5.3.18

El señor del café frío a medio consumir

En mi calle tengo a un señor mayor en silla de ruedas que es el paradigma de la escultura humana. Mayor=Escultura=Soledad. Un señor sin color pero que es imprescindible en esa esquina concreta. Sin él, no existiría la esquina.

El hombre siempre está al sol —creo que incluso en los días nublados él sabe encontrar un sol propio al que asomarse— sentado en el exterior de una cafetería junto a un frío café a medio consumir y un puro apagado.

Allí no se mueve nadie. Ni a las 8 de la mañana ni a las 11 del mismo día. Si acaso el sol, y no queda claro que se desplace ante esta situación. El café siempre está a mitad del vaso de cristal de Duralex, el puro nunca se acaba de consumir y el señor mira siempre hacia delante, que es su futuro pero no es el futuro.

No sé qué piensa, pero estoy seguro que piensa. Y el café quiero comprender que es diferente cada día, y que no es el medio café repetitivo y helado que aparente ser un café. El puro lo chupa.

La soledad es parte de la imagen. En aquella esquina no hay velador de cafetería. Esa mesa de aluminio gris es para él. La silla de ruedas la trae el cliente de casa. El puro está más veces en la boca que en la mano. Nunca nos mira, pero siempre está mirando.

Yo cada vez que paso por la esquina observo para ver si sigue allí. Sé que un día no estará. Y ese momento será de incertidumbre. Volveré a mirar varios días más por si es gripe. Y un día sé que la propia cafetería retirará la única mesa de su esquina. Todo será mucho más aburrido.