El próximo domingo y sin sorpresa se votará en Cataluña por una Generalitat diferente, que marcará otro punto de “no retorno” en la política de toda España. La zafiedad a veces, la inoperancia otras, la sinsustancia de todas las políticas del gobierno de Madrid han logrado que llegáramos a este punto, cuando hacía décadas que ya se veía venir el asunto catalán por delante del vasco, como el más importante para desatar o no, la ruptura de esa España unida que se hilvanó otra vez en 1977 pero que no se quiso terminar de coser.
Para estar unidos hay que estar contentos. Las sociedades que son diferentes tienen siempre y en todas las zonas del mundo y de la historia, la obligación de cuidar las relaciones, de entender las diferencias, de respetar las mismas como si fueran suyas, de estar muy pendiente de las alarmas.
En las próximas semanas —yo creo que— nadie declarará la independencia de nadie, pero habremos escrito otro capítulo más que sí avanza en esa declaración de independencia que al final será inevitable. Y es posible que como no se producirá ni el mismo lunes o jueves, haga crecer las ideas tontas de los tontos, de que los catalanes no tienen arrestos, de que saben que es imposible, de que al final solo querían asustar.