11.1.15

Diferentes casos y clases de indigencia social

Hace más de seis meses encontré al indigente del MacDonald sentado en la acera y envuelto en trapos y cartones. Me fijé en él sobre todo por su figura. Alto, delgado, cincuentón, pero sobre todo muy alto.

Uno cree que los altos tienen el mundo fácil y me resultó curioso verlo sentado en el suelo sobre unos cajones, cómodamente asentado y pidiendo. Digo cómodamente con mi razón, pues se había casi edificado un asiento con todas las pobres comodidades que se pueden tener de mentiras. Lo fotografié a escondidas pues nunca quiero sacarles el rostro.

El viernes lo volví a ver, creo que más joven. Su trono se había simplificado, su esbelta figura parecía más moderna y el frío no parecía afectarle pues no portaba mucha ropa. Tras cenar mi pareja y yo en un local cercano volvimos a pasar cerca de él y ya a distancia notamos que estaba histérico. Al teléfono estaba fuertemente discutiendo con alguien en un idioma eslavo, ruso, raro. El tono era amenazante pero el teléfono más grande que el mío. Nos dimos cuenta que tras la fachada había un tipo al menos violento con la voz. 

Nada que ver con aquella pareja que vimos junto a la comisaría del barrio de Las Letras, casi seguro que atrapados por las drogas pues a ella le faltaban varios dientes de la boca y que ambos, sentados sobre un sobresaliente de una droguería, estaban leyendo unos libros que en el caso de ella superaría el medio millar de páginas. Trasmitían dolor, más que pena era dolor por lo dura que a veces es la vida con los débiles. Él le explicaba un asunto literario con una lengua rota, ella sujetaba con un dedo el lugar donde se había quedado leyendo. Si yo hubiera sido valiente me hubiera atrevido a hablar con ellos. Pero soy cobarde.