15.4.21

Pandemia (23) ¿Cómo cambiarán nuestras ciudades?


Una de las actuales situaciones que veremos cambiar poco a poco tras la pandemia por el COVID es el concepto urbano de calidad, el diseño en arquitectura de viviendas, el uso de los espacios verdes urbanos y la distribución de la población entre zonas rurales o urbanas, más en esas ciudades de tamaño intermedio que no llegan a ser ciudades monstruo y que son las que más sencillo tienen para transformarse y adaptarse.

La pandemia nos ha enseñado que una vivienda de 50 metros cuadrados, de menos de 20 metros por personas que la habite, que sea interior y sin suficiente ventilación externa es una cueva inadmisible en estos tiempos. 

Y nos ha enseñado la pandemia del COVID que el uso de las ciudades, de sus espacios urbanos públicos, de sus zonas verdes o de paseo, deben complementarse y rediseñarse para adaptarlas a posibles problemas similares a los vividos en estos 2020 y 2021.

Hemos estado meses encerrados en nuestras viviendas y sabemos que en aquellas en donde las personas han convivido en menos espacio se han contagiado mucho más. Viviendas pequeñas pero también viviendas medianas usadas como simples y necesarios dormitorios por muchas personas. Tardamos muchos meses en detectar el peligro del aire, de los aerosoles de los enfermos que se mantienen en el ambiente contagioso excesivo tiempo, acumulándose poco a poco.

El contagio en esos espacios ha sido tremendo, más si eran personas con defensas bajas como los ancianos en sus Residencias internas de Personas Mayores, con zonas comunes no bien ventiladas. 

Hemos estado durante seis meses al menos sin valorar la enorme diferencia de seguridad pasiva que ofrece la calle, las zonas verdes, el aire libre frente al aire del hogar, y cuando nos hemos dado cuenta ya era finales de otoño del 2020 que es cuando con el frío menos posibilidades de defensa tenemos.

Aun así y admitido a regañadientes que los aerosoles que expiramos por la boca y nariz tienen mucho fundamento en los contagios —para los que no sirven de forma eficaz las mascarillas— y no solo las gotículas más gruesas y expulsadas con mas fuerza y que se defienden bien con mascarilla; cuanto más aire libre respiremos, más aire que no haya sido antes respirado por otras personas, menos posibilidades de contagio tenemos.

Con una mascarilla evitamos que nos entren gotículas de otra personas y evitamos también que las nuestras salgan de forma violenta al aire en esa distancia de seguridad que hemos declaramos en 2 metros. A partir de esa distancia las gotículas se caen al suelo por su peso. 

Pero con mascarilla seguimos respirando parte del aire que hay en el ambiente. Todos sabemos que con mascarilla somos capaces de oler la colonia de una persona que pasa a nuestro lado. O el tabaco. Es decir, nos están entrando a nuestra nariz aerosoles con partículas de la colonia y del tabaco. Y con ellas y de la misma manera nos puede entrar el virus.

Cuando más limpio esté el aire, menos opciones de contagio. Y eso solo se logra al aire libre, ventilando muy bien y de forma casi constante, en habitaciones o espacios amplios, con techos muy altos, etc. La capacidad de contagio no es la misma en un teatro con altísimo techos y donde la gente está pasiva, que en una discoteca con techos bajos y donde la gente grita y canta expulsando más respiraciones de forma violenta.

Esta misma natural aseveración nos lleva a tener que saber utilizar mucho mejor los espacios públicos para defendernos y para dotarlos de una vida activa y de uso que no sea el fácil y simple “cerrar sus actividades”. 

No tiene lógica de defensa contra el virus que se mantengan abiertos los grandes Centros Comerciales con miles de visitantes compradores durante cada día, y los deportes de masas como el fútbol se tengan que celebrar sin público aunque se practican en espacios amplios y abiertos al ambiente y normalmente con enorme ventilación.

