23.3.21

Pandemia (07) ¿Sabemos dominar las situaciones de la pandemia?


En todo proceso de gestión habitual y más si es de una crisis
, hay que estar preparado para dominar, controlar todo proceso de cambio en todas las situaciones posibles, tener esa cintura en la gestión que nos permita decir e incluso hacer una cosa y la contraria si las condiciones cambian de forma drástica. Eso supone tener muy controlada la información para ir siempre por delante de ella, y tener un margen de tiempo entre los datos reales e inamovibles y los datos que hemos ido entregando a la población.

Dominar la situación no supone aparentar ese dominio, sino tener cartas sobre la mesa que nos permitan en un momento de transformación poder seguir demostrando que se dominan todas las posibles alternativas. Y efectivamente, esto no es sencillo y sobre todo requiere de un equipo potente y un modelo de comunicación eficaz, para no aparentar mentiras donde solo hay gestión del tiempo para tener espacios para reaccionar.

Entramos de lleno en el aspecto psicológico de masas, en la inteligencia social y emocional de todos los que conforman la situación, entramos sin duda en la necesidad de disponer sin duda de técnicos sanitarios o de investigación de pandemias, pero también de sociólogos, psicólogos sociales, expertos en comunicación, agentes que sepan transmitir confianza y seguridad.

Uno de los errores más absurdos que cometió España en marzo y abril del 2020 fue empezar las comunicaciones a la sociedad con unas formas ajenas al siglo XXI y al problema real, gravísimo y nuevo, pero que requería demostrar una capacidad de seguridad no solo para el momento que se vivía sino para cualquier otro posible y futuro cambio del proceso de la pandemia.

Aparecer en Ruedas de Prensa de cinco miembros donde constantemente al menos tres de ellos eran Capitanes Generales vestidos de militar era la manera más sencilla de explicar la gravedad del momento sin tener que escuchar qué se decía, solo con la imagen, pero también suponía asumir unos riesgos y equivocaciones no previstas pues se enfrentaba a militares a periodistas muy duchos en saber preguntar, y ellos no estaban preparados para esa labor compleja de saber qué se puede y qué no se puede decir, y sobre todo de qué manera hay que decir las medias verdades y las pequeñas mentiras.

A eso hay que sumar que aparecer con las planas mayores de los ejércitos supone poner en sus manos la gestión teórica de cara a la sociedad. ¿Y si va mal el asunto… qué nos queda? ¿A quién podemos recurrir si nos obliga el virus a dar el salto hacia arriba?

Si a eso le añadimos las frases militares utilizadas en algunas de aquellas Ruedas de Prensa como: “sin novedad en el frente”, “todos somos soldados” o “en la guerra todos los días son lunes”, estaba dando la sensación —el Gobierno de izquierdas de PSOE y Podemos— de estar ya en una situación de guerra. De estar en manos de los militares que además se fueron desplegando por la grandes ciudades para labores de apoyo y control junto a la policía y de desinfección en zonas públicas.

El problema eterno de sacar a los militares a la calle, a las Ruedas de Prensa, el mismo desde hace siglos, es que es muy complicado retirarlos y volverlos a los cuarteles. En España en aquellas semanas nos lo pusieron a todos muy fácil, pues ellos mismos se fueron equivocando, cayendo en esos errores lógicos de comunicación al no estar preparados para actuar como políticos siendo militares. El vestido militar en las comparecencias y el no saber plantear una única figura de comunicación hacia la sociedad alentaron una imagen bestialmente antigua, ajena a lo que se necesitaba.

Era pues sin duda, un descontrol y un NO saber dominar la situación, al menos en cuanto a comunicación hacia la sociedad. Aquellas imágenes tristes, duras, excesivamente serias, producían una sensación que en nada servían para que la sociedad percibiera que se estaba dominando la situación.

Es curioso comprobar la enorme diferencia entre países con unas culturas o con otras a la hora de informar y asumir los casos de contagios y fallecimientos. Con independencia de lo transparentes que sean a la hora de informar. Las culturas orientales, más vividas en dictaduras, asumen sin repensar todas aquellas órdenes que vienen desde el poder instituido.

El mundo occidental y su sociedad lo medita, le busca la vuelta sobre todo en culturas del Sur de Europa, o literalmente no las obedece al faltar mecanismos de control y represión. Que no es eso lo que pido, sino constatar las distintas maneras de cada sociedad para asumir lo que está entre todos. 

Para cualquier Gobierno el no poder dominar las situaciones es un grave problema, pues todas las medidas que se tomen están mediatizadas antes con el convencimiento de que no producirán la respuesta adecuada. Eso supone tenerlas que aplicar de más tamaño, para que al final lo que quede sea lo que se necesite.

Si necesitamos que baje un 50% los movimientos de personas para controlar la pandemia, hay que ordenar el confinamiento del 100% de la sociedad y así poder estar seguros de que al menos será un 50% efectivo. Y los perdedores son ese 50% “de más” que se ha tenido que confinar, por culpa de la desobediencias asegurada de una gran parte de la sociedad. 

Si se necesita que confinar una Comarca, hay que confinar una provincia, si necesitamos que a las 10 no se circule, hay que ordenar el cierre a las 9. Y todas estas medidas no son aplicables en otras culturas, donde la seguridad de la obediencia es casi total, y se puede dominar mucho mejor la cantidad y calidad de las medidas.

