2.10.20

¿Qué debemos hacer ante un conflicto de grupos o de equipos?


Cuando en un conflicto de grupo o de equipos de un mismo grupo, hay dos bloques perfectamente enfrentados en una tormenta perfecta de escondidos rencores, de pequeñas diferencias pero que en lo personal se han convertido en heridas sangrantes, tenemos un problema importante que hay que resolver con urgencia y determinación. 

Toca analizar todas las posibles soluciones, desde la extirpación a la cura de urgencia, desde el medicamento agresivo a la vida saludable, desde el entierro al diálogo. 

Debemos recordar —ya de entrada— que los conflictos de Grupo o de Equipos, SIEMPRE, son conflictos entre personas, de muy determinadas personas perfectamente identificadas, como se identifican muy sencillamente los objetivos que pretender lograr con el conflicto. 

Los problema nunca los dan las organizaciones, sino entre las personas que están dentro de las organizaciones.

Normalmente soy de los tontos que recomiendan el diálogo. Tonto pues quien tiene experiencia sabe que es el camino más largo, más costoso, más lento y con menos resultados asegurados. Pero es el que de lograr la victoria con esta herramienta, suele dejar menos muertos, aunque es posible que los mismos heridos.

Para entablar el diálogo se necesitan mediadores que sean respetados por ambas partes. 

Cuando las partes son más de dos, o cuando cada parte se compone de muchas partes, encontrar mediadores es casi imposible pues todos los posibles candidatos saben que saldrán trasquilados.

Para ser Casco Azul con éxito solo se puede ser americano o ruso. Si quieres ser Casco Azul siendo de Zambia o de Holanda, lo normal es que salgas finalmente como el responsable de todas las desdichas. 

Pero admitirlo de entrada, antes de empezar… es un buen principio, pues así nadie se llama a engaño. Todos los papeles ya están repartidos.

Hay que dejarles hablar a todos, intentar que todas las partes pongan sobre la mesa sus papeles, sus dudas, sus odios, sus sangres podridas. Se vacíen y se agoten. 

Es como una partida de ajedrez donde si todos los jugadores son buenos, hasta que no están todas las piezas sobre el tablero en posiciones de pelea, no se puede intentar una buena jugada que conduzca a las tablas, pues hay que sopesar muy bien las piezas de ambos combatientes.

En todo proceso de negociación ambas partes tienen que perder un trozo de su pastel, y todas las partes tienen que llevarse la sensación de que algo han logrado ganar. En una negociación ambas partes tienen que saber que el perder es la inevitable forma de ganar. Pero que nunca debe existir triunfo, sino soluciones.

El mediador sólo puede aspirar a unas tablas teóricas, aunque se intuya que de alguna manera uno de los combatientes es quien ha ganado. Pero no hay que decirlo pues lo importante es la paz final. 

Si el mediador con diálogo busca que una de las partes gane a costa de la otra parte, lo mejor es que de entrada deje que se hagan heridas graves, y entonces la mediación es más sencilla, pues se trata de salvar la vida de uno de los dos grupos. 

Pero ya en esas fases a mi no me gusta intervenir. Yo prefiero que nunca haya ese punto de vencedor y vencido en las negociaciones finales. 

¿Por qué no queremos hacer nada por evitar el huracán?


Dejó escrito el filósofo marxista e italiano Antonio Gramsci la frase de la imagen. Estamos hablando del inicio del siglo XX, hace pues un siglo al menos. Es como si los tiempos no pasaran, o mejor dicho, como si los tiempos se movieran como las ruedas en vueltas inexorables que siempre repiten su posición sobre el barro.

El viejo mundo se muere.

El nuevo tarda en aparecer.

Y en ese claroscuro… surgen los monstruos.

Y en esas estamos, entre la incapacidad para resolver, pero no para detectar. En la turbulencia de unos tiempos que se nos llevan en volandas sin ofrecer soluciones, y con la completa convicción de que TODXS somos responsables de la tormenta, pero no queremos hacer nada para evitar el tumulto, la debacle, el huracán.

