Cuando en un conflicto de grupo o de equipos de un mismo grupo, hay dos bloques perfectamente enfrentados en una tormenta perfecta de escondidos rencores, de pequeñas diferencias pero que en lo personal se han convertido en heridas sangrantes, tenemos un problema importante que hay que resolver con urgencia y determinación.
Normalmente soy de los tontos que recomiendan el diálogo. Tonto pues quien tiene experiencia sabe que es el camino más largo, más costoso, más lento y con menos resultados asegurados. Pero es el que de lograr la victoria con esta herramienta, suele dejar menos muertos, aunque es posible que los mismos heridos.
Para entablar el diálogo se necesitan mediadores que sean respetados por ambas partes.
Para ser Casco Azul con éxito solo se puede ser americano o ruso. Si quieres ser Casco Azul siendo de Zambia o de Holanda, lo normal es que salgas finalmente como el responsable de todas las desdichas.
Hay que dejarles hablar a todos, intentar que todas las partes pongan sobre la mesa sus papeles, sus dudas, sus odios, sus sangres podridas. Se vacíen y se agoten.
En todo proceso de negociación ambas partes tienen que perder un trozo de su pastel, y todas las partes tienen que llevarse la sensación de que algo han logrado ganar. En una negociación ambas partes tienen que saber que el perder es la inevitable forma de ganar. Pero que nunca debe existir triunfo, sino soluciones.
El mediador sólo puede aspirar a unas tablas teóricas, aunque se intuya que de alguna manera uno de los combatientes es quien ha ganado. Pero no hay que decirlo pues lo importante es la paz final.