18.12.17

No revuelvas el pasado durante la Transición

En los primeros años de la Transición la sociedad española estaba claramente dividida entre los padres que habían vivido la guerra en carne propia o la posguerra del hambre y el miedo, y los hijos que conocían (o no) las referencias de una Europa democrática y ya sabían que el futuro era suyo y lo debían escribir sin esperar a sus padres y abuelos. Jóvenes que a partir de los 17 años ya salíamos a la calle a manifestarnos o a escuchar en festivales a los pocos adultos que explicaban lo que era la libertad.

Y ese miedo y enfrentamiento generacional larvado de los adultos con sus hijos les atenazaba, fueran de la clase social que fuera. Y siendo distinto el motivo, existía en muchísimas familias de trabajadores, de clases medias o de la burguesía conservadora y franquista.

Los padres no querían hablar de los años de guerra o de hambre o de falta de libertad. Y no deseaban volver a sufrir nada parecido, pues en su interior admitían que no sería posible una transición a la democracia de forma suave y pacífica. Incluso temían ser juzgados por su pasividad y su aceptación durante excesivos años de dictadura.

Cuando ya muerto Franco observaron que no sucedía nada que les exigiera tener más miedo, empezaron a pensar que sus hijos podían tener razón y les animaron o permanecieron en silencio, dejando que los acontecimientos fueran transcurriendo desde las nuevas generaciones.

Pero en el interior de las familias burguesas, franquistas o más atemperadas con remover los viejos fantasmas, existía ese grito de la viñeta.

Edifica tu futuro, pero ojo, no nos toques el presente ni revuelvas el pasado

La conciencia de que la brutalidad franquista era algo que había que juzgar y conocer vino ya en la década de los 80, tímidamente al principio, pero sí con la fuerza de cómo poco se quería saber qué sucedió en verdad, para que España se hundiera en un fascismo durante tantos años.