12.11.11

Cómo librarnos del desapego mental y emocional

Se nos solicita que practiquemos el desapego como forma de ser más libres y por ello más responsables con nuestra forma de actuar y pensar. Pero no siempre tenemos claro que es el apego y el desapego, pues confundimos su alcance.

El desapego no es convertirnos en seres fríos e indiferentes ante los demás o ente los hechos normales que nos suceden por la vida. El desapego no es que dejemos de amar o que ya no intentemos ayudar a los demás. No es eso.

Fijémonos en el trabajo de un médico. A su consulta le llegan decenas de enfermos todos los días, con severos problemas algunos de ellos. Si el médico no fuera capaz de tener desapego hacia los problemas que le llegan se moriría en cuatro días fruto de la pena y el dolor interno al ver que no puede hacer lo que necesitan sus pacientes. El médico debe tener desapego, pero por ello no deja de comportarse con cada uno de ellos con la mejor de sus calidades profesionales, ayudando a que superen sus problemas, a que se curen, a que mejores. Cada vez que un enfermo sale de su consulta entre uno nuevo. Con la salida del enfermo debe salir el problema de su cabeza, para vaciarla y estar dispuesto a recibir otra. Cuando cierra la puerta del día, se vacía de todas sus historias clínicas, pues empieza su vida familiar, su vida social, y la debe emprender con limpieza de problemas, como cualquier otra persona de las que le rodean.

Desapegarnos de un amor es separarnos para no depender de él, para que la importancia de ese amor no sea tan grande que nos reste libertad mental y emocional. Pero no es dejaar de quererle con todas nuestras fuerzas medidas y necesarias. Cada uno de nosotros somos responsables de nosotros mismos y debemos resolver los problemas que nos corresponden a nosotros, pero no los que les corresponden a “otros”, pues en principio les restaremos “su” libertad para equivocarse o acertar.

Hay que desapegarse también de los problemas que nos afectan a nosotros solos. Si un problema no lo podemos resolver, no es posible o no somos capaces, debemos convivir con el y acostumbrarnos a el. Pero no sufrir por el y con el. Queda mucho alrededor de nuestras vidas, diferente al problema, como para que este ocupe toda nuestra atención vital y nos sisa las posibilidades de disfrutar del resto. Hay que vivir el “ahora”, el presente, como única posibilidad real que tenemos. Da igual si pensamos en Dios, en la casualidad, en el catastrofismo o en la suerte. Las situaciones son como son y no deben bloquearnos, apoderarse de nosotros en su totalidad. El desapego es también relativizar todo y no quedar sujeto ante ningún problema ni ante ningún gozo. Las partes buenas de la vida también nos pueden producir dependencia y por ellos ser perjudiciales para nuestro desarrollo.

Todo nos debe importar, pero en su justa medida, no tenernos sujetos y atrapados. Hay que liberarse de las ataduras excesivas, de las implicaciones mentales que resultan dañinas para nuestra libertad personal y para los que nos rodean. La culpa es uno de los síntomas más sencillos de detectar, para saber si estamos excesivamente apegados a algo.

Un antiguo dicho de Al-Anón sugiere una fórmula de tres partes para lograr desapegarnos de algo, planteándonos tres acciones: honestamente, abiertamente y con voluntad seria de intentarlo.

Hacienda recauda 57.000 millones por IRPF. Sin esa cantidad se hunde el sistema

Cada año los trabajadores a través del IRPF entregan a Hacienda 57.000 millones de euros en España. Sin esta carga impositiva sería imposible soportar la actual situación, ya de por si muy mala, de un estado de bienestar roto aunque no se vean todavía las grietas.

Se habla de rebajar los impuestos al trabajo, con la razón ineludible de que está mal repartida la carga y de que siempre acaban pagando el trabajador y deja escaparse el empresario y a sus empresas reales o no. Y es cierto esto.

