30.11.16

Cercanía, convivencia leve, intimidad

Cuando hablábamos aquí de la intimidad de las aceras en las ciudades, de ese concepto sociológico de intimidad urbana, de relación entre convecinos y que se da en la calle, saludando y comunicando asuntos personales…, dejamos sin terminar de explicar la realidad de este concepto.

Dejamos fuera lo que podríamos llamar “cercanía” o “convivencia leve”. Es cierto que en algunos barrios se da esa relación especial entre personas que realmente no se conocen pero se saludan. Nadie ha estado nunca en la casa del otro. Y nunca estarán. La intimidad de las aceras, termina en las aceras. Incluso hay que advertir que creemos peligroso llegar a más, y que se intenta evitar por todas las partes.

Es una relación pequeña, suficiente para crear sensación de seguridad en las calles, pero nada más que eso. En pocas ocasiones las personas que se saludan por las aceras, quieren llegar a tener más relación, y muchas veces quien lo intenta se ve desplazado del saludo anterior. Curiosa forma de lograr ir a más que se convierte en ir a menos.

La intimidad real, la de la cueva, es de un valor inmenso que en las ciudades no se quiere perder. Y la cercanía excesiva acaba con ella. Por eso se evita la cercanía real, la convivencia aunque sea leve. Y si hay que crear por algún motivo esa convivencia leve, por ejemplo la de tomar café por las mañanas, se prefiere elegir para esos núcleos a personas que NO estén cerca. Se evita la cercanía para aumentar la convivencia leve.

Curiosa forma de crear sociedad, pero prima en muchos casos la intimidad de la cueva. Por eso con los vecinos de escalera, a diferencia de lo que sucedía hace unas décadas, la relación de cercanía, en estos tiempos, no existe apenas. Es un método de autodefensa para lo que pudiera pasar, aunque nunca vaya a pasar nada. Amabilidad en su justa medida y si nos pasamos…, viene la desafección, la lejanía en un tiempo, para evitar la leve convivencia.

29.11.16

Antes de talar árboles, hay otras soluciones


En algunas ciudades los árboles que tienen el peligro de caer con el viento, dado su tamaño y forma creada por su propio desarrollo que no hemos sabido controlar, literalmente se talan para evitar males mayores. Cuanto más grandes son, más peligro representan y antes se talan sin más miramientos. Pero hay otras soluciones no tan drásticas.

En Madrid, en concreto esta imagen es del Parque del Oeste, a los ejemplares de árboles que se consideran importantes por su edad o desarrollo, se les coloca unos tirantes de goma gruesa, negra, para crear entre las ramas una red de sistema muy disimulado que los sujeta entre ellos. Unas ramas sujetan a las otras y entre todas crean un sistema de defensa contra las caídas accidentales.

Siguen cumpiendo su función de sombra, de paisaje, de relleno de zonas pues suelen ser árboles de gran porte, y casi no se nota el sistema de apoyo par que no puedan producir problemas a los viandantes. Y estoy seguro que a la larga es más barato este sistema que talarlos y no poder plantar un nuevo ejemplar hasta pasados excesivos años.