20.3.21

Pandemia (01) El Futuro del Pasado tras el COVID19

Cuando el año 2020 empezaba —hace un siglo o lo parece— y todo el mundo se dirigía a celebrar el inicio de un Año Nuevo redondo, nadie parecía sospechar que ese 2020 pasaría a la historia mundial como el Año del COVID aunque llevase después el apellido 19 y no el 20. Un día antes, las autoridades chinas advertían de un nuevo virus detectado en la ciudad de Wuhan (11 millones de habitantes) que producía una serie de casos de neumonía de origen desconocido y avisaba a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en una alerta de las autoridades chinas por una enfermedad que les parecía peligrosa y nueva. 

La realidad es que ese virus llevaba varios meses ya desarrollándose en el mundo sin detectar, y que un año después ya se piensa que ni surgió en un mercado de la ciudad de Wuhan —o al menos no está asegurado este punto— ni se sabe con certeza donde nació y en qué momento del año 2019. Ni tampoco por qué motivo pasó el contagio posiblemente desde una animal (¿pangolín, murciélago?) a un ser humano (¿en un salto entre especies o en dos saltos con animales diferentes?). 

Lo cierto es que ese salto entre especies, algo que ya se había producido y avisado en otras ocasiones, revolucionó a partir de ese momento el mundo globalizado en donde todo se reparte con mucha rapidez y de forma imparable. Ese 31 de diciembre de 2019 se advirtió a la OMS, pero se tardaron excesivas semanas en tomar medidas drásticas en el mundo, ante aquella advertencia que casi nadie valoró bien, tiempo que ha resultado brutalmente peligroso para la sociedad mundial.

En aquel 1 de enero de 2020 el mundo estaba pendiente de las tensiones entre Irán y los EEUU, Europa sabía que debía ir hacia unos horizontes más verdes y digitales, los problemas de inmigración desde África hacia Europa parecían controlados tal vez tapados por la penumbra del invierno, mientras Donald Trump seguía queriendo dominar el mundo desde sus tonterías, sin intuir que aquel año iba a ser el último para su mandato que casi consideraba eterno.

Corea del Norte continuaba con sus brabuconerías, Venezuela seguía sumida en un caos de gestión política y económica alentada por el cierre al que le sometían los EEUU y sus aliados les gustase o no, y se admitía con dudas que las crisis medioambientales iban a transformar nuestras cuevas naturales con una economía peligrosa y una contaminación que nadie parecía querer controlar y disminuir. 

Consumíamos más de lo que nos podíamos permitir pero no deseábamos verlo, ciegos de creernos privilegiados ante una vida que hacía ruido, pero siempre lejos de nuestro hogar.

A todo esto había que unir una globalización desbocada, una indignidad laboral en aumento, una inteligencia artificial que asustaba y sin duda restaba puestos de trabajo que ya se admitía que habría que repartir de otra manera y entre todos los ciudadanos para no crear bolsas de pobreza por desempleo que al final nos crearan violencia social imparable. 

Teníamos algunos problemas detectados, pero ni teníamos soluciones ni parecíamos deseosos de quererlas encontrar. Y además desconocíamos el problema principal de un 2020 asesino.

En España seguíamos sin un Gobierno estable, se negociaba desde el PSOE con ERC un apoyo al pacto entre los socialistas y Podemos con el problema de Cataluña encima de todas las mesas del debate nacional. Curiosamente las escuelas concertadas católicas ya advertían que ese futuro gobierno que podría surgir (o no) iría contra la Educación Concertada, preparando lo que a partir del otoño se convirtió en una pelea callejera. 

Es curioso el cambio de la sociedad en cuestión de meses o de oportunidades, pues mientras en aquel inicio de año en Francia se intentaba prohibir las estufas de gas en las terrazas de los bares y restaurantes o en Málaga se intentaba prohibir nuevos bares en las calles del centro de la ciudad por la saturación, unos meses más tarde, solo unos meses, aquellos mismos problemas se han convertido en algunos casos en soluciones y en otros en nimiedades. Nada es seguro y ni mucho menos eterno. 

Con todos estos pequeños materiales y el convencimiento de que nada nos podía pasar pues estábamos en Navidad y tras el nuevo Año iba a venir unos Reyes magníficos nos encaminamos a desearnos Feliz Año Nuevo y a seguir pensando que el cambio era poca cosa, si acaso festiva y jugosa para seguir haciendo lo que nos viniera en gana. Pero la realidad era muy otra. 

Desde China se informaba que parecía existir una vinculación común de los contagios de una enfermedad nueva con un mercado de pescado y marisco de Wuhan (ciudad del interior de China), aunque no se facilitaron más detalles. 

Aquello estaba muy lejos, los chinos nos parecen unos cochinos cuando visitamos sus mercadillos y si nos llegábamos a enterar de la noticia nos parecía algo de lo más normal. Es que comen cualquier cosa y venden animales vivos en esos mercadillos que todos parecían conocer, nos decíamos. 

