24.9.25

El cine desesperado o Robert Redford


Se oyó este pasado viernes en la presentación por el autor Pablo Simón de su obra “Entender la Política”, con la presencia en la mesa del líder sindicalista histórico aragonés Lorenzo Barón y la periodista Marina Fortuño: Trump no es una causa, es una consecuencia.

De qué. Del propio ambiente que se reflejaba en el acto: en que el noventa por ciento de los asistentes eran militantes o directivos de colegios e institutos; los que no, profesores y participantes en tertulias, jubilados y transicionados. Hijas e hijos del mayo del 68 con una media de edad que supera la setentena, en perfecta forma con todo lo que andan y bailan, a los que aún les sobra tiempo y sesera para leer y que le dieron una oportunidad a Podemos, aunque les llamaron casta.

Salí del acto fraterno y reflexioné en el número muchísimo mayor de replicantes de la sociedad milenial o X o lo que fuere que entraban a un cercano gimnasio, de la edad del ponente que incidió con toda la razón en la caída en picado del ocio compartido y de la participación social de los neo hispanos en movilizaciones sociales o asociaciones.

Puntualmente las vanguardias que se manifestaron contra la inclusión de España en la OTAN en el lejanísimo 1986 que refundió Anguita en una Izquierda Unida que casi llegó al 20% de los sufragios, salen a la calle por Free Palestina, por defender Canal Roya o por el mantenimiento del poder adquisitivo de sus jubilaciones. En el contexto mundial, doradas.

Son la generación de Redford: comprometidos (y mucho más comprometidas), hasta bellas y bellos en las arrugas, siempre en la vida pública con una sonrisa en la boca y una acción decidida, con garbo.

Esa sonrisa y garbo que plasmó Robert en sus inolvidables interpretaciones de periodistas sin fisuras morales, que tanto gustarían a los Clinton y que… el tiempo ya había superado con la eclosión del rap, la degradación de los centros urbanos de Newark, Detroit y hasta Boston… con Redford, amigo de sus amigas, organizando el festival de Sundance en la blanca, desértica y solitaria ciudad del lago salado –la mormona Salt Lake City-.

Festival para wokes que dirían los votantes de los barrios obreros hacinados en bloques, aquí y allí, que vociferan que dónde meterían a los palestinos de concederles a todos los gazatíes asilo en el España: si en el campo de golf oscense donde viven la cúpula socialista dorada de la generación de Redford o en el Picarral, en el que si nadie lo remedia, y por falta de cultura política de los votantes –se le escapa a Simón, y entonces por qué no la ha enseñado “El País” y sus políticos en el consejo de administración- va a ganar Vox.

Si se combina ver una película de los felices 70 de las de Redford, con Paul Newman aportando el contrapunto canalla de Brando y la caza de brujas, con una revisión del cine de Isabel Coixet o la mítica para tantos, por poner en imágenes la desesperación humanista, “Sirat”, la última no es que parezca post-punk, es que manifiesta el fracaso al que ya se está subiendo Alemania, del estado social de derecho.

El estado social de desecho no es el que determina las vidas privadas de los manifestantes pro Palestina. Administraron los recursos como ordenó el socialismo sueco, fueron buenistas y el resultado a las generaciones de veinte y treinta años les da igual. La solidaridad postural e hipócrita me parece viejuna hasta a mí.

Parece que “Sirat” termine con un recordatorio de que toda la humanidad en la desesperación sea igual. No es cierto, los habitantes de Asia y el Magreb prefieren despotismo con resignación que anarquía.

Tengamos la esperanza de que a esta nueva hornada de españoles o vascos o catalanes o aragoneses del nuevo milenio, la vida no les ha hecho guardar una despótica cola para renovar sus pasaportes y tienen de forma permanente el comodín de las perras de sus padres, Europa y sus Erasmus para poder desaparecer en una rave en el desierto como juego del que siempre se puede salir. Incluso aunque voten a la extrema derecha y huyan de sus valores, Papá Estado allí estará.

Ya se encargó Redford de que la revolución vaya en etiqueta, de que la belleza abra todas las puertas, de que África sea un decorado amable en que el amor es posible. Aunque te tengas que subir al techo de un tren, tú tienes esa posibilidad, ellos se siguen casando por conveniencia.

Tú les vas administrando la democracia si quieren dinero y así, aunque los ucranianos masacraran la primavera de Praga, ahora podrán ser europeos. Y aunque los dirigentes de Israel sean descendientes de los mayores europeístas ucranianos, hoy los pasamos a la categoría de tiranos asiáticos.

En la que todos estuvimos y de la que podemos salir si nos ponemos una película de Robert. No si lo hacemos con una película del facha de su generación Clint que, sin embargo, nos recordará más a nuestra propia vida. Cuando no hay eventos, nadie te ve, discutes con el manipulador de la asociación donde vas a bailar o porque cuatro mil diésel se junten para subir al Anayet...

Hostia, podríais relajaros un poco y no querer administrar siempre las causas… Qué hacéis cuando nadie os ve, ¿volver a ganar la calle al fascismo, meteros en un camión de 50.000 euros para recorrer Kurdistán como hippies y liarla parda? ¿A galopar, a galopar… hasta… aburriros en el mar?

22.09 Luis Iribarren

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