15.4.21

Pandemia (24) La ciudad ante el reto de la pandemia


La ciudad ante el reto de la pandemia de COVID y pensando en un futuro incierto
que no traiga futuras recaídas con el mismo o similar problema, necesita recuperar espacios y restárselo al coche urbano. Pero no tanto con grandes parques urbanos, que también, sino con pequeñas islas públicas bien diseñadas y repartidas por todos los barrios de las ciudades grandes.
  


Cada zona de unos 20.000 a 30.000 habitantes debe disponer de un mediano parque o zona verde, pero también y cada vez más, al menos de otros 2 a 3 espacios de uso urbano de unos 2.000 a 4.000 metros cuadrados a modo de plaza incluso cerradas para dotarlas de más seguridad, que no sean de cemento sino con mezcla de espacio “para estar” con zonas verdes y tierra a ser posible no lisas y planas, y que configuren zonas pequeñas para sentirse en un ambiente menos urbano. 

Esa mezcla de parques de barrio y de zonas naturales creadas artificialmente ya existen an algunas ciudad europeas. Y funcionan muy bien, sobre todo las que tienen una seguridad, limpieza y cuidados, altos y realizados por personas de la propia zona.  

La gran duda sería saber el comportamiento de algunas zonas rurales, pequeñas y a veces muy encerradas en si mismas, que pueden empezar a ver nuevos habitantes no siempre bien recibidos, que llegan buscando —una vez que el tele trabajo les permiten vivir fuera de sus núcleos laborales la mayor parte de la semana— una tranquilidad más natural. 

No sabemos hoy qué tipo de actividad llevarán a sus nuevos núcleos de residencia, y no me refiero solo a la actividad económica o laboral, sino también política, social o de implicación con su nuevo entorno. No sabemos todavía en qué medida su hueco en las grandes ciudades se cubrirá o no con otro tipo de actividades y personas.  

Pero serán movimientos que irán en aumento en Europa, acostumbrados a ciudades de más de un millón de habitantes que crecen sin parar y a núcleos de menos 5.000 habitantes que van perdiendo vida social y urbana. Es muy posible que las ciudades grandes dejen de crecer y que se revierta el éxodo de las zonas rurales y empiecen a recibir nuevos pobladores que buscan algunos servicio básicos imprescindibles para poderse mudar. 

Pero en estas nuevas zonas de potencial crecimiento hay que edificar una serie de servicio que no siempre estamos entendiendo. No es necesario crear granjas de pollos, ni incluso fábricas de tablas de madera para asentar población. Ahora es fundamental unos buenos servicios públicos básicos en Sanidad y Educación, una buenas comunicaciones, unas excelentes redes de Fibra Óptica y telefonía, y un inmejorable servicio de reparto a domicilio con el mismo coste que en la gran ciudad.  

Algunos de estos servicios no son baratos, pero la discriminación positiva ya hace décadas que se inventó. 

Es imposible entender hoy el poder revertir la despoblación si no se atienden con calidad los servicios de comunicación de todo tipo, con un servicio comparable a la gran ciudad. Cada vez menos será necesario un comercio local comparable, unos grandes Centros Comerciales en localidades o ciudades pequeñas. Pero será imprescindible un servicio de Correos o similares que estén a la altura de las nuevas necesidades. En precio y en urgencia en la entrega.  

El ocio en las grandes ciudades ha cambiado y lo notaremos en los próximos años. Y ese ocio es ya capaz de impregnar a cualquier ciudadano con independencia del tamaño de la urbe en la que vive. Pero siempre que estas localidades tenga los servicios de fibra óptica a la misma velocidad que sus vecinas ciudades grandes. Se tiene que acabar el estar buscando cobertura y velocidad con el brazo extendido y decirnos a nosotros mismos que así es mucho mejor, más tranquilos, menos estrés. Es mentirnos, y sobre todo es no presionar para encontrar soluciones. Es cuestión de tiempo y lo sabemos.  

