22.7.25

Bosnia hoy. 01


Si hay un historiador que me gustaba revisar cuando era un fanático de la materia era Eric Hobsbawn. En mi infancia tuve magníficos profesores de historia de España, don Armando Moreno en el colegio, y varios en el Instituto. Y la amaba, aunque más la geografía de la que nació mi pasión por el urbanismo.

La historia europea nos la explicaban deprisa y corriendo. La de la Guerra Civil empezó en mi época de escolar a contarse a dos tímidas velocidades. Cómo puede un niño entender una santa alianza o los efectos de un tratado desplazando poblaciones.

Vivir la geografía soluciona todas esas preguntas. Viajar y darse cuenta que en 2025 las alianzas siguen siendo las mismas. Con acento permanente en la historia y política de los Balcanes, siendo mi recomendación empezar por sentir Turquía como amalgama y tras ello, con límite en Hungría, recorrer toda esta convulsa región del sureste europeo que el Imperio Otomano poseyó, violó, administró y también adornó con su perfume.

Lo fue en el más corto de los plazos, el caso húngaro, durante dos siglos y en el más común, nada menos que durante seiscientos años de sucesión de gobiernos provinciales o bajalatos de Serbia, Bosnia y Albania.

Cualquiera que me recuerde lo hará de niño con un atlas en la mano, lleno de colores y de flechas. Yo he sido un incombustible memorizador de nombres de ciudades de la Cuenca del Ruhr, del valle medio del Volga (Samara y Kazán), al alimón con la intensidad con se me quedaban los nombres de los jugadores de baloncesto de los 80, especialmente los de la selección yugoslava. Aquella que jugaba contra la España de los Arcega y en que brillaron el zaragozano Epi, Corbalán y Fernando Martín, pionero colono americano.

La selección balcánica (se decía entonces, cuando Grecia también podría haberse apropiado el adjetivo geográfico y no era manca en talentos) cuyo equipo base era un combinado multiusos entonces aconfesional por decreto comunista de eslavos del sur, todos hablantes en serbocroata, pero de diferentes orígenes confesionales integrado por Dalipagic, Delibasic, Kicanovic y Radovanovic. El penúltimo le dio un codazo de cárcel a Corbalán en el mundial de Cali, partido del año 1982 que vi con Manolo Reyes en el “Bar Tango”, pantalla grande, de la Calle Villacampa de Zaragoza en que España quedó cuarta, derrotada por Yugoslavia. Correspondiendo el cetro mundial a la Unión Soviética y la plata a la USA del Oso Pinone. En el combinado español fue el último baile para el elegante y distinguido vaquero Wayne Brabender.

Daba gusto ver a los que luego, a través de sus representantes, se pegaron tiros en el alma. Jugando en el estilo libre que Ranko Zeravika trajo a Zaragoza, nadie podía anticipar el dolor de la enemistad sobrevenida de Drazen Petrovic y su pivot Vlade Divac. Una de las dos croacias te han de helar el corazón.

Desde niño quise ir a Yugoslavia, luego me decepcioné ante tanta carnicería étnica con todos malos y buenos que pagaron con su vida y propiedad los menos psicópatas, y así visitar los lugares míticos que aún conserva mi colección de sellos. Las ciudades costeras dálmatas, el monte Triglav y el lago de Bled, la ciudad histórica de Ohrid donde se codificó el cirílico, los monasterios serbios en Kosovo, el estrechamiento del Danubio entre Serbia y Rumanía, la ciudadela de Belgrado o los bosques impenetrables de Durmitor y Bosnia Central.

He comenzado, más vale tarde que siempre, por Sarajevo y Bosnia. Precisamente al tratarse de la sede olímpica de invierno de los juegos de esa época, 1984, cuando Jaca soñaba con lo mismo. Previos al desmembramiento de la Yugoslavia aconfesional, partisana y atea del comandante Tito, Marsala Tita, a quien todavía homenajea la avenida principal de Sarajevo, capital de una federación confesionalmente musulmana.

Bosnia alineada políticamente no se sabe muy bien con quién en el Islam: al ser hija cultural de Turquía, tener diversos recordatorios en forma de placas y centros culturales de la contribución económica y personal de iraníes en tiempos del cerco de Sarajevo pero recibir su universidad en reconstrucción una contribución fundamental del Fondo Saudí de inversiones.

La sanfaina se completa si le metemos dados de berenjena con que el principal edificio de vidrio refulgente de la Avenida Tito lo usufructúa, logotipo al aire, la cadena televisiva Al-Jazira y que, a diferencia de Japón y su discreta embajada en inmueble austro-húngaro, Estados Unidos haya erigido en el barrio de la Universidad una como un portaaviones que no deja indiferente.

Después están los serbios de Bosnia, con su república serbia. Que dentro del estado bosnio al que se confederaron en los acuerdos de Austin no usan Sarajevo como capital administrativa, porque lo islámico ni siquiera rebajado les representa. Para eso la bombardearon desde arriba, desde los montes que albergaron las pruebas olímpicas, y vivieron planificando barbaries en Pale. Una especie de Utebo si la relacionamos con Zaragoza, o Guadalix si pensamos en Madrid.

Estos serbios aún viven en determinados enclaves de su no capital, la propia y que ejerce como tal es Belgrado –con sucursal en Banja Luka-. En pandemia si existía alguna incidencia en alguna de sus calles no intervenía la Armija bosnia ni la policía “musulmana” sino que había que dejar a la persona tirada en el suelo, dentro de un mismo país en que todos comen falafel, hasta que apareciera uno de sus policías de la República Srpska. En el territorio que dominan y que incluye Tuzla y nada menos que Srebrenica, aunque se hayan quedado a vivir sus indeseables vecinos croatas y musulmanes, ha sido en santo territorio serbio ortodoxo así adjetivado.

El líder de esta curiosa república quiere suscribir una alianza de mutua defensa con Serbia y Hungría, que otrora no se podían soportar en Voivoidina. Hoy constituyen una nueva Santa Alianza junto a los países de Cirilo y Metodio: Grecia, Rusia y ellos dos.

Croacia y Eslovenia siempre se sintieron Austria pues albergaron sus puertos. O Venecia. O directamente, con Polonia, la Ciudad del Vaticano de los eslavos.

Así que cada tres generaciones se renuevan los odios con el resultado que conocemos. Si prospera Sarajevo visitada por los emiratíes, contrataca Zagreb como sucursal berlinesa y desconfía y llama a los primos rusos el zar populista o comunista de Belgrado. Con el crucifijo ortodoxo en mano y sus iglesias de llantos de cebolla.

Porque Yugoslavia es tal cual como nos la facturó el cine de Kusturica, con los zíngaros del lugar encargándose de ejecutar por dinero lo que los demás conciban. Manchándose como aconfesionales las manos.

Metamos en la ecuación a la Unión Europea intentando acelerar la integración como tapones de Rumanía y Bulgaria, generando enclaves aislados de Rusia que no quieren saber nada de enrolarse en la ONU.

22.07 Luis Iribarren