24.11.17

Francisco Umbral y su Suárez

Un excelente cronista de la Transición fue Francisco Umbral que sabía retratar como nadie sus momentos desde la belleza literaria y el doble lenguaje. Os dejo un artículo de Umbral para hacer boca.

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El falangista Herrero Tejedor había taraceado sabiamente la personalidad política de Adolfo Suárez. Le forjó como un arma.

Fernández Miranda sería el arquero entusiasta que iba a manejar tal arma, y cómo lo hizo el saduceo. 

Un día entre los días, cuando creo recordar que ya todo estaba en marcha, Herrero murió un fin de semana en un accidente de carretera, arrollado el coche por un carro de mulas.

Algún ingenio de esta corte explicó que el carro de mulas iba a doscientos por hora.

Nunca se ha explicado bien aquel accidente, pero ya todo estaba en marcha, como digo, y Adolfo empezó a desplegar su personalidad de político fáctico y hombre con prestigios naturales.

Sus discursos cortados, secos, reiterativos, firmes, sonaban a cosa nueva frente a la floralia retórica de su origen falangista. Y, sobre todo, contrastaban con la llorandera de Arias Navarro, a quien el rey desterró en Torrelodones para regar flores.

Pero la Verdad es que cuando Juan Carlos sacó a Suárez de la terna que le había preparado Torcuato, todos escribimos artículos fatalistas y equivocados, glosando la elección como “inmenso error” que devolvía el Estado a la Falange.

Quiere decirse que no habíamos entendido los discursos previos de Suárez sobre asociaciones y esas pijadas, en los que temblaba ya, entre la fronda de las palabras, el acero mortal sobre el pecho condecorado del Movimiento.

El nombramiento había caído mal en la derecha y en la izquierda, pues que la Falange no era querida por nadie, ni querida ni creída por muchos falangistas, como lo prueba la facilidad con que Fernández Miranda les jubiló de la Historia, mientras los consejeros nacionales se aplaudían a sí mismos, sin saber lo que aplaudían.

Los que iban a morir saludaron al futuro, que en realidad era ya un presente.

Pero en cuanto Suárez empezó a hacer cosas por su cuenta, independizado ya de sus hadas madrinas de la recia Falange, hubo un retroceso de estupefacción en la gente.

¿Quién era ese hombre? Sabíamos de dónde venía, pero no sabíamos adónde iba, o nos costaba saberlo o creerlo, de tan bizarro.
Así, el día que legalizó el Partido Comunista, cenaba yo en Liria con Cayetana Alba, todavía sin jesuita al fondo, y me preguntó al costado del fuego, con su fingida ingenuidad tan sabia:

—¿Quieres decir, Paco, que en España vuelven a mandar los comunistas?

—No han mandado nunca, Cayetana. Lo que pasa es que Carrillo ha presentado un papel en una ventanilla, con una póliza, y se lo han aceptado.

El pretenso Areilza nunca hubiera legalizado al pecé, y sin eso no había más que una democracia convencional sin credibilidad en el mundo.

El pecé era la marca democrática y, por otra parte, los comunistas españoles, que parecían muchos y luego eran menos, tenían perfecto derecho a funcionar con su partido.

Años más tarde, Areilza quiso meterme en la Academia y se ha muerto sin lograrlo. Ya decía la Perona, o sea Evita, que el gallego no era para tanto, y le hacía esperar.

Suárez sabía que la legalización de la peluca le costaría muchos disgustos, aunque no sabía cuáles. Luego lo supo: amenaza de fusilamiento, cese y 23-F como fin de fiesta a cargo de los coros y danzas de la Guardia Civil con sus tricornios, que en la televisión sueca llamaban monteras.

Suárez, presidente progresista, bajaba al bar de las Cortes a tomarse un café rápido, aquel bar art-decó que se llevaría por delante el horterismo de los nuevos políticos.

Suárez me invitaba a un café en la barra y hablaba mirando a los ojos; entre su mirada y la mía, sonó su voz cordial, brillaba la ironía y el recuerdo de un artículo cruel que le hice en El País, recién elegido.

No había olvidado el artículo, pero yo ya le seguía en su peligrosa aventura (más que un programa tenía una aventura), y nos mirábamos sonrientes, observándonos, retándonos, mintiéndonos y admirándonos, yo a él, como si nos dijéramos:

—¡Ay!, qué putas somos, Umbral.

Nacimiento de Alianza Popular en 1976

Alianza Popular no se forma como partido político en un principio, sino como una federación de siete partidos diferentes, que en el inicio de la Transición deciden unirse para agrupar fuerza electoral. Siete partidos con siete líderes para siete meses de federación (desde octubre de 1976 a mayo de 1977) antes de formarse definitivamente como partido político propio.

Los grupos que en octubre de 1976 formaron Alianza Popular (origen del actual Partido Popular en el año 1989) fueron los llamados “Siete magníficos”:

Reforma Democrática - Manuel Fraga Iribarne - exministro con Franco
Unión del Pueblo Español - Cruz Martínez Esteruelas - exministro con Franco
Acción Democrática Española - Federico Silva Muñoz - exministro con Franco
Democracia Social - Licinio de la Fuente y de la Fuente - exministro con Franco
Acción Regional - Laureano López Rodó - exministro con Franco
Unión Social Popular - Enrique Thomas de Carranza - diplomático con Franco
Unión Nacional Española - Gonzalo Fernández de la Mora - exministro con Franco

Con el cartel que vemos en la imagen se presentó a las elecciones generales obteniendo un 8,34% de los votos, algo más de millón y medio de sufragios democráticos. Esto les supuso tener 16 diputados y 2 senadores.