Yo conocí los tiempos de las localidades pequeñas sin agua corriente ni electricidad en todas las casas. Sin servicios de water o ducha. Esto hoy es impensable, pero así será muy pronto en todas las localidades con los servicios de telefonía y de Redes. 

El trabajo semi presencial, unido a los muchos trabajos que irán girando hacia labores online sin nada de presencialidad semanal, incluso los nuevos servicios que se irán realizando en las localidades que vayan aumentado de tamaño, harán que el trabajo no industrial se mueva de los espacios urbanos a los de menos población, aunque poco a poco.  

Y que estas nuevas personas vayan tomando conciencia de que deben implicarse en sus nuevas sociedades de recogida para transformarlas a sus propias necesidades. 

Tendrán que liderar los cambios en las zonas rurales, como ya en parte lo están haciendo, para precisamente lograr con urgencia servicios hoy poco demandados en estas zonas rurales. Cambiará el marco de las necesidades y sobre todo el marco de las peticiones. 

Si nos fijamos en el actual momento de confinamiento, vivir en una gran ciudad no tiene casi ninguna ventaja. Los servicios públicos son atendidos por teléfono y no son presenciales, los bares, restaurante e incluso comercios están cerrados o a medio gas, no podemos salir de nuestra ciudad o de nuestra provincia según modelos de confinamiento. 

Y tenemos que permanecer en casas pequeñas y a veces incómodas para estar encerrados cuando lo ordenan. La relación personal con los vecinos es mucho menor que en una zona pequeña, y a veces se salvan algunos barrios con personalidad propia, que no han crecido desmesuradamente y tienen opciones de ser pequeñas localidades dentro de una gran ciudad.  

Es decir, el único modelo que sirve para la comunicación personal son las zonas de Gran Ciudad que se asemejan a pueblos. Zonas que incluso viven cercanas a los confines de la ciudad y eso les permite salir a respirar a las orillas de los ríos o a zonas verdes naturales (o casi) sin tener que depender de grandes transportes urbanos.  

Pero en cambio las personas que viven en localidades pequeñas, además de odiar a las Grandes Urbes, quieren huir hacia ellas. Es una curiosidad complicada de explicar. Desean lo que odian, y no quieren valorar lo que tienen tal vez para no verse sujetados a su pasado que deseaban cambiar. Es imposible pensar en pequeños pueblos sin servicio, eso no es vertebrar un territorio.  

Hay que diseñar un tamaño óptimo de localidad (y apostar por ellas) que puede variar entre los 5.000 y los 25.000 habitantes y trabajar en su viabilidad y diseño de futuro. Y un tamaño óptimo de ciudades entre los 50.000 y los 200.000 habitantes como núcleos óptimos donde debe entrar todo y de todo.  

A partir de los 500.000 habitantes la vida en ciudad se complica, a partir del millón se complica algo más y es difícil revertir los problemas de su diseño histórico. A partir de dos millones la ciudad vive ya con las enfermedades del pasado y se le van añadiendo algunas nuevas. 

¿En qué tamaño de localidad, de ciudad…, las familias con menos recursos tienen más posibilidades para ser excluidos y no poder encontrar soluciones a sus problemas? 

Una persona o familia con grandes posibilidades económicas puede vivir encerrado en un castillo y creer que vive feliz. Eso no marca la calidad del entorno ni de la ciudad que lo cobija. hay muchas urbanizaciones cerradas en las grandes ciudades que no garantiza nada. 

Las Prestige Communities no indican calidad de vida ni son algo sobre los que tenemos que edificar nuestros deseos de futuro. En cambio las comunidades de pobreza sí indican la salud de una ciudad. Y aunque no estemos inmersos en esas comunidades de pobreza, aunque vivamos en viviendas y barrios de calidad y con servicios, al futuro de nuestra ciudad —sea del tamaño que sea— le marcan mucho más las Comunidades o Barrios de Exclusión y Pobreza, que las Comunidades de Prestigio y Cerradas.  

