22.4.11

Una obra de arte es aquella que deseamos que sea una obra de arte

Cuando vemos una obra de Arte abstracta o surrealista ( o de muchas otras asignaturas artísticas) nos preguntamos, ¿qué es el Arte; a qué debemos considerar Arte?, sin sabernos responder bien a una pregunta que nos parece casi imposible, pues la pregunta que nos hacemos —en realidad—, enseguida lo aclara todo. Si nos estamos preguntando si aquello es Arte o no, la respuesta es: que para nosotros NO es Arte.
Realmente el Arte es aquello que queremos que sea Arte. Somos todos nosotros los que convertimos en Arte lo que creemos que es Arte. La respuesta es tan ambigua y sencilla que parece imposible, pero realmente no habría otra respuesta mejor. Si que sabemos lo que NO es Arte. No lo es, lo que no es creación, lo que es copia de una obra de Arte que se convierte en artesanía (¿o si y a veces también es arte?), lo que no produce sentimientos sean del tipo que sean.
Es más fácil saber, qué NO es Arte, que asegurar lo contrario; sobre todo porque algunas obras de Arte actuales serán consideradas fuera de los cánones del Arte en el futuro, aunque esto nos importa poco, pues el Arte también tienen derecho a ser efímero, a durar poco en el tiempo.

El autor de esta obra de Arte que os dejo arriba como pequeño ejemplo (de René Magritte), nos avisa en su cuadro con el texto que nos pone debajo, que esto que nos muestra en el cuadro no es una pipa de fumar.
Y es cierto.
Por mucho que miremos la imagen y observemos bien lo que nos parece una pipa de fumar, en realidad estamos viendo un cuadro, una obra de Arte. Juega con nosotros como en muchas de sus obras, pero tiene razón. A veces buscamos en un cuadro, en una obra de Arte, algo que ya conocemos para reconocerlo plasmado en él. Cuando en realidad, el artista simplemente ha intentado plantear dudas, conceptos, formas, colores, sonidos incluso.
Una obra de Arte es simplemente eso, una obra de Arte.

21.4.11

Tengo a un asesino parado entre párrafos sin escribir y está algo cabreado

Tengo a un asesino de monjas más de una semana pendiente de matar, o al menos de aclarar por qué mata, y eso no está bien, pues se me puede cabrear tanto el asesino como los vecinos de las monjas o lo que podría ser peor, olvidarme de sus objetivos, que deberían ser beneficiosos para mi pobre novela.
Lo malo de parar una novela a media escribir es que a veces se te va olvidando la trama y hay que volver a releer lo escrito para no cometer muchos errores. Los personajes van cobrando vida y no les sienta nada bien quedar unas semanas en el congelador esperando a que te venga bien seguir dándoles vida. Así que me he propuesto seguir con mi novela de San Nicolás y los muertos, que además de robar cometían algo peor, pues no tenían ni puñetera idea de lo que estaban haciendo.
A veces asesinar o robar no es lo peor de una historia real, muchas veces lo que se esconde dentro de las intenciones es peor que los hechos tontos que se nos enseñan en las primeras lecturas. Incluso a veces matar sirve para esconder otras intenciones.
Tudi, que es el personaje principal que busca culpables con la intención de ganar unos dineros descubriendo tesoros, es en realidad un hombre que disfruta desenredando madejas viejas. Y como goza del mal ajeno y de sus entrañas, pues de él vive, no debemos dejarlo en el olvido y por ello continuar su caminar entro párrafos nuevos.
Sin el escritor, los personajes no son nada. Sin los personajes, el escritor tampoco es nada.

Los personajes necesitan del autor. El autor necesita de la vida de los personajes

Tengo a un asesino más de una semana pendiente de matar, y eso no está bien, pues se me puede cabrear y lo que podría ser peor, olvidar de sus objetivos beneficiosos para mi novela.
Lo malo de parar una novela es que a veces se te va olvidando la trama y hay que volver a releer lo escrito para no cometer muchos errores. Los personajes van cobrando vida y no les sienta nada bien quedar unas semanas en el congelador esperando a que te venga bien seguir dándoles vida. Así que me he propuesto seguir con mi novela de San Nicolás y los muertos que además de robar cometían algo peor, no tenían ni puñetera idea de lo que estaban haciendo. A veces asesinar o robar no es lo peor de una historia, muchas veces lo que se esconde dentro de las intenciones es peor que los hechos tontos que se nos enseñan en las primeras lecturas.
Tudi que es el personaje que busca culpables con la intención de ganar unos dineros descubriendo tesoros, es en realidad un hombre que disfruta desenredando madejas viejas. Y como goza del mal ajeno y de sus entrañas, no debemos dejarlo en el olvido y por ello continuar su caminar. Sin el escritor, los personajes no son nada. Sin los personajes, el escritor tampoco es nada.

20.4.11

El poder del libro en papel contra el del libro electrónico

Veía esta semana la excelente exposición “Alejandro Magno. Encuentro con Occidente” en el Canal Isabel II de Madrid, y entre los numerosos objetos que se muestran hay una serie de cerámicas de arcilla con textos en relieve que enseñan manuales de muy diversas procedencias, incluso una tabla de multiplicar para escolares, y todas con más de 2.000 años de antigüedad.
La sensación al ver aquellos pequeños textos, con muy diminutas letras en relieve —creo que en hebreo aunque ahora no lo puedo asegurar—, era la de reconocer el poder de las palabras, de los textos, en su capacidad para aumentar la cultura de los pueblos.

Pero otra sensación es: la capacidad y sensación de que los libros físicos en papel no pueden morir, pues la sensación de disponer, de “tener”, de poseer un libro, es superior incluso al poder que contiene en sus entrañas. Un libro está creado para ser poseído por su dueño como un objeto de que al contener cultura y poder, está hecho para ser un objeto de valor. Puede parecer que un libro electrónico es parecido, pero el hecho de no poderse tocar y poseer con la misma sensación, le resta un poder que sí tiene el libro en papel.
Poseer muchos libros electrónicos sin ocupar espacio y estar perdidos entre un mar de documentos, por muhco que uedan estar ordenados, les resta valor. 
Uno puede disponer miles de ejemplares diferentes de libros electrónicos, pero no se garantiza que puedan subsistir diez años, veinte años, pues cambian los formatos con mucha más rapidez que en cualquier otro soporte y convertirse por ello en archivos incapaces de servir para ser leídos.