22.2.19

La izquierda y sus dudas tácticas

El filósofo Santiago Alba Rico publicó esta semana un artículo en El País que resume el diagnóstico y tratamiento de la actual izquierda en un texto casi de obligada lectura en los corrillos de enterados. Necesitamos luz, también taquígrafos, pero sobre todo necesitamos ideas que pongan sensatez. os dejo algunos extractos del artículo titulado “La Izquierda. ¿O no?"

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(…)Establecer un paralelismo con el período de entreguerras del siglo pasado ha devenido casi un mantra. Hay dos semejanzas indudables. La primera es que los votantes del fascismo no votaban al “fascismo”, que solo existió como tal una vez vencido; era gente normal que no advertía el peligro que estaba convocando. La segunda es que, como entonces, la desdemocratización surgió de manera natural como una reacción defensiva frente al tsunami del Mercado sin bridas. (…)

(…)La mitad marxista de la izquierda quedó fuera de juego tras la experiencia soviética; la mitad socialdemócrata tras su cooptación por las políticas neoliberales de los años ochenta y noventa, responsables ahora del retorno de Weimar. Si añadimos otro cuarto de kilo a esta unidad grande y confusa, lo ha dilapidado el llamado socialismo del siglo XXI, tan parecido en sus estertores a su renegado ancestro.(…)

(…)Desde hace 15 años vengo resumiendo en una fórmula resultona la triple vertiente que, a mi juicio, debe asumir una política de cambio: revolucionaria en lo económico, porque el capitalismo no conoce límites, reformista en lo institucional, porque el derecho es un invento irrenunciable y mejorable, y conservadora en lo antropológico, porque el ser humano se rompe mucho antes que una rama seca.(…)

(…)Soy optimista: el modelo revolucionario clásico es ya inviable. Soy pesimista: el modelo revolucionario clásico es inviable. El capitalismo no es un modo de producción —o no solo— sino una civilización, y las civilizaciones no se derrocan mediante revoluciones, sino que ceden a su propia decadencia interna o al impulso saludable de los bárbaros.(…)

(…)¿Qué hay de políticamente verdadero en el malestar de 2019? Una combinación de rebeldía, reformismo y conservadurismo; una —sí— rebeldía reformista conservadora a la que cabrean los clichés retóricos, que sospecha de las instituciones y que quiere recuperar las cortas distancias. Eso, si se recuerda bien, es lo que unió a millones de españoles en 2011 en la Puerta del Sol. ¿Por qué hoy suena a muchos españoles, votantes de Vox o aledaños, más rebelde el machismo, el racismo y el nacionalismo que su contrario? ¿Por qué se ganan votos pidiendo derogar leyes progresistas o reclamando reformas penales populistas y antidemocráticas? ¿Por qué el verbo “conservar” se relaciona con la identidad nacional-imperial más casposa y no con la vivienda, el puesto de trabajo, el planeta Tierra y sus límites y, en general, los vínculos “nupciales” de todo tipo?(…)



Nos quieren esclavos, y a veces nos dejamos

En el trabajo indigno actual, en ese que nos repiten que es lo que hay y que debemos acostumbrarnos pues ya no volverán los viejos tiempos…, no todo vale ni todo es admisible. Abusan como siempre, pero ahora más. Y admitir esos abusos depende de nosotros, de cada uno de nosotros y del conjunto.No se trata de negarse a trabajar, eso no es posible pues hay que sobrevivir, pero hay otras maneras de rebelarse contra el abuso. Nos quieren esclavos, y a veces nos dejamos.

18.2.19

Más humanidad, por favor. O menos animalismo

Todo puede ser más moderno, pero no por eso será mejor o más humano. Depende. Lo que sí notamos es la deshumanización de las relaciones, hay rabia y violencia verbal para regalar, hay ganas de tener la razón sin razones, de ganar sin tan siquiera presentarse a nada. Tal vez haya que pensar más y hablar menos, escuchar más y recapacitar. O al menos intentar hablar sin violencia verbal, sino con mesura.

Un Alfonso Guerra simplista me defraudó. Más

No me gustó nada de nada un Alfonso Guerra prepotente y fuera de su tiempo en un Salvados que no quiso hacer arrinconamientos fuera de tiempo, para no dejarlo en entredicho, todavía más. Alfonso Guerra ha cambiado, o lo que podría ser peor, he cambiado yo tanto, que ya no soy capaz de reconocerlo.

Hoy sus viejos gritos de descamisado suenan a fuera de lugar y a populistas, pero sus actuales posiciones de señorito andaluz suenan a no válidos para encontrar soluciones, y eso en un alto responsable político de la historia reciente, suena muy mal.

Se nota un respiro a odio al que no soy capaz de encontrar motivos en el ahora, pero sobre todo es tan distinto a sus libros escritos en los años 90, que remitirse a ellos es la mejor imagen de su cambio. 

Cuando Salvados lo puso a la altura dialéctica de José María Aznar se calló el trampantojo y el PSOE perdió votos como una sangría sin sanguijuelas.

Un mal día lo tiene cualquiera, incluso Alfonso Guerra, pero cuando sus palabras desnudan un discurso viejo que se ha intentado modernizar a costa de pulirlo hasta quedar anclado en un conservadurismo populista, el dolor por un pasado manipulado suena a feo. 

Yo esperaba una visión más constructiva, nada simplista, conservadora pero válida. Y me encontré a un Alfonso Guerra fuera del siglo XXI.