Ante cualquier crisis, si no se curan las heridas sociales antes de que se contagien y se multipliquen, se pierde calidad como sociedad. Aunque en su seno haya grandes Prestige Communities. 

Ejemplos como algunas grandes ciudades Iberoamericanas nos enseñan estos dramas sociales por no saben diseñar las soluciones a la hora de las crisis económicas. Crecen los barrios marginales, muy pobres y crecen con ellos los problemas que siempre van a su vera. Y aunque sea una ciudad reconocida por su calidad o sus grandes zonas de Alto Nivel, la realidad es que será una sociedad insegura, complicada, poco libre y en donde será y muy difícil poder enderezar urbanamente hablando. 

Se convertirá no en una ciudad sino en la suma de varias ciudades en donde unas siempre estarán en pelea con las otras. Es decir, las personas de unas zonas odiarán a las de las otras zonas con lo que eso supone para la seguridad, uno de los pilares de la calidad de vida. 

La pandemia actual trae consigo, sin ninguna duda, un duro revés para multitud de economías familiares, pequeños negocios, empresas sin gran capital, actividades que irán desapareciendo. Si no somos capaces de diseñar la salida de la Crisis de la Pandemia, se nos convertirá en una crisis social. Y lo sabemos, y al saberlo nos obliga a remediarlo. O a admitir que no queremos buscar soluciones antes de que sea tarde. 

Una de las derivas de estos cambios será el mercado inmobiliario, que parece siempre estable pero que sin duda con cada Crisis se mueve y mucho, aunque luego lentamente quiera volver a su posición inicial. Al no haber rentabilidad en los ahorros que se guardan en los bancos, muchas personas han optado por adquirir bienes inmuebles.  

Que durante los primeros años de esa inflación a casi Cero dedicaban al mercado del alquiler. Hasta que los oKupas han empezado a destrozar ese mercado, hasta que las crisis hayan logrado que los impagos de alquileres crezcan excesivamente y a que se tengan que crear Leyes Anti Desahucios para evitar que familias se queden en la calle por culpa de las crisis laborales sin solución fácil.  

Hoy muchas familias con sus ahorros metidos en ladrillos se lo piensan mucho antes de sacarlos al alquiler. Pero además son tiempos malos para la compraventa pues no hay seguridad en los trabajos y los bancos no dan créditos de forma sencilla a los que más lo necesitarían. 

Y si a eso le unimos que las nuevas familias que sí pueden comprar desean viviendas de un tipo muy determinado y que huyen de los interiores, de los pisos pequeños, de las primeras plantas, de barrios conflictivos o de zonas donde no esté asegurado una zona verde cercana, la cosas se complica para los propietarios que compraron sin analizar bien la inversión, por precio barato lo que parecía que servía para ganar en la venta, antes de pensar si tendría buena venta si las cosas venían malas. 

Toda esa mezcla y movilidad entre lo que se busca, lo que se puede tener y lo que sale al mercado del alquiler o de la venta, hace que otra vez más, algunos barrios sufran mucho más que otros los problemas de habitabilidad en el futuro. El crecimiento de algunas zonas de las grandes ciudades que tuvieron una construcción casi a la vez de toda su superficie en los años 60 y 70 han envejecido también a la vez. ya no es unos edificios de un barrios los que necesitan reconversión o nuevas edificaciones.  

Es que a veces hay barrios casi enteros los que necesitan replantearse su futuro. Esponjarse, ensanchar viales, remodelar calles enteras con decenas de edificios que deben (casi) ponerse de acuerdo para ser derruidos y reconstruidos. Y en esos cambios hay que perder espacios privados para convertirlos en públicos, por la necesidad de dotar a esos barrios ahora reconstruidos en zonas más modernas, con los servicios que se necesitan hoy.

Julio M. Puente Mateo

Pandemia (23) ¿Cómo cambiarán nuestras ciudades?


