26.4.11

Todos permaneceremos una década siendo ancianos. Las residencias de ancianos y su calidad humana

En España se publican informes en donde se insiste que las personas mayores de 65 años no quieren acudir a las Residencias de Ancianos, no desean quedar ingresadas en centros de día para ancianos; y siempre hay muchos técnicos que se preguntar los por qué de estas decisiones de los ancianos, cuando nos insisten que la calidad asistencial es muy alta y controlada.
Incluso en el más absoluto desconocimiento de la forma de pensar de los ancianos o de las personas adultas, se responden ellos mismos que hay protocolos para recibirlos cuando ingresan, que si los ancianos no desean entrar en las residencias es por desconocimiento de lo que se van a encontrar, e insisten que la atención es mucho mayor que la que pueden recibir en su domicilios cuando están en una edad en la que necesitan ayuda. Mentiras para engañarse, disfrazadas de pequeñas verdades.
Demuestran no conocer por dentro las residencias de ancianos, o lo que es peor, conocerlas y desear por ello engañarnos a todos. Y como estoy seguro de que si las conocen, debe entender que no tienen ningún deseo de resolver los problemas de las residencias de ancianos y con ello la calidad asistencial de las mismas.
Las residencias para ancianos, en el mejor de los casos, son centros desnaturalizados, en donde se resta libertad a las personas, convirtiendo en centros de reclusión con derecho a enfermera. Esto en el mejor de los casos. No deben ser empresas que se asemejen a hospitales, nunca. Deben ser lugares donde se asemejen a familias grandes.
Y en el peor de los casos son cárceles, incluso con ventanas cerradas e imposibilidad de salir a la calle, horarios muy rígidos e imposibles de admitir, comida
bazofia y trato nulo. En algunos casos son lugares que para seguir abiertos tienen que obtener la vista gorda de inspectores, pues no es de recibo que las visitas vean lo que ven y no lo detecten los responsables de que estén abiertas. Y sí, la familia también es cómplice de algunas irregularidades, pero las familias o no tienen recursos o no conocen las interioridades o no tienen conocimientos para discernir.
En todos los casos el trato humano desaparece en mayor o menor medida. En el mejor de los casos —o lo que es más notable—, en los casos de residencias para ancianos de más de 2000 euros al mes de factura, existe un mínimo trato humano con los ingresados, obligando a los trabajadores a que no pierdan mucho tiempo hablando con los internos pues hay que hacer excesivo trabajo. Efectivamente, mucho por que tienen a pocos trabajadores; por cierto en casi todos los casos viniendo de culturas ajenas a las de los internos.
Las familias, cuando tienen a ancianos que les molestan y si tienen dineros para pagar una residencia cara, optan por lo sencillo. Ingresarlos e ir a verlos en el mejor de los casos un rato a la semana. Efectivamente siempre hay excepciones muy honrosas y amorosas, faltaría más. El resto del inmenso tiempo del día a día, el interno si se vale para salir por sí mismo a la calle, puede disfrutar de algunos ratos de soledad paseando por entornos que le son ajenos a su vida anterior. Pero si no puede salir a la calle, se ve obligado a realizar tareas que no desea en terapias de grupo que no le gustan o a permanecer en salones comunales junto a más personas que calladas todas, miran o a una ventana o a una pantalla encendida de televisión que nadie escucha. Eso si, los trabajadores van vestidos de blanco y aguantan estoicamente a que vaya pasando el tiempo.
Los ancianos ingresados en residencias necesitan sobre todo amor, ser escuchados, atención personalizada, crear un entorno en su habitación individual que se asemeje al que tenían anteriormente. Disponer de libertad para elegir sus actividades que deben ser cada día más amplias incluidas las de Internet. Deben tener una comida variada con algunos extras a la semana. Pero sobre todo deben tener la oportunidad de hablar, de sentirse queridos, de ser tocados, de escuchar, de ser atendidos en SU libertad y no en la libertad común.
Se nos olvida que dentro de cada anciano convive una persona. Una persona que fue libre, adulta, capaz. Una persona que trabajó por toda la sociedad que ahora le cuida y que sabe comparar y recuerda como era su vida anterior.
O el Estado toma decisiones acertadas para los ancianos o estará haciendo una salvajada continua. No se nos debe olvidar que para la sociedad y para los políticos, los mayores de 60 años parece que ya no existen. ¿Ustedes leen muchos programas políticos para la tercer edad y que luego se cumplen? ¿han visto planes para resolver los problemas de la tercera edad en municipios, en los sucesivos gobiernos españoles sean centrales o autonómicos?
Todos (casi) pasaremos una década de nuestra vida siendo ancianos. Todos. Depende de nosotros ahora, que tengamos calidad de vida dentro de los deterioros por edad y enfermedad. Que tengamos libertad.