Ante la pandemia, la salud mental también es muy importante


Estamos atravesando el desierto brutal de una pandemia mundial que la lleva un millón de ciudadanos fallecidos y contabilizados de forma oficial. Pero sabemos también que tras esta pandemia vienen olas nuevas de enfermedades mentales leves y no tan leves, crecidas por los miedos, los dramas familiares unidos a la economía y el trabajo, al empobrecimiento y sobre todo a las dudas sobre el futuro.

Tenemos que levantar el alma, las ganas, vencer los miedos, salir de esta especie de depresión social, sin perder de vista el respeto a ls normas para evitar los contagios. No hay que ser una persona que piense que todo ha terminado y que ya estamos bien. Ni tampoco que esto no va en serio. 

Pero no podemos caer en el confinamiento personal total, en los miedos, en las apatías, en el hundimiento. Seguro que hay muchas más cosas que todxs podemos hacer y que compensen esas que hemos perdido momentáneamente. 

29.9.20

La jodida España necesita una Terapia de Grupo. Pero no hay terapeutas libres


Hablar hoy del 2020 es admitir que ya estamos de lleno en el siglo XXI, que casi todo lo que conocíamos del siglo XX es como dice Juliana simplemente historia y puede que nos sirva para reflexionar pero no tanto para decidir y muy poco para entender el presente.

En España, tierra de urgencias por no sabe detectar los problemas a tiempo y ponerles soluciones, estamos viviendo una década (2010/2020) tremendamente interesante desde el plano del análisis, pero muy preocupante desde el espacio de nuestra capacidad para afrontar el futuro.

Es cierto que el COVID ha amplificado nuestras dudas y desdichas como sociedad, pero por ejemplo Cataluña venía de lejos, nuestra incapacidad económica para crear empleo es endémica, las dudas sobre la Monarquía son históricas, la desafección política es larga, nuestro barullo político de enemistades y dudas tiene dos décadas.

España no entiende del todo al Mediterráneo, no es capaz de copiar a Europa, sabe que su vecino Marruecos es cada vez más listo, y que su troceamiento social va en aumento y son contagiosos sus percances territoriales. 

A eso hay que añadir los tontos de poca lectura que abogan por una vuelta a la mano dura, al palo sin zanahoria, como demostrando que además tienen razón pero al revés. España sin dictadores parece menos… simplemente porque nuestro carácter es jodido para gobernar y nos falta pedagogía social.

Ayer ví a Quim Torra mitad dolido y jodido, pero mitad relajado y sosegado. Es como si por dentro admitiera que por fin se ha podido liberar de lo que le aprisionaba. Es muy jodido ser político en España. Y cuando vuelves a respirar lo agradeces. 

Esto tiene una doble lectura. La política es una escuela inmensa. Desde dentro se aprende lo que es imposible aprender desde fuera. Y lo curioso es que cuando ya estamos aprendidos de nuestras obligaciones, devociones y trabajos políticos…, o nos echan o nos vamos alegres y contentos por dejarlo todo. 

La experiencia en política es diez o doce grados que solo se pueden aprender desde dentro. Y es necesario saberlos pues moldean las posibilidades, las opciones de gestión y modifican el carácter. Todos los que quieren entrar lo negarán, los que acaban de llegar se pondrán en modo silencio y los que salen asistirán con el corazón.

Pero como ahora no hay políticos con experiencia, siempre están aprendiendo y equivocándose. Esto no se aprende en un año, y ahora te guardan todas las tonterías que vas diciendo para refrotarlas cuando quieran los demás. 

Aprender rápido es imposible, os lo aseguro, pues las mayores lecciones se logran a base de equivocaciones. Y cuando ya te has equivocado varias veces, tantas como para tener experiencia, dejas demostrado que ya no vales y que debe entrar el nuevo, el que todavía no se ha equivocado nunca.