Una de las actuales situaciones que veremos cambiar poco a poco tras la pandemia por el COVID es el concepto urbano de calidad, el diseño en arquitectura de viviendas, el uso de los espacios verdes urbanos y la distribución de la población entre zonas rurales o urbanas, más en esas ciudades de tamaño intermedio que no llegan a ser ciudades monstruo y que son las que más sencillo tienen para transformarse y adaptarse.

La pandemia nos ha enseñado que una vivienda de 50 metros cuadrados, de menos de 20 metros por personas que la habite, que sea interior y sin suficiente ventilación externa es una cueva inadmisible en estos tiempos. 

Y nos ha enseñado la pandemia del COVID que el uso de las ciudades, de sus espacios urbanos públicos, de sus zonas verdes o de paseo, deben complementarse y rediseñarse para adaptarlas a posibles problemas similares a los vividos en estos 2020 y 2021.

Hemos estado meses encerrados en nuestras viviendas y sabemos que en aquellas en donde las personas han convivido en menos espacio se han contagiado mucho más. Viviendas pequeñas pero también viviendas medianas usadas como simples y necesarios dormitorios por muchas personas. Tardamos muchos meses en detectar el peligro del aire, de los aerosoles de los enfermos que se mantienen en el ambiente contagioso excesivo tiempo, acumulándose poco a poco.

El contagio en esos espacios ha sido tremendo, más si eran personas con defensas bajas como los ancianos en sus Residencias internas de Personas Mayores, con zonas comunes no bien ventiladas. 

Hemos estado durante seis meses al menos sin valorar la enorme diferencia de seguridad pasiva que ofrece la calle, las zonas verdes, el aire libre frente al aire del hogar, y cuando nos hemos dado cuenta ya era finales de otoño del 2020 que es cuando con el frío menos posibilidades de defensa tenemos.

Aun así y admitido a regañadientes que los aerosoles que expiramos por la boca y nariz tienen mucho fundamento en los contagios —para los que no sirven de forma eficaz las mascarillas— y no solo las gotículas más gruesas y expulsadas con mas fuerza y que se defienden bien con mascarilla; cuanto más aire libre respiremos, más aire que no haya sido antes respirado por otras personas, menos posibilidades de contagio tenemos.

Con una mascarilla evitamos que nos entren gotículas de otra personas y evitamos también que las nuestras salgan de forma violenta al aire en esa distancia de seguridad que hemos declaramos en 2 metros. A partir de esa distancia las gotículas se caen al suelo por su peso. 

Pero con mascarilla seguimos respirando parte del aire que hay en el ambiente. Todos sabemos que con mascarilla somos capaces de oler la colonia de una persona que pasa a nuestro lado. O el tabaco. Es decir, nos están entrando a nuestra nariz aerosoles con partículas de la colonia y del tabaco. Y con ellas y de la misma manera nos puede entrar el virus.

Cuando más limpio esté el aire, menos opciones de contagio. Y eso solo se logra al aire libre, ventilando muy bien y de forma casi constante, en habitaciones o espacios amplios, con techos muy altos, etc. La capacidad de contagio no es la misma en un teatro con altísimo techos y donde la gente está pasiva, que en una discoteca con techos bajos y donde la gente grita y canta expulsando más respiraciones de forma violenta.

Esta misma natural aseveración nos lleva a tener que saber utilizar mucho mejor los espacios públicos para defendernos y para dotarlos de una vida activa y de uso que no sea el fácil y simple “cerrar sus actividades”. 

No tiene lógica de defensa contra el virus que se mantengan abiertos los grandes Centros Comerciales con miles de visitantes compradores durante cada día, y los deportes de masas como el fútbol se tengan que celebrar sin público aunque se practican en espacios amplios y abiertos al ambiente y normalmente con enorme ventilación.

