5.2.14

Dos ancianos, dos perros y un joven mordido

Los que vamos recogiendo personajes por la calle para nuestros relatos, tenemos días en los que se nos multiplican junto a meses vacíos sin encontrar a nadie a quien lanzar hacia el juego de dramatizarlo sin que él se entere. 

Hoy junto al café de las 11 me han surgido en el paseo de la playa, desde el velador con el sol de febrero, una pareja encantadora de ancianitos acompañados de dos diminutos perros asquerosamente brutales que no hacían más que gritar incluso hasta lograr morder el tobillo de un joven barbudo que se les acercó excesivamente. Por parte de la pareja de setentones todo eran disculpas para los leones de 500 gramos, como si de nietos desvalidos se tratara. El tono de voz de los ancianos era suave, cándido en exceso demostrando claramente que en su casa mandan los dos diminutos seres enanos. El del joven era amargo, diciendo hacia sus adentros y para que lo escuchara yo: "Es que ni perdón me han pedido".

Pero tras pensar en el papel que podrían tener estos dos personajes clamorosamente buenos, escondiendo tal vez en su interior a asesinos de criadas tetudas; me ha surgido el del joven barbudo que nos enseñaba al resto de clientes de la cafetería el tobillo levemente mordido como si fuera el hundimiento de su hombría. Tras verlo hablar con el dueño del bar pensé que se estaría quejando pero no, venía como fotógrafo y no como cliente para hacer unas tomas destinadas a un catálogo de la cafetería restaurante playero de cara al verano. Los fotógrafos no sabes disparar patadas a los perros malos, solo cortinillas que se mueven.

Nada era como parecía -pensé- excepto los perros que eran tan cabrones como se les oía aunque no pesaran más de medio kilo. Pero los perros escandalosos no eran nadie sin los ancianitos que se habían levantado de la mesa cansados de la molestia por sus canes. Él cojeaba preocupadamente pero ella solo arrastraba los pies hasta casi no poder andar. Gracias a los diminutos perros de mala hostia que tiraban de ellos, lograrían llegar a su casa sin caer rendidos en el intento. Entonces entendí el cabreo de los chuchos y sus ganas de desahogarse.