18.5.21

Para aprender a escribir, hay que leer y descubrir los estilos


Para aprender a escribir bien…, hay que aprender a leer bien. A ser críticos con las obras de los otros escritores que te gustan, a descubrir cómo se han escrito sus obras, cómo es el narrador, si se habla en futuro, en presente, desde primera persona, desde tercera. 

Si se cambia de narrador en algún momento, si se ambientan bien las escenas, si se juega con las descripciones detalladas o abstractas, si los personajes describen o actúan.

Leer de forma crítica ayuda a encontrar los engranajes de la obra y a poderlos emplear luego en tus obras.

Cada uno somos únicos en la forma de describir historias, de contarlas. Copiar los estilos es también aprender a escribir para ir avanzando hasta encontrar el tuyo propio.

Una fórmula interesante para aprender a trabajar sobre un estilo de otro escritor es coger una parte de una historia de un libro ya escrito e intentar escribirla tú… con tus propios recursos, con tu estilo. Y comparar, y rectificar, y corregir. No es fácil, pero es interesante para ir avanzando en tu formación.

El silencio es aumentar la voz de los demás


Siempre hemos pensado —o nos han hecho pensar— que el silencio era inocente, y es un gran error. El silencio es culpable de que otros alcen la voz en solitario. No hay que hablar de más… pero tampoco hay que hacerlo de menos pues la responsabilidad está tanto en hablar como en callar. 

El silencio no otorga, es todavía peor: facilita el camino libre, apoya a otras voces sin nada de control a cambio, deja espacios para movimientos fáciles, ningunea a los que hablan pues hay mucho espacio vacío, hace creer que el ruido tiene un valor que no le corresponde. 

Por eso hay tanto ruido, simplemente porque por debajo hay muchos silencios cómplices. 

Pongamos ejemplos fáciles. ¿Cuántos sabían las trampas del Rey Juan Carlos I y se callaban? Tanto en el ámbito de los vicios privados (que un Rey no debe tener vida privada) como en los usos de economías sumergidas que nunca sabremos a cuenta de qué llegaban por doquier. ¿Cuántos sabían las trampas del 3% en Cataluña?

Las amistades a veces pueden ser tan peligrosas que no son amigos, sino cómplices obedientes de operaciones bien estructuradas.