19.4.19

Un asunto de merluza y saxofón, No sé qué es peor

Uno se imagina el caos como un sinónimo de la desidia, del desorden, de la basura. Pero también conocemos el caos mental, el de las ideas, el de los pensamientos que derivan en barullos y en sopas de miedos. Todos tenemos fantasmas y caos, pero muchos de nosotros intentamos esconderlos, disfrazarlos, pintarlos de música.

Hoy para comer tengo merluza en salsa verde que eso a vosotros os importa un pimiento. Pero al ver el final, todo el pescado dentro de su salsa con sus guisantes y su perejil, observo que en medio ha quedado la cola, larga, gruesa, gris. Eso es también el caos. Todo lleno de rodajas iguales y blancas y un elemento gris y alargado. Es como un fantasma que se me ha infiltrado en la merluza vasca. ¿Y qué hago ahora con este error?

Lo normal sería tirarlo, retirarlo de la cazuela sin que se diera cuenta nadie, y deshacerme de él. Estorba. No es posible que esa merluza esté buena a los ojos. Cuanto más la miro más ganas me dan de pisarla. Pero la he pagado. ¿Por qué me vendieron una merluza con una cola tan gruesa?

Veo la imagen de arriba y me entran temblores. ¿Cómo es posible meter una botella de agua dentro de un saxofón? ¿Qué opina el saxofón? Es como la cola de mi merluza pero desde Zamora. Estamos llenos de caos y no lo sabemos. ¡¡Qué os voy a contar!!

Nota.: Imagen de Mayte Aparicio, desde Zamora

Los ladrones nunca se creen ladrones

El artista de las ideas sin texto, el genial Perich supo retratar en esta viñeta la peligrosa costumbre de algunos jetas de poner cara de amigos y decir a los cuatro vientos que todos roban, pero acostumbrarse a que el fruto de sus robos se crean de su propiedad por haberlos lavado y puesto una gotas de colonia para que huelan bien. 

Los ladrones mas gordos y habituales nunca figuran en la lista de ladrones. 

Jueves Santo de antaño. Cosas de críos

Mis primeros contactos con el Jueves Santo eran paternos, de colonia de día de fiesta y de afeitado a media tarde. Mi padre trabajaba tanto, incluso los domingos por la mañana, que tenerlo en casa un jueves por la tarde era especial. Verlo ponerse guapo, afeitarse delante de mí, ponerse las mejores ropas me parecía casi un milagro. Luego recorríamos con mi madre y mi hermano las iglesias del barrio, buscando estampicas que recogíamos tras dejar cinco o diez céntimos en la bandeja, que nuestros padres nos entregaban antes en un montón.

Según como fuera de guapa la estampita del santo, dejábamos cinco o diez céntimos, que para nosotros era mucho. Nunca he recordado qué hacíamos luego con ellas. Con el tomillo bendecido del Santo Sepulcro, sí. Lo colgábamos del calendario de la pared del comedor. El mismo que siempre teníamos en alto, junto a la radio de antenas que iban por el techo de la habitación hasta el balcón. Hasta que cambiamos de casa, a una nueva, y allí el calendario se desplazó a la cocina.

El Jueves Santo siempre era un día especial pues vivíamos justo enfrente de San Nicolás, de donde salía una procesión enorme y muy especial, llena de símbolos que no siempre entendíamos. Se salvaba de la cárcel a un preso y eso no lo entendía bien. ¿Era malo? ¿Y si era malo por qué lo abrazaban todos en cuanto salía a la calle vestido de oscuro y con la cara tapada, poco antes de salir la procesión?

Hoy recordaba que a media tarde, tras la sobremesa pero antes de salir por la tarde la Virgen a la calle, venían los gitanos ricos de la ciudad a entregar un abrazo con su sobre a los jefes de la cofradía. Entraban a la iglesia, estaban un buen rato y salían vestidos de guapo y con oros y brillos para montarse a su coche que les esperaba donde nadie podía aparcar.

Eran dos o tres familias como mucho, y nunca llegaban juntas. No se mezclaban. Pero todos ellos eran similares. Grandes, fuertes, gruesos, grises claros, sonrientes, amigos de todos, y como entraban salían, entre abrazos y palabras suaves que nunca escuchábamos. Entraban a ver a la Virgen y a dar una limosna me decía mi madre. Pero ellos era como distinto, los trataban como si fueran los jefes de la Virgen. Nunca lo entendí.


18.4.19

Chumy Chúmez y lo que se prohibe

El genial Chumy Chúmez tenía ese humor ácido tan maravilloso para casi todos los tiempos, para desgracia de los que sufrimos el ver que no somos capaces de aprender. Este viñeta de los años 70/80 es un ejemplo más de su mirada, de su capacidad para retratar la realidad. Se note o no se note esa realidad totalmente real.