1.2.14

Recuerdos de un jardín londinense lleno de humedades verdes y negros

Recuerdo que en uno de mis viajes por Londres descubrí detrás de una pequeña iglesia de barrio un jardín espectacular y sencillo. Algo que explicado así parece contradictorio. Las grandes ciudades para saborearlas deben ser visitadas por sus barrios normales al menos la mitad de veces que por sus centros comerciales o turísticos. Si no, te quedas engañado.
Aquella mañana y tras elegir en el plano del metro un lugar lejano al azar, salimos hasta un barrio de casas no muy altas, abierto y de grandes avenidas casi vacías. Nos encanta visitar iglesias no para rezar sino para oler o ver arte, cuando no para descansar. Aquella pequeña iglesia era de gris oscuro, de esa piedra que tras la humedad cambia de color buscando el negro. Estaba cerrada. Así que dimos la vuelta buscando entretenernos, y escondido de la calle había detrás un pequeño jardín muy oscuro, de un verde insultante, húmedo y algo frío, rodeado de bancos de madera que parecerían podridos si no te sentabas hasta contemplar que siguían siendo duros y consistentes. Pocos árboles bajos enmarcaban el lugar para no restar el sol en los pocos días que llega hasta el suelo, pero la sensación de soledad tranquila, de calma húmeda, de vecinos mirándonos desde ventanales con cortinas era maravillosa. Creo recordar que hasta los pájaros se habían dado cuenta que no éramos habituales y se callaron para no delatarse.
Sabíamos que una vez levantados del descanso para continuar nuestra marcha, perderíamos aquella sensación de antiguo tan diferente para nosotros como envolvente. Miramos bien para empaparnos y creo que lo conseguimos. Se nos quedó en el recuerdo. Ahora al recordarlo parece que sigo sentado sobre aquel banco casero, amplio y de tablitas cuadradas de madera. Me voy a levantar que debo continuar el día.