26.3.21

Pandemia (12) Comercio, trabajo, servicios, educación ¿qué hemos perdido?


Los datos recientes sobre los comportamientos sociales en pandemia nos muestran que hemos avanzado (avanzar no es mejorar, sino cambiar de sitio) cinco años en la adopción digital por parte de consumidores y empresas, y de forma brusca, en cuestión de unas ocho semanas que fueron entre marzo y abril del año 2020. Las compras online ha supuestos en ese mismo periodo un aumento todavía más rápido, considerando que en estos meses se han logrado objetivos que se estimaba alcanzar en diez años. 

En el sector bancario avisan los expertos que la proporción de transacciones sin dinero físico ha aumentado en todo el mundo hasta niveles que esperaban alcanzar en un plazo de dos a cinco años. Y que el dinero físico puede tener los años contados.

En medicina se calcula haber cambiado en un par de semanas de aquella primavera de 2020 lo que se esperaba realizar en una década al pasar los médicos de Atención Primaria a las consultas telefónicas con todos los riesgos que este sistema tiene, como los pacientes que se quedan en el camino por falta de experiencia o formación para explicarse, la pérdida de numerosísimos enfermos crónicos que ahora ya no acuden a sus médicos o el problema sin resolver de la Salud Mental mal gestionada al estar saturados todos los espacios sanitarios.

En estos casos y en muchos otros, el COVID19 ha acelerado unas tendencias tecnológicas ya existentes. Pero al hacerlo sin programar ni diseñar los procesos del cambio, al hacerlo de forma tan urgente, no es posible hacerlo como se debería, no es factible valorar los cambios que se necesitan para optimizar esos cambios en los procesos, pues no es posible los cambios sobe los cambios. 

La producción del trabajo en el hogar en vez de en la fábrica podrá funcionar, pero… ¿cómo medimos su productividad real o su control de calidad cuando hemos tenido que aplicar medidas de trabajo no presencial sin poner medios de mejora, de medición, de control?

Si a esto le añadimos que muchos de los trabajo que se está realizando de forma NO presencial es trabajo de atención al público, al usuario o cliente, vemos que este (que somos todos) hemos perdido calidad de servicio; sea privado pero sobre todo si son servicios públicos, donde los sindicatos han sabido defender muy bien a sus propios trabajadores ante los riesgos de contagios. Pero la sociedad como conjunto no ha sabido defender los servicios que ya tenía. 

El comercio será uno de los pivotes sobre los que se moverán gran parte de las transformaciones en el futuro. Esa actividad junto a la del ocio son hoy —a principios de 2021— el gran reto a resolver, incluso a aprender de ellos y sus transformaciones. Muchos establecimientos tradicionales, que ya se encontraban en dificultades económicas, se han visto obligados a declararse en quiebra. Algunos servicios ya no podrán volver al ser reemplazados por otros. 

Si los clientes se mueven, no hay duda, se tendrán que mover las ofertas.

Pero todos ellos suponen mucho más que una puerta abierta al comercio o al servicio. Tienen proveedores, clientes, trabajadores, competencia, inversiones hechas, deudas, alquileres. Todo eso se moverá. 

Como la capacidad de seguridad pasiva que ejercen en sus barrios de referencia los comercios de proximidad al verse obligados a cerrar. 

Es mucho más sencillo que miles de pequeños comercios, talleres o servicios pequeños repartidos por los barrios tengan que cerrar, que lo haga una gran multinacional de cualquier sector. Que cerrará solo cuando haya agotado antes todo tipo de ayudas públicas. Pero el daño social a su zona de influencia es muy distinto y por ello no debemos minusvalorar el de los centenares de pequeños negocios repartidos por todas las calles.

Ese cambio repentino ha sido en algunos casos doloroso. Con el cierre de la atención personal en sucursales bancarias, las personas mayores que no estaban familiarizadas con la banca online han sido presa de miedos y dudas. 

El cambio a la enseñanza virtual ha puesto de relieve la desigualdad en el acceso a la banda ancha y la propiedad de ordenadores entre los estudiantes y familias o incluso entre zonas rurales y la gran ciudad. Grupos de jóvenes se han unido y no precisamente para estudiar, creando incipientes bandas que ya han sido detectadas por las policías de las ciudades en un crecimiento importante. 

Si a jóvenes adolescentes sin escuela les entregas la calle, el aburrimiento y un futuro muy incierto… ¿qué pensamos que pueden hacer?

Aprender a comprar por internet no se olvida, ver lo sencillo y cómodo que es recibir la cena en tu casa, caliente y con comida de Japón a un precio inferior a tomarla en un restaurante traerá sus consecuencias.

Aprender a comprar cualquier marca de productos y recibirla en tu casa a las 48 horas, aunque venga de Holanda es un cambio en el sentido de compra que afectará a las economías más débiles. Saber que cuesta lo mismo en dinero, esfuerzo o dificultad tener en casa un vino de calidad de la Comarca de Calatayud que un Gewürztraminer traído de Alemania tendrá un precio y no en la botella del vino. 

Tener acceso a libros que antes no podías comprar con facilidad, y no pagar nunca con dinero sino con números de una tarjeta, es una nueva manera de hacer separaciones sociales por Clase que tendrán consecuencias todavía no entendidas hoy en día.

Con la educación hemos emprendido un proceso del que no sabemos su resultado. Trasladar a casa desde marzo a septiembre la educación escolar, cerrando los colegios fue un gran error inasumible. Y aunque ahora ya se sabe el error no se puede revertir y ha creado un caldo de cultivo complicado con separación más pronunciada entre clases sociales.

Al abrir en septiembre de 2020 todavía algunos niveles volvieron a quedarse en parte sin ir a los colegios presenciales durante todo su horario. Y el problema no es tanto qué está sucediendo hoy en los chavales, sino qué sucederá dentro de unos años, cuando sumen estos conceptos de que la escuela no es tan imprescindible como las peluquerías. Ir menos horas a la semana a clase para evitar horas de presencia supone elegir materias, y ello supone orillar otras.

Ya la educación en España era irregular, no era universal aunque se diga y se intente, y estos procesos además de bajar la calidad de enseñanza en algunos sectores sociales, diferencia por clase económica de la familia, por incluso territorios, y no sabemos bien de qué manera lo aceptará el alumno cuando todo se asiente. 

Es verdad que tanto el teletrabajo como la educación virtual (la enseñanza más bien) es posible hacerla funcionar sin el espacio vital y clásico que supone el taller, la oficina o la escuela. ¿Pero siempre es beneficiosa o es la mejor decisión?

La duda es saber qué perdemos con el cambio, y no tanto qué logramos salvar con el cambio. 

Sobre todo porque nos da la sensación de que logrado un objetivo mínimo ya queremos entender que es suficiente y una demostración de que funciona bien las nuevas formas. 

Creo que nos conformamos con poco y admitimos enseguida que no hay otras maneras, que no somos capaces de defendernos de la pandemia excepto restando de nuestra forma de vida anterior. No añadiendo trabajos serios en investigación.