20.5.22

Gógol y las Almas Muertas del COVID


En 1842 el escritor ruso, Nikolái Gógol, publicó la novela “Las almas muertas”. Ejemplificaba de manera contundente cómo los muertos servían para la avaricia de cierto terrateniente. Quien no haya leído aún la novela no destriparé su argumento pero, básicamente, casi dos siglos después el sentimiento primario que el escritor quiso transmitir en su novela sigue vigente. Los muertos sirven si se obtiene un beneficio de ellos. En España, durante los dos últimos años de la pandemia, se ha utilizado hasta la extenuación por los políticos las almas muertas del Covid.

Sí, han pasado casi dos siglos desde la publicación de la novela y seguimos igual. Desde la instituciones, partidos políticos, asociaciones, supuestamente cívicas, se sirven de las almas muertas como de un buffet libre para enriquecer un poder político y social que no democrático. ¿No tendría que haber una ley donde se prohibiera ese modus operandi tan poco ético? ¿Puede existir en la clase política una etocracia, en momentos puntuales, que supliera a estas democracias que cada vez provocan más desigualdades sociales y morales?

Si reflexiono sobre esto último, sobre la ética, me quedo con la imagen y la actitud de un padre que, ante la muerte de su hijo tras caer más de cien metros en su coche en la tragedia del puente de Morandi (Italia) acaecida en el 2018, con seriedad y templanza dijo que él no iría al funeral que las autoridades iban a organizar por los fallecidos. De hecho más de la mitad de los familiares de los fallecidos, fueron en total 43, no acudieron al funeral de Estado. El padre, antes mencionado, decía muy serio ante la cámara que a su hijo lo habían matado los mismos que ahora besaban y abrazaban a los familiares en ese falso funeral. Las almas muertas se utilizaban de nuevo para acallar las pésimas condiciones en que se encontraba el puente y la nula intervención para su mejoría a pesar de que este puente era utilizado por los genoveses a diario para trabajar, estudiar, volver a sus casas...

Los representantes del Estado, de nuevo, compraban las almas muertas. Porque no nos engañemos esto no es un mal endémico de España. Ocurre en todos los países con mayor o menor descaro. En estos últimos años se ha hecho con los muertos fallecidos por el Covid. Recriminaciones, disputas verbales y desinterés ha predominado en los estamentos políticos españoles donde tenían que haber dado muestras de mayor madurez o, simplemente, de humanismo.

Para terminar diré que la utilización de las almas muertas también se da en la vidas particulares, en el día a día. No hay nada mejor que un ejemplo. Hace años cierta persona se rió con sorna cuando le comenté sobre la muerte de un familiar mío. No olvidaré cómo me dijo que la muerte había que reírse de ella tal como hacía una conocida suya con su marido muerto. Lo que me sorprendió fue la nula empatía y humanidad que hubo en sus palabras y la sonrisa de medio lado con el que finiquitó su discurso ramplón. Comparaba el sufrimiento de unos padres, hermanos... con el de una viuda, a saber si se llevaba bien con su marido, que desde luego no había compartido ni vivencias ni consanguinidad como ocurre entre padres, hijos y/o hermanos.

Pero hete aquí que hace poco esta misma persona envió whatsapps dolientes sobre la muerte de una amiga, destacando su valía humana, artística. Había tal desgarro emocional, tal dolor existencial que no niego que sentí cierta ira cuando recordaba lo borde que había sido ante mis sentimientos. A punto estuve de escribirle: Ríete de la muerte como hacía tu conocida viuda. No lo hice. Porque, cuando me serené, vi que su egoísmo era un reflejo del narcisismo perverso que impera en esta sociedad. Lo mío vale mucho y exijo tu inmediata atención, lo tuyo poco o nada.

Cuando veo a los políticos de cualquier país utilizar las almas muertas para vender un drama griego de vestiduras rasgadas y emociones exageradas, recuerdo la serenidad del padre italiano ante la muerte de su hijo y la firmeza de no ceder ante una ceremonia ejecutada con hipocresía por parte del Estado. Es lo que se tiene que hacer, bloquear a todos los sujetos que no respetan el dolor auténtico, sincero, doliente de los demás hasta que se den cuenta de su error y sepan pedir perdón.

Gógol lo expresó bien en su obra “Las almas muertas”. Importa poco los muertos, importa el interés que obtengo de ellos. Y ya sé que estamos en unos tiempos donde destacar cualquier manifestación artística rusa es un sacrilegio que parece llevarte a la indecencia moral. Pero no seamos irracionales, qué culpa tienen los grandes escritores rusos de la geopolítica actual. Para irracionalidad ya tenemos a los políticos del mundo que compran almas muertas y venden, a precio de saldo, almas vivientes.

OLGA NERI