10.6.22

En democracia lo importante no es votar, sino entenderse


Nos hemos creído que el máximo fin de cualquier democracia en su gestión del día a día, y para los ciudadanos es el derecho a votar para decidir, para elegir aquello que creemos mejor. Y no es cierto. El mayor éxito de la democracia sería precisamente lo contrario; no tener necesidad de votar, sino ponernos de acuerdo negociando entre las partes. Algo que suena a imposible, lo sé.

Sería ser un sistema en donde todos fuéramos capaces de respetarnos haciendo las cosas lo mejor que sabemos, admitiendo que nos pueden reemplazar ante los desmanes.

Otra cosa es el Acto Final de Votar para que así conste en Acta Oficial. 

O el Voto de Urna, para elegir a los que nos van a Representar.

Pero ponerse de acuerdo en una negociación es muy complicado, casi imposible a veces, y al final tienen que ir a votar constantemente las personas que hemos elegido para que nos representen para saber cuántos hay de cada postura. 

Para contarlos, para contarnos. Pero una Democracia que se basa solo en contarnos, no es totalmente una democracia, pues hay muchas maneras de influir en esas cuentas.

Como no podemos estar negociando sin un tiempo tasado en el inicio, y a veces es imposible el acuerdo en la negociación, y al final la única solución pasa por contarnos y dejar de seguir negociando.

A veces confundimos el derecho a votar con “nuestro” derecho a votar.

Y la verdad es que en política la mayoría de las votaciones se hacen al margen de los ciudadanos y al margen incluso del conocimiento de la sociedad. Se vota mucho más de los que nos imaginamos o vemos.

Todos los días en todas las administraciones de debate, se votan decenas de propuestas. O se negocian y se llega a la conclusión final, para que no sea necesario votar. Entre incluso personas afines a la misma idea, al mismo grupo de trabajo.

Cualquier asunto que se lleva a un ayuntamiento por un Grupo Político (por poner un ejemplo sencillo), antes de presentarse se somete a debate entre los integrantes del propio Grupo Político para llegar a un acuerdo, intentando que no se tenga que votar en su seno, pues el votar divide.

Es el primer acto de negociación. 

Luego esto se presenta a una mesa de “posturas” donde están representados todos los diferentes Grupos Políticos con un representante, para tomar posición sobre el asunto antes de llegar al Pleno. Se vuelve a negociar, se hacen transacciones y se acuerda o no.

Aquí ya se marcan las primeras votaciones "de verdad", se hagan efectivas o no en esa mesa para que cuando se acuda al Pleno donde vuelven a estar todos los demás Grupos con todos sus integrantes se vote definitivamente para que así conste en Acta Oficial.

Pero a la entrada al Pleno ya se sabe de antemano casi con seguridad el resultado de la votación. Aun así en ese acto se vuelve a negociar, a intentar convencer.

Vuelve a estar sobre la mesa el derecho a la negociación, al debate, antes que el de la votación. 

El derecho a convencer y a ser convencido.

Las democracias débiles empiezan a demostrarlo cuando ya no se debate o estos debates nunca sirven para nada. Cuando todo queda circunscrito a la votación.

Votar para decidir es pues la demostración de una debilidad final del sistema democrático que es incapaz de ponernos de acuerdo.

Y se vota en política pero también en los órganos de poder de las empresas, o en cualquier situación donde haya posturas encontradas entre partes que negocian o plantean alternativas.

La democracia nos ha enseñado a votar, pero no tanto a negociar, a ceder y convencer, a ser capaces de admitir de la otra parte ideas y proyectos que pueden ser interesantes, aunque vengan de la parte contraria.

Es todo un arte la negociación. Y el votar es lo más simple y la demostración que han fallado todas las demás posibilidades.