Pero más lo es, que sin esos 57.000 millones que pagamos en impuestos entre todos los trabajadores, se nos hundiría (más) la España que conocemos. Podemos, debemos más bien, reajustar la carga impositiva, progresiva y de mejor calidad social para que los repartos sean mejores, pero sin que los fraudes aumenten sino bien al contrario, que se rebajan brutalmente. Podemos estar hablando de unos 10.000 millones los que se escapan por fraude directo del control del Estado, de Hacienda, sin contabilizar aquí lo que se escapa por las bajas cargas impositivas a SICAV o empresas que se emplean para actividades ajenas a crear empleo o riqueza, y sí para enmascarar o rebajar el pago de impuestos, lo que subirían mucho más esta cantidad apuntada.

Que no se nos olvide el 20N que hemos tenido grandes años económicos y que los dirigentes de los dos grandes partidos que ahora se presentan debieron y no hicieron las reformas pertinentes para que estos dramas económicos y laborales no se produjeran, actuando sobre los impuestos con más contundencia. Ahora es tarde prometer lo que no hizo cuando se pudo con más sosiego y riqueza.

África nos llora y nos pide ayuda. Nosotros simplemente miramos


Observaba África desde la comodidad del sofá y veía el gran trabajo que están realizando los cooperantes españoles en algunos países valorando el riesgo y las penurias que voluntariamente soportan. Hablaba con un sacerdote en Cuba y me relataba la escasa comida que puede tomar a la semana, sobre todo en carne, o la mala calidad de su conexión a internet que no le permite mandar o recibir imágenes y además con el agradecimiento de al menos disponer de ella. Veía unas imágenes de la ONG Mediterránea en Etiopía y sabía de los esfuerzos por hacer la vida más digna a los niños y jóvenes ciegos casi sin materiales ni dineros, con las ganas y las manos como mejores herramientas.

Mientras tanto en occidente se nos dice que consumir menos es negativo para nuestra economía, y aun siendo cierto, son tristes las comparaciones. Con dos mundos tan distintos no es posible encontrar soluciones globalizadas que sirvan para ser más humanos.

11.11.11

El niño somalí Minhaj Gedi Farah tras volver a la vida

El niño somalí Minhaj Gedi Farah estaba literalmente medio muerto, pese a tener sólo siete meses de vida, cuando ingresó, el pasado mes de julio de 2011, en el hospital que dirige la ONG Internacional Rescue Committee (IRC) en el complejo de refugiados de Dabaab en Kenia. Es una clara muestra de lo que se puede hacer por la vida y la dignidad desde las ONG y lo que no se hace desde las naciones occidentales, que muchas veces olvidan de dedicar todo su esfuerzo en evitar sufrimiento y hambre a los desplazados por guerras y violencias.

Su cuerpo escuálido, esquelético y totalmente desnutrido, se convirtió en la imagen mediática de la desesperación de los miles de niños refugiados que huyen de la hambruna en Somalia y que se convierten en víctimas inocentes de un país casi destruido. Minhaj Gedi pesaba entonces 3,1 kilogramos. Se le diagnosticó desnutrición y anemia severa, un cuadro que le colocaba entre la vida y la muerte. A los médicos de este hospital sólo les quedaba hacerle transfusiones de sangre de urgencia, hasta tres, e intentar alimentarlo con una pasta de cacahuete enriquecida con vitaminas para ir recuperándolo.

Algo más de tres meses después de su llegada al hospital, el niño Minhaj Gedi está irreconocible. Pesa ocho kilos y casi parece un niño de su edad. La sonrisa ha vuelto a una cara mofletuda que no hace más que reír en brazos de su madre, Assiyah Dagane Osman, de vuelta al hospital para hacer la última revisión "Estoy muy contenta con el trato recibido", aseguró su madre. "Él lo está haciendo muy bien". "No podemos expresar cómo nos sentimos cuando lo volví a ver", ha explicado el médico que lo atendió. "Hemos visto a un niño completamente diferente".

La familia de Minhaj Gedi llegó al mayor campamento de refugiados de África caminando durante semanas, junto con otros somalíes que huyen de los conflictos y de la devastadora sequía que ha provocado una mortal hambruna. Un periodista de Associated Press llamó a Minhaj "el rostro frágil del hambre", cuando lo localizó en el hospital de IRC. Sólo un día después de iniciar el tratamiento, los médicos tenían esperanzas de que se salvara, porque el pequeño de siete meses se agarraba al pecho de su madre como el que se aferra desesperadamente a la vida.