9.3.20

La izquierda está ciega y no sabe a quien debe gobernar

Esta frase la escribía en su artículo semanal Javier Cercas para el Semanal de El País. Para un votante de izquierdas y mucho más para un militante de izquierdas, es muy duro que nos estemos olvidando de que la batalla es casi siempre económica, de desigualdad de derechos y de reparto, de acceso a los mismos servicios, a la misma educación o sanidad. O incluso a la misma justicia. 

Con estas izquierdas actuales, en España, Europa o donde queramos mirar y rascar un poco, las derechas del poder, las económicas que mandan de verdad, están encantadas de conocerlas y dejarlas que gobiernen.

Y lo curioso es que fuera de ellas solo quedan ya las imposibles, las infantiles, las anarquistas, las muy antiguas. No hay término medio. 

O creemos que a los ricos también debemos gobernarlos desde la izquierda, cuando ellos se gobiernan muy bien solos, o nos vamos al otro lado y pretendemos crear una sociedad del siglo XIX pero con teléfono móvil. No es lo mismo gobernar que controlar.

La izquierda no puede estar con los ricos, no debe tomar café para escucharles, si acaso para degustar el café de Comercio Justo y explicarles que es mejor que el que ellos venden. La izquierda tiene que estar con los débiles, pero con todos los débiles. 

Si queremos defender a la mujer que es lógico y necesario, hay que defender a TODAS las mujeres. La inmensa mayoría, las que más sufren, esas no tienen quien las defienda y sabemos muy bien de quién estamos hablando. En España y fuera de España.

La Clase Media ya tiene su Sanidad Privada o de Seguro Privado. Y es verdad, la Clase Media es la que puede mover el país, pero no estamos en el Gobierno para facilitar las cosas a los que ya votan derechas desde siempre. Estamos en el Gobierno para defender y ayudar a los que nunca son ayudados cuando vienen mal dadas.

Los dormitorios no son para dormir. Son para soñar

Las personas somos la suma de dormitorios, el lugar del hogar más propio, más interno, más íntimo, donde nacemos y morimos. Nunca deberíamos morir en la calle. 

Yo tengo varios dormitorios fijos. Uno en Martorell, otro en Anzánigo, uno en Zaragoza, otro en Teruel y luego otro más en Madrid. Todos son dormitorios propios, siempre el mismo, con mis sábanas y mi almohada. Bendito invento el de la almohada hecha a tu medida. 

El de Madrid es menos fijo pues depende entre tres pequeños apartamentos turísticos, pero ya nos conocemos bien los tres y allí sí, las almohadas son del tun tun. 

En mi vida he tenido muchos más dormitorios fijos. En Gurrea, en Miranda, en Soria, en Cambrils, en Birmingham, incluso de niño en Huesca. Lugares fijos donde ponerme horizontal y soñar. 

Un dormitorio se compone precisamente solo de eso, de ser el contenedor de los sueños. Los vamos dejando pegados sobre las paredes y sabemos que son los nuestros pues casi nadie va por allí a dejarse engañar. 

El último dormitorio ha sido en Teruel. Ya es mío. El primero en el Boterón, del que ya nada queda.