1.4.15

El balcón no está, pero yo lo veo siempre

Las personas se han ido, solo quedan las calles, las sombras de los árboles que van sacando hojas deprisa no les vayan a venir los calores de golpe, como siempre. Somos un país transeúnte, nómada, de ir y venir, de no estar nunca con seguridad. Con seguridad de estar.

Los pueblos han vuelto a recobrar la alegría, los niños, las tiendas de pan abiertas, los bares llenos, la gente paseando entre los senderos de cereal que empieza a ser verde. Ahora los campos de trigo están en su punto para no parecerlo. Son como campos ingleses pero de jóvenes. Luego se secarán para alimentarnos. 

Tras estar dos días en el campo debo reconocer que no he logrado escribir más de un par de artículos, lo cual es poco. Creo que el sol y el viento me han tocado las narices y me han dejado seco.

Esta Semana Santa es rara pero espero ser capaz de emplear el Jueves Santo en lo básico, recordar mi niñez y volver un rato por San Nicolás. En estas fechas cuando me acerco a la plaza de la iglesia miro hacia el muro donde estaba el balcón de aquellos años. No está mi madre, claro, pero tampoco está el balcón. Yo lo veo, pero solo yo. Incluso a su derecha observa que todavía se conserva el botijo del verano sobre un plato roto de cerámica vieja. Igual estoy soñando.

31.3.15

Cómo doblegar a un político rebelde y con ideas nuevas


No sabemos bien quien nos gestiona la sociedad pues se esconde detrás de los políticos con mando. Saben mover los hilos sin que se note mucho su poder y así pueden manipular aquello que les interesa pero en segundo plano. 

Odiamos a las personas, cuando los culpables en muchas ocasiones son las corporaciones; odiamos a los políticos que conocemos cuando los responsables están escondidos tras ellos. 

Lo sabemos pero como no sabemos defendernos, lo aguantamos como el mal inevitable.

Antes hablábamos de los poderes fácticos, luego de los tecnócratas y grupos de presión, hoy de las corporaciones globalizadas que dominan los precios, las monedas, las materias primas e incluso la alimentación y las guerras. 

En la Edad Media se ponías cascos con dragones de plata y así parecer más altos y dar miedo, hoy se apoderan de los mejores despachos y se abren ventanales al cielo como queriendo volar.

Cuando a un político con nuevas ideas le entregas el poder, por propia ley de la responsabilidad le estás castigando a domarse pues pierde de forma automática su nervio guerrero. 

Le quitas muchas horas todos los días de pensar para obligarle a trabajar gestionando. Es decir, le usurpas su rebeldía y sus ideas nuevas a cambio de la responsabilidad del mando. 

Nada mejor para vencer a un guerrero del siglo XXI que darle mando un plaza. Se creerá que efectivamente manda, y así dejará de pensar.