31.1.20

Queremos tener esclavos aunque hundamos España

Hemos estado comprando semillas y especias para intentar hacer vermut en casa y hemos ido a la que creía era la mejor tienda a granel de especias y semillas para la cocina de mi ciudad. 

Un desastre. 

El ajenjo lo ha tenido que encontrar mi pareja pues la dependienta no sabía si eran semillas o polvos ni si se había acabado o nunca habían tenido, no había anís estrellado, no sabía dónde se había escondido la manzanilla en flor, y del resto es mejor no insistir. 

La pobre chica no tiene la culpa, estamos todos cansados de ver dependientes contratadas no por lo que saben sino por lo poco que son capaces de querer cobrar. 

Al poco se van y vuelven a por otra esclava barata. 

La indignidad laboral afecta a la sociedad entera, también a los clientes, pero nos empeñamos en seguir por ese camino de mierda, creyendo que mientras haya beneficios para mi todo va de puta madre.

Mi teléfono es mío, aunque él piense que no

Mi teléfono se activa con mi huella dactilar pero no sé bien por qué, lleva unos días que la mitad de la veces no me la reconoce, se me agotan las tres veces y me dice que no, que mi dedo ya no es mi dedo. 

Me lo miro buscando cambios en las huellas dactilares o heridas, pero no encuentro nada. Igual es que se me han desgastado las huellas de tanto darle al teclado, me pregunto. 

¿Y si no reconoce mi huella, qué otra huella tiene ahora en la memoria este cacharro? 

Al final estoy seguro que vendrá un señor mayor de Murcia y se me llevaré mi teléfono diciendo que la huella que reconoce es la suya. 

De Murcia o de Soria. Estos teléfonos son capaces de avisarle con un mensaje secreto al dueño de la huella que lleva memorizada, seguro. Igual está buscando al que se cree que es su dueño y no, el dueño soy yo.