13.12.23

¿Más y mejor formación para producir o para las personas?

Nunca hemos tenido tanta facilidad como ahora para crecer en educación y formación. Nunca hemos tenido tantas posibilidades de atesorar ideas y proyectos, de acudir de forma igualitaria a procesos formativos para ser más…, para ser más productivos. Y esa es una pregunta que nos tenemos que hacer casi ya con urgencia.

¿Debemos ir a modelos formativos que cubran las necesidades productivas de los países, o a modelos formativos que cubran las necesidades de las personas? 


La respuesta no es sencilla aunque lo parezca, pues dentro está el engaño de decir una cosa y hacer otra.

No es lo mismo crear un proceso educativo y formativo cuya meta sea una u otra META final. Sin duda en el preescolar todo el sistema educativo está dirigido hacia la persona

Pero según vamos creciendo en edad y formación, hay muy serias dudas de hacia dónde nos dirigimos, incluso hacia dónde debemos dirigirnos.

Si reducimos toda la formación a buscar unos procesos útiles en economía productiva, estamos entregando herramientas a las empresas que además de hacer crecer una sociedad, hacen crecer las desigualdades. 

Si dirigimos nuestra educación y formación hacia el crecimiento personal como individuo que siendo libre elige lo que quiere, estamos poniendo en valor a la persona y a su libertad vital de hacer lo que quiera con su vida.

Pero la formación en realidad la pagamos todos, la sociedad en su conjunto. 


Tal vez haya que explorar mejor esa tercera opción de educación y formación hacia las personas, basada en las personas pero no a título individual, sino considerando a las personas como parte de un colectivismo social. 

Algunos pueden sentir la tentación de pensar que esto es comunismo educativo. Y que al final esto nos llevaría otra vez a los valores formativos para buscar economías colectivas.

Lo cual nos desplaza hasta esa falta básica de formación en las alternativas y sus explicaciones. Lo necesario puede ser nuevo, diferente. E incluso puede ser positivo y no tener nada que ver con lo conocido con anterioridad. 


Y para ello nada como admitir de una vez por todas que hay procesos ya muertos, enterrados incluso entre los Muros de Berlín y que ya ni existen ni existirán. Lo cual no quiere decir que no puedan nacer otros que se parezcan en algo y se diferencian en mucho.

Rubén Darío y Ángel Orensaz, trabajaron juntos

La Zaragoza del año 1967 era una ciudad sórdida, aplastada por una cruenta dictadura militar, iletrada y salvaje, queriendo crecer a golpe de inundar huertas de cemento. Sin embargo, tuvo siempre pequeñas luces que resplandecieron ante el miedo y la incultura, prefigurando lo que debía ser, pudo ser, pero no es. El peso de la bruma provinciana, tosca e ignorante fue tal, que aún hoy sufrimos sus devastadores efectos.

El 1967, sin embargo, es un año memorable para Zaragoza y el buen gusto. Incomprensiblemente, en ese ambiente, el Ayuntamiento decidió conmemorar el centenario del nacimiento de Rubén Darío, el príncipe de las letras en lengua castellana, una de las cumbres del buen gusto y la excelente literatura.

Y lo hizo encargando una escultura al entonces joven Ángel Orensanz, recién llegado de su formación en la École de Beaux Arts de París y premiado ese mismo año en la IV Bienal de Arte de Zaragoza

El monumento se conoce como “Niño con estrella” y se encuentra en el Parque Grande José Antonio Labordeta, en el espacio conocido como “La Rosaleda”, hace unos años arrasada vilmente por una de las Corporaciones municipales más zafia, insensible e iletrada de cuantas ha habido en la Ciudad.

Es esta una obra de juventud de Orensanz y, a mi juicio, la mejor escultura del autor, por su localización, su concepción y su ejecución. Situada en una glorieta solitaria, en un parque exquisito y juega con la vegetación y la luz, cambiantes según las estaciones del año, tanto del entorno como del propio monumento.

El autor renunció a esculpir un retrato del homenajeado (como estaba haciendo en la coetánea dedicada al Tío Jorge en el parque del mismo nombre) y evitó tanto el modelado geométrico como las abstracciones y los elementos que irán predominando en su obra paulatinamente, hasta devorar lo figurativo.

Representa a un niño, de reminiscencias rodinianas (recuerda al “Fugit amor” de Rodin), sobre una gran roca, en su origen, cubierta de vegetación atrapando una estrella, alegoría de la poesía, símbolo del alma soñadora y sensible, que existirá…:

mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire, / mientras la onda cordial aliente un ensueño, / mientras haya una viva pasión, un noble empeño, / un buscado imposible, una imposible hazaña

…como dice el poeta nicaragüense al que se dedica la composición en su poema “Al Rey Óscar”, que se cita en el mismo monumento de Orensanz. Este año, sesquicentenario del nacimiento de Rubén Darío, celebramos también el L aniversario del nacimiento de alguna luz de buen gusto y belleza en la Zaragoza de 1967.

Jorge Marqueta Escuer