes, ahorradores o deudores. Esa es la forma más sencilla de perder la libertad, de que nos conviertan en esclavos 3.0 del siglo XXI.

Debemos ser personas, individuos capaces de leer páginas enteras y no titulares, seres vivos en su totalidad que exijamos una formación continua válida y libre, donde nosotros mismos pongamos los objetivos y las metas. No debemos admitir que todo nos venga impuesto, envuelto en papel bonito y para consumir de forma fácil.

Insistir, persistir, resistir y nunca… desistir

Son cuatro indicaciones básicas: Insistir, persistir, resistir y nunca desistir. Sería una frase clara y contundente de resistencia ante lo que tenga que ser o venir. Y siendo positiva, hay que matizarla para que no parezca una frase de autoayuda tonta. 

Las dos primeras palabras y decisiones vitales ante cualquier tipo de problema (Insistir y Persistir), son claras y no creo que deban tener objeciones. 

Si no insistimos ante lo que creemos, si no persistimos en ello convencidos de nuestras razones, perderemos autoestima y opciones y nunca sabremos hasta dónde podríamos haber llegado con nuestra actitud.

Resistir tiene una doble vara de medir. Resistir sí, pero a veces hay que valorar los costos, las posibilidades, las herramientas…, y empezar a realizar algunos cambios. 


Resistir tras persistir supone que aquello no es nada fácil y que debemos reflexionar sobre los modos que hemos empleado. ¿No deberíamos hacer algunos cambios a la vez que resistimos?

Por últimos nos queda la decisión más compleja. ¿Nunca desistir? Pues no es una verdad absoluta. 


Aquí como lema puede servir, pero como realidad no nos tiene que valer siempre. Desistir o ceder no es siempre sinónimo de derrotarse. 

En toda batalla mental, real, profesional, vital, el pararnos y dar marcha atrás es una opción más, y a veces la más inteligente. 

Pero también es cierto que si las cosas están muy complicadas pero estamos convencidos de nuestras decisiones, desistir no es lo más positivo para nosotros, aunque paguemos un precio alto por esa resistencia.

Puede que nosotros tengamos razón pero que enfrente tengamos a alguien con más razones que nosotros. 


Eso puede suponer que nuestras decisiones sean buenas…, aunque las del contrincante sean mejores. Y que en cualquier otro momento, situación o ambiente, lo que ahora nos obligue a torcernos o incluso a perder, no sea un problema. 

En una partida, negociación o batalla… siempre alguien debe perder…, excepto que se negocien tablas.