En estos meses hemos sido capaces de cerrar todos los bares y restaurantes de grandes ciudades, pero solo tímidamente y por algunas horas de días festivos hemos decidido cerrar avenidas al tráfico para convertirlas en peatonales lo que facilita las distancias de paseo entre personas. Se quería tener a la sociedad en sus casas y no se quiso dotarles de elementos de paseo añadido y cercano a sus viviendas para que disfrutaran de aire limpio. 

Es una decisión como otras que resultan curiosas, pues se olvidan de algo fundamental: las personas necesitan salir, cambiar sus paredes por otros puntos de vista, respirar aire nuevo sobre todo si viven en espacios pequeños.

Las actividades complementarios en los espacios verdes durante la primavera y verano de ese 2020 fueron nulas en casi todos los casos. Todas las ciudades tienen zonas verdes poco visitadas y sobre las que se debería haber incidido provocando paseos que dividiera a las personas entre más opciones. 

Paseos de pocos kilómetros repartidos por los diversos barrios de las ciudades y que además contaran con añadidos culturales o de arte en la calle que provocaran el uso alternativo al bar, a estar en casa encerrados respirando el mismo aire y sobre todo el ir a Centros Comerciales como único entretenimiento social barato.

El hecho de que todo el trabajo de defensa contra la pandemia haya recaído casi en su totalidad —en España al menos— sobre la Sanidad y sus técnicos, ha evitado que se crearan mesas de trabajo urbano, sociológico, incluso estadístico o económico que fueran capaz de encontrar nuevas opciones de defensa y de reforma de nuestras vidas censuradas, confinadas, coartadas por la pandemia. En todos los barrios existen anchas calles que se deberían haber rediseñado como zonas de paseo para añadir a las que ya tenemos.

Crear actividades de calle pensando en que nunca deben juntarse personas por cercanía y manteniendo una distancia de seguridad era un nuevo reto para quien sabe de eso, hay muchas maneras de recrear en tiempos de crisis usos alternativos a los espacios urbanos. No se trataría de crear una gran escultura en cada plaza, sino de desperdigar por las avenidas distintos conceptos artísticos, poesía, frases de ánimo, globos de colores, luces, etc.

Pero lo que sí ha quedado claro, ante la falta de iniciativa pública para dotar de más aire fresco a las personas, a los habitantes, es que cada uno de nosotros hemos puesto en valor esa necesidad de espacio añadido en nuestros hogares.

Tener en tu propio piso una terraza a la calle, al aire, tener un pequeño espacio verde, tener un terreno alrededor de tu vivienda, que esta sea exterior y nunca interior, que tenga al menos 25 metros por habitante del hogar o que disponga de una habitación multiusos que se puede convertir en oficina de teletrabajo o gimnasio o espacio de juegos o de cine en casa, es ya parte de las necesidades de futuro. 

Esto encarecerá la vivienda, o no, pero sin duda se valorará de otra manera las opciones de compra venta futura, y el mercado dirá el resto.

Y por eso es posible que a corto y medio plazo una parte de los ciudadanos que en los últimos años estaban volviendo a la ciudad desde sus adosados en zonas rurales cercanas, se lo estén volviendo a pensar. Y por eso quien se quiera volver a la gran ciudad buscará alternativas lo más similares a esos espacios amplios del adosado como pueden ser los áticos o las viviendas con nuevos diseños. Incluso las urbes con más opciones horizontales o con más zonas verdes en su interior.

En ciudades enormes como New York se ha optado por permitir que los bares, restaurante o incluso tiendas, puedan invadir las aceras y parte de las calzadas para ofrecer lo que ya no es aconsejable tomar dentro de un local. Es un primer paso. Pero desde antes de la pandemia ya era normal ver en Manhattan grandes calles recuperadas para los peatones donde a modo de Islas Urbanas se les había añadido mobiliario urbano en medio de las calzadas por donde habían circulado miles de coches antes, para dejar muy claro cuál era el uso a partir de ese momento.

Julio M. Puente Mateo