17.8.19

¿Te atreves a viajar sin teléfono ni internet?

Hoy se habla en El País de la maravilla que debe ser viajar sin teléfono, sin internet o redes. Es una osadía tremenda. Planteárselo da miedo del bueno. Yo ahora juego a medirme los kilómetros que ando, o incluso los que me desplazo por otros medios. No sé para qué. Pero lo de viajar sin teléfono es muy curioso e igual lo pruebo un día de estos. Y sin saber noticias de nada. ¿Y si se hunde el mundo?

Cuando vuelvo de los viajes cortos en el ordenador me esperan unos 200 email de tontadas en su 90%. No logro engañarlos como “correo no deseado”… o ellos son más listos que yo y se me cuelan. 


En un viaje corto se me cuelan un mínimo de unos 60 mensajes de redes en el teléfono que en su inmensa mayoría no caducan en cuatro días. Pueden esperar. Nada es tan urgente a mi edad como para ser contestado desde la jubilación.

Me llaman por teléfono para saber qué estoy comiendo, dónde estoy viendo cuadros, qué tiempo hace. Tonterías asumibles. Como decía el periódico, si te va a suceder algo malo, se enteran todos de todas formas y sin problemas. Mando fotos, me mandan fotos. ¿Y para qué? Si son interesantes ya se verán a la vuelta. O no.

Es posible que viajar sin teléfono sea la mar de libre. 

No me imagino paseando por la Quinta Avenida con la sensación de que en ese momento nadie de mi mundo sabe dónde estoy. Incluso con el deseo propio de que no quiero que nadie lo sepa. Desearía recuperar ese miedito con un conquilleo fino que me producían los viajes de antaño, yo solo por ciudades extranjeras, y donde a las 7 de la mañana, madrugando antes que nadie de mi grupo, me levantaba a pasear por las calles desconocidas sin que lo supieran los colegas de trabajo.

Era como un riesgo raro que la última vez lo hice ya hace unos años, fue por Bruselas pero con teléfono en el bolsillo. Lo empecé hace varias décadas en Kiel (Alemania) y os juro que sobre todo tenía una enorme duda llena de miedo. ¿Y si no sabía volver al hotel?

Nunca pensé en nada arriesgado, ni en una caída o en un accidente. Daba por hecho que sin casi inglés y menos alemán, lo único peligroso era no encontrar el hotel de vuelta. Llevaba tarjeta y moneda local. Un taxi hubiera resuelto el problema. ¿Y si no encuentro taxi? 

Eso era libertad y viajar de verdad. Hoy es pisar ciudades con todo excesivamente resuelto. 

Igual tiene razón quien aboga por viajar sin teléfono.

Somos como el kéfir, contamos parte y nos reservamos "la madre"

Apuntar la vida es un trabajo de Diarios, algo que parece que va en aumento por esa manía de los tiempos actuales por contar o al menos recontar qué hacemos, qué miramos. Presentamos imágenes con nuestros viajes, enseñamos el crecimiento de los hijos, opinamos de todo algunas veces con gritos o exabruptos, nos mostramos tan naturales que a veces nos confundimos con la basura.

Pero todo cambia con el tiempo, son modas pasajeras que normalmente acaban en todo lo contrario. Es cuestión de tiempo. Los blog son otra herramienta para mostrarnos al desnudo. Pero cuidado, pues a veces dentro hay un componente literario que disfraza los ingredientes. Lo ahcen los poetas, los escritores, con creadores de opinión o los que cantan sus dichas. Nada hay de verdad total en toda la verdad contada.

Necesitamos vaciarnos, pero siempre nos dejamos algunos posos, parte de la substancia para poder seguir creando fluidos. Es un poco como con el kéfir, si no dejamos “madre” dentro del frasco, se nos muere. Por eso nunca nos bebemos la substancia real, sino sus fluidos. Sus creaciones.

Pero es que tampoco se necesita más para disfrutar del kéfir de la vida de otros. Con saborear lo que se ofrece, si es sabroso y sirve para alimentarnos un poco cuidando nuestra forma de mirar, ya es suficiente.