3.6.08

Tercetos acatarrados (Joaquín Sabina)

Coronas y banderas, qué anacronismo,
cayucos y pateras, qué desconsuelo,
fronteras y aduanas, más de lo mismo.

Encima de las nubes se pudre el cielo,
el mes de octubre estrena su ropa vieja,
las urnas amenazan con Maquiavelo.

El mar es un enfermo que no se queja,
la duda el purgatorio del ser humano,
la paz lleva una bala entre ceja y ceja.

Misterios dolorosos del ciudadano
que no comulga con ruedas de molino
ni confunde a Jesús con el Vaticano.

Tropezando y cayendo se hace camino,
corrigiendo con gallos la partitura,
sobornando a la lámpara de Aladino.

Riendo por la calle de la amargura,
cantando por la esquina del desencanto,
subiéndole las faldas a la cultura.

En román paladino y en esperanto,
la lengua de mi gozo y de mi tormento,
la mina de los lápices que amamanto.

Perdóneme el lector si en algún momento
las musas me retiran su confianza
como la ciencia infusa su sacramento.

En manos de la virgen de la esperanza
deposito otro lunes mi testamento
¿lo firma don Quijote? No, Sancho Panza.

No se los robo, Joaquín, los presto de donde los deja para que algún despistado los lea desde aquí, para darle prestancia a esta página que empieza, para sin ganar, no perder. Su voz suena al recitarse, vive incluso sin estar aquí, en mi cuarto. Es la música.

Potorro

Vaso o vasija en donde se sirve la sal, salero.
Cajoncito con compartimentos, para poner sal y especies.
En coloquial y soez, vulba, órgano sexual de la mujer.

La mirada de la señora con gel

La joven señora de colores me miraba con punzones que taladraban pero no decía nada, simplemente medía con una reglita pequeña sobre la pantalla, y volvía a girar sobre la tripa su mano, y miraba y giraba y medía.

Cuando le pregunté me dijo que no hablara, que debía estar callado, pero yo gritaba sin sonido y ella me taladraba. 


Dejó de girar su mano y me tendió un amplio papel para limpiar de gel mi barriga.

¿Qué tal está mi corazón dilatado?

El palomar abandonado de Castilla

Estaba abandonado de primaveras desde hacía casi una década. Ya los jóvenes no entraban a robar pichones ni a joder a la dueña con sustos, ya no se escuchaba el revoloteo molesto de los cortejos, ya no.

Cuando todavía algunos viejos miraban el palomar abandonado, siempre veían a cientos de blancas tórtolas batiendo alerones. Estaba abandonado pero lleno de recuerdos.

Nadie veía el ahora, solo existía el ayer.