Así que cuando el día 11 de enero se nos dijo que ya se había producido un muerto asignado a este nuevo virus que de momento no tenía nombre ni del que se conocía mucho más que no fueran esas dudas sobre el lugar del inicio, tampoco nos preocupamos mucho. Hemos tenido decenas de enfermedades raras pero siempre muy lejos de nosotros. Todos los temores quedaban encerrados en China entendiendo que podría ser una enfermedad como algunas otras de los últimos años, que afectaba a algunos miles de personas dentro de espacios bastante cerrados. Aparecían como los culpables y todos los demás éramos meros espectadores. Y las semanas iban pasando entre todos sin detectar que ya estaba en Europa el problema.

Pero el 13 de ese enero 2020 el virus se desplazaba y detectaba de forma fehaciente con una mujer hasta Tailandia, una enferma que tras estar en la ciudad china de Wuhan había vuelto a su país. El virus ya había saltado fuera de China y lo sabíamos y empezaba su viaje por el mundo transportado por personas dentro de un mundo globalizado donde viajar constantemente y de forma rápida era ya una realidad fácil entre todos. Ese caso de la mujer de Tailandia es el primer dato durante meses de que el virus salió de China hacia los países vecinos, pero investigaciones posteriores nos han señalado que el 1 de enero de 2020 había al menos siete personas en España con coronavirus, cinco de ellas ingresadas en hospitales de diferentes comunidades: Madrid, Andalucía, Cataluña, Comunidad Valenciana y Galicia. Eran enfermos con gripes o neumonías atípicas sin clasificar.

Según estos nuevos datos publicados por el Ministerio de Sanidad en noviembre de 2020, en las dos primeras semanas de enero hubo 110 personas hospitalizadas con Covid en España pero sin que en esos momentos se sospechara del nombre de la enfermedad y del virus. Y que para cuando terminó ese enero eran 223 enfermos los hospitalizados con Covid en España. No hubo ninguna muerte. 

Hoy se sabe que en Zaragoza por poner un ejemplo ya había gatos infectados por COVID desde humanos en los últimos meses de 2019.

El Instituto de Tumores de Milán junto a la Universidad de Siena (Italia) han asegurado que el Sars-CoV-2 circulaba en Italia desde septiembre de 2019, casi seis meses antes de que en febrero se detectaran los primeros contagios en la ciudad de Codogno. Es posible que muchos casos Covid pasaran como gripe por muy diversos países europeos. 

La duda sobre el nacimiento del virus, de su camino desde el país de inicio que ahora no sabemos si realmente fue China y menos si realmente fue la ciudad de Wuhan y su famoso mercadillo de pescados, es importante trazarlo para evitar otros posibles casos, para tomar medidas de control en el futuro. 

Posiblemente como ha sucedido en otros tipos de virus, con el paso del tiempo detectaremos que el COVID lleva entre los humanos incluso años, silencioso, sin ser detectado al infectar a un número pequeño de personas en zonas muy delimitadas.

No podemos dejar de saber amparados en la dificultad, y mucho menos en el: ¿y para qué? 

Hay decenas de disciplinas distintas que deben estudiar todos los procesos para restarles influencia de cara al futuro. Sabemos ya que esta enfermedad estará entre nosotros décadas cuando incluso es posible que lo haga por siglos como muchos otros procesos similares. Pero siendo grave y matando todos los años, afectará a un número soportable de personas y con la inmunidad de grupo y las vacunas lograremos en un par de años convertirlo en crónico.

Pero de lo que se trata ahora no es tanto adivinar su pasado, como de saber de qué manera nos va afectar en el futuro la pandemia del COVID19, una vez que siendo un problema global al nos negamos admitir como una Guerra aunque sus efectos se le parezcan mucho —por tener un espacio tiempo de incidencia superior al año entre gran parte del mundo— podemos intuir sin error que nos dejará secuelas sociales y económicas, cambios importantes en el corto y medio plazo, que nos moverá los cimientos sobre los que nos creíamos seguros. 

Estamos hablando de una situación crítica durante muchos meses, de la que todavía entrando en el 2021 no sabemos bien definir su salida, que su efecto no ha sido ni lineal ni similar en todas las culturas y sociedades, que lleva ya hacia la pobreza a millones de ciudadanos occidentales que se sentían seguros viviendo en el Primer Mundo.

Existirán salidas a la crisis, pero no sabemos si estarán diseñadas para todos por igual, ni quien se llevará los golpes más fuertes, de qué tamaño será la factura, ni tampoco sabemos todavía a costa de qué pérdidas se podrá pagar —con dinero o con sacrificios o pérdidas de libertades— el coste total de uno o dos años vacíos en el mundo de la economía capitalista ajada y añeja, la misma que fue incapaz de gestionar con sabiduría social la Crisis de 2008.

Y a eso hay que añadir por desgracia, que la misma juventud que sufrió la Crisis del 2008 en sus vidas laborales y de independencia familiar, es la que va a sufrir también esta Crisis de 2020, lo que los dejará todavía más heridos y con más marcas en su débil estructura social. 

Los que tenían 25 años en el 2008, ahora tienen 37 años, y serán los que deben estar en primera línea para gestionar esta Crisis que sin duda podría llegar al 2030, cuando ellos tengan ya 47 años. Van a vivir sus mejores años de vida personal y laboral, sus años productivos más importantes, dentro de periodos de crisis que deben gestionar ellos. No será fácil ver las soluciones si estas ya se empieza con debilidad.

Julio Puente Mateo