En estos meses hemos sido capaces de cerrar todos los bares y restaurantes de grandes ciudades, pero solo tímidamente y por algunas horas de días festivos hemos decidido cerrar avenidas al tráfico para convertirlas en peatonales lo que facilita las distancias de paseo entre personas. Se quería tener a la sociedad en sus casas y no se quiso dotarles de elementos de paseo añadido y cercano a sus viviendas para que disfrutaran de aire limpio. 

Es una decisión como otras que resultan curiosas, pues se olvidan de algo fundamental: las personas necesitan salir, cambiar sus paredes por otros puntos de vista, respirar aire nuevo sobre todo si viven en espacios pequeños.

Las actividades complementarios en los espacios verdes durante la primavera y verano de ese 2020 fueron nulas en casi todos los casos. Todas las ciudades tienen zonas verdes poco visitadas y sobre las que se debería haber incidido provocando paseos que dividiera a las personas entre más opciones. 

Paseos de pocos kilómetros repartidos por los diversos barrios de las ciudades y que además contaran con añadidos culturales o de arte en la calle que provocaran el uso alternativo al bar, a estar en casa encerrados respirando el mismo aire y sobre todo el ir a Centros Comerciales como único entretenimiento social barato.

El hecho de que todo el trabajo de defensa contra la pandemia haya recaído casi en su totalidad —en España al menos— sobre la Sanidad y sus técnicos, ha evitado que se crearan mesas de trabajo urbano, sociológico, incluso estadístico o económico que fueran capaz de encontrar nuevas opciones de defensa y de reforma de nuestras vidas censuradas, confinadas, coartadas por la pandemia. En todos los barrios existen anchas calles que se deberían haber rediseñado como zonas de paseo para añadir a las que ya tenemos.

Crear actividades de calle pensando en que nunca deben juntarse personas por cercanía y manteniendo una distancia de seguridad era un nuevo reto para quien sabe de eso, hay muchas maneras de recrear en tiempos de crisis usos alternativos a los espacios urbanos. No se trataría de crear una gran escultura en cada plaza, sino de desperdigar por las avenidas distintos conceptos artísticos, poesía, frases de ánimo, globos de colores, luces, etc.

Pero lo que sí ha quedado claro, ante la falta de iniciativa pública para dotar de más aire fresco a las personas, a los habitantes, es que cada uno de nosotros hemos puesto en valor esa necesidad de espacio añadido en nuestros hogares.

Tener en tu propio piso una terraza a la calle, al aire, tener un pequeño espacio verde, tener un terreno alrededor de tu vivienda, que esta sea exterior y nunca interior, que tenga al menos 25 metros por habitante del hogar o que disponga de una habitación multiusos que se puede convertir en oficina de teletrabajo o gimnasio o espacio de juegos o de cine en casa, es ya parte de las necesidades de futuro. 

Esto encarecerá la vivienda, o no, pero sin duda se valorará de otra manera las opciones de compra venta futura, y el mercado dirá el resto.

Y por eso es posible que a corto y medio plazo una parte de los ciudadanos que en los últimos años estaban volviendo a la ciudad desde sus adosados en zonas rurales cercanas, se lo estén volviendo a pensar. Y por eso quien se quiera volver a la gran ciudad buscará alternativas lo más similares a esos espacios amplios del adosado como pueden ser los áticos o las viviendas con nuevos diseños. Incluso las urbes con más opciones horizontales o con más zonas verdes en su interior.

En ciudades enormes como New York se ha optado por permitir que los bares, restaurante o incluso tiendas, puedan invadir las aceras y parte de las calzadas para ofrecer lo que ya no es aconsejable tomar dentro de un local. Es un primer paso. Pero desde antes de la pandemia ya era normal ver en Manhattan grandes calles recuperadas para los peatones donde a modo de Islas Urbanas se les había añadido mobiliario urbano en medio de las calzadas por donde habían circulado miles de coches antes, para dejar muy claro cuál era el uso a partir de ese momento.

Julio M. Puente Mateo