Crónicas de un pueblo. Pedagogía franquista de una época


Entre los años 1971 y 1974 se emitió en Televisión Española —la única que había— un programa que marcó un hito en pedagogía política y social. La serie de un joven Antonio Mercero "Crónicas de un pueblo".

Era una serie que contaba la vida de los españoles en un pueblo indeterminado de la Castilla gris, donde aparecían como protagonistas los personajes claves de aquella España.

El alcalde, el cura, el médico, el maestro, la farmacéutica, el cartero, el alguacil, el dueño del bar, el pastor, el Guardia Civil y la esposa fiel. Pero en realidad era mucho más que una serie de entretenimiento. Era una ficha semanal de publicidad encubierta del Régimen, con lecturas entretenidas de los Principios Fundamentales del Estado franquista, que efectuaba el maestro a los niños de la escuela.

Creo que se rodaron 113 capítulos lo que da idea de su potencial pedagógico. Sobre todo a través de un personaje subliminal que aparecía de vez en cuando, al que llamaban el forastero. Ese representaba las dudas, los problemas, las ideas de fuera, los peligros, las visiones totalmente diferentes de un pueblo en paz y armonía.

Como no había televisores en todas las casas y menos en el mundo rural al que parecía dirigirse con más potencia la serie —y a los españoles que ya habían emigrado desde sus pueblos— se potenció el uso de los TeleClub en los pueblos, para reunir a las fuerzas vivas alrededor de historias comunes, bien montadas para la publicidad.


La verdad del atentado a Carrero Blanco no la sabremos nunca

El asesinato de Carrero Blanco supuso la constatación desde el Franquismo que sus tiempos se estaban acabando, y que sus debilidades se basaban sobre todo en su propia incapacidad para respetar a los que no estaban de acuerdo con sus prácticas dictatoriales. Se creían inviolables y el atentado les supuso a los franquista de base el darse cuenta de golpe que existían fuerzas que no controlaban, capaces de producir heridas.

No hay constancia de que desde el Franquismo de aquellas fechas se pudiera sospechar que detrás del atentado podría estar algo más que ETA. La organización del atentado fue en apariencia simple, pero se contó con un explosivo que no era nada habitual (el C4 era fabricado en Estados Unidos para el uso exclusivo de sus Fuerzas Armadas) y que requería grandes conocimientos en su control. Se realizó en una barrio claramente encerrado en su sociedad en la zona de Serrano, cerca además de la embajada de los EEUU y en una zona que había sido peinada pocas fechas antes por la llegada de Henry Kissinger a España.

Parece complicado comprender que en aquellas fechas, en esa zona tan concurrida de personas de una clase social determinada y donde todos los edificios tenían porteros en las entradas, durante 13 días seguidos se estuviera picando por varios jóvenes que también intervinieron en las fachadas de varios edificios y realizaron un túnel bajo la acera y la calzada de la calle Claudio Coello junto a la calle Serrano y Juan Bravo…, y que nadie sospechara nada. Que se tiraran por las fachadas decenas de metro de cable y nadie investigara hasta llegar a una conclusión, a escasos 100 metros de la embajada de EEUU. ¿O sí se investigó?

El túnel subterráneo desde el local pasando por la acera hasta la mitad de la calzada, en forma de T tenía casi 7 metros de largo y unos 6,5 metros de ancho en la zona debajo de la calzada por la que se va a obligar a pasar el coche de Carrero, al poner otro coche en doble fila para estrechar la calle y una marca roja en la pared para poderla ver desde lejos y accionar el disparador. La cantidad de explosivo se calcula en unos 150 kilos más una cantidad sin determinar de dinamita, rodeada de sacos terreros para que la onda explosiva se dirigiera hacia arriba.

Se habla de la CIA, de los Servicios Secretos españoles de la época, de algunos dirigentes comunistas españoles en el exterior, de miembros del sector más bunkerizado del Franquismo. Se sabe que los planes de ETA eran secuestrar a Carrero y a su esposa, y que se cambiaron por indicación de alguien que facilitó horarios y direcciones. Pero los que podrían dar detalles o informaciones concluyentes o murieron o fueron asesinados.

¿Es verdad que España pretendía realizar pruebas nucleares en aquellos años, en el desierto del Sahara, en contra de la opinión de EEUU?


Carrero Blanco era sobre todo un amigo personal de Franco, un claro tecnócrata y nada falangista, un ferviente defensor del catolicismo más duro e incluso antivaticanista, un claro militar en su integridad de pensamiento y posiblemente miembro del Opus Dei o muy cercano a ellos, un juancarlista antes que un defensor de Juan de Borbón pero posiblemente en la convicción de que así sería más fácil poderlo dirigir hacia una continuación del bunker.

No hay que olvidar que Carrero Blanco era una persona culta, muy formada y reservada en su vida social y personal, que escribía y publicaba con el seudónimo de “Juan de la Cosa”, y que odiaba la libertad social como un elemento claramente desestabilizador de todo tipo de sociedades. Odiaba al comunismo con la misma fuerza que a los masones, al judaísmo, al liberalismo, a la libertad de prensa, al marxismo o a las democracias occidentales a las que consideraba débiles.

En su entierro Franco demostró que estaba moralmente acabado llorando ante la viuda de Carrero, mientras era el Príncipe Juan Carlos el que ostentaba la representación oficial.