En España por ejemplo ha sido imposible poner en funcionamiento la App Radar Covid pues nadie se la ha querido poner en sus teléfonos. Las excusas han sido de muy variado calibre y el gobernante no ha tenido los arrestos de ponerla obligatoria. 

¿Se puede? Si, claro, es tan sencillo como exigir que sea mostrada al subir a un autobús urbano, a un tren o para entrar en un Centro Comercial. Si no se tiene activa, no se entra.

En otras culturas ha funcionado muy bien, aquí ya se está pensando en implantar cartillas de vacunación para los mismos fines. Necesitamos desde la gobernanza ir un poco más lejos en el control pasivo de las aptitudes personales, si queremos resultados admisibles en salud y que no afecten brutalmente a la vida común que sin duda suponen un enorme lastre en la economía y funcionamiento de los países.

En otros países lejanos se toma la temperatura por voluntarios en plena calle y (casi) nadie se queja. Eso es impensable en España. Ni si lo hicieran los policías municipales. Se admite en las entradas a los ambulatorios médicos porque acudes tú a buscar ayuda pública. En otros espacios privados sería complicadísimo excepto en algunos lugares muy concretos y en donde la saturación de personas es ya un hecho constante.

Tras el inicio declarado en Europa de la pandemia, en las primeras semanas de marzo 2020, se empezaron a tomar medidas de una forma altamente dudosa y sin tino, pues no fueron capaces de medir la importancia del problema, algo que es entendible aunque hacía un siglo que algo así no sucedía y en el mundo occidental todos pensábamos que éramos mucho más capaces de lo que realmente éramos, para defendernos e incluso para atacar. Enseguida se demostró que nuestro sistema sanitario no era tan robusto ni se había construido con la preparación idónea para estas situaciones.

Se creció muy rápido con medidas de confinamiento totales, con salidas del hogar solo para asuntos imprescindibles y una sola persona, manteniendo esta situación durante varias semanas según países. Se logró vencer la curva con la llegada del verano y sin haber detectado que el contagio por aerosoles era el fundamental una vez que ya todos íbamos con mascarilla, se rebajaron las medidas de confinamiento casi hasta la nada.

Y llegó septiembre con una Segunda Ola tan feroz como la primera (menos fallecidos, muchos más contagios), más preparados para defendernos, para mitigar el número de fallecidos, pero aprendidos ya de que relajarnos era una muy mala situación y rebajar de forma rápida las medidas de confinamiento lo peor que se podía hacer. 

La situación que se pensaba dominada en junio se tornó descontrolada en septiembre, lo que llevó a tener todo congelado hasta la entrada del 2021. Se rebajaron drásticamente los números de media sobre afectados en 14 días hasta los 25 por cada 100.000 habitantes para entender que esa era la cifra para poder salir de la pandemia.

Cuando esto se impuso se estaba en algunas ciudades de España en números superiores a los 1.500 como Burgos, y en muchas comunidades con cifras superiores a los 1.000, alejadísimos de esos 25. 

Al ser tanta la distancia entre lo que había y el objetivo, no toda la sociedad quiso entender el reto, y lo que en la Primera Ola costó bajar los contagios un par de meses, en el otoño se tardó cuatro meses. El reto era mayor, el frío no ayuda a la autodefensa, y el cansancio social (no reconocido o literalmente negado) no ayuda a la obediencia.

¿Existe o no existe cansancio social entre la sociedad que no puede entrar a los bares en España, no puede estar fuera de su casa desde las 11 de la noche, no puede salir fuera de la ciudad de Zaragoza, no puede viajar a su Segunda Residencia o a visitar a sus nietos en otra localidad? 

Se muestran estudios que dicen que NO ¿nos los debemos creer o es una argucia para dominar precisamente ese cansancio social, para negarlo? Tal vez el crecimiento de fiestas privadas descontroladas sea precisamente un síntoma de esa fatiga pandémica.

Para que exista cansancio social por el COVID tienen que entrar dos factores: el de las medidas que nos restan libertad y el temor a contagiarse. 

¿Crees probable contraer la enfermedad tanto tú como tu núcleo familiar más cercano? 

¿Crees que de contagiarte las secuelas y la enfermedad va a ser grave para tí o para tus familiares más cercanos? 

Estas respuestas, o la percepción que hagas a estas cuestiones sí crean fatiga ante la situación pues producen miedo. La falta de libertad se puede reemplazar por otro tipo de libertades, pero si entra el miedo no hay sustituto, simplemente hay que superarlo y no tenerlo… lo que a veces produce más miedo.

Pero además hay algunas realidades que no queremos decir, contundentes y duras pero reales. Menos del 4% de los españoles habían cogido la enfermedad a finales de noviembre de 2020, casi un 7% a finales de marzo de 2021. En la misma fecha de noviembre 2020 un 0,4% del total de españoles han necesitado ingreso hospitalario por la pandemia. Y hasta esa misma fecha un 0,1% de los españoles han fallecido, la inmensa mayoría mayores de 70 años. 

Esos números hace que una gran parte de la población entienda que “no es para tanto” el problema de la pandemia, pues no quieren ver más allá. Pero tal vez haya que analizar otros números históricos de fallecidos.

Casi unos 20 millones de personas enferman de cáncer diagnosticado en el mundo, en España unos 280.000 cada año. Cerca de unos 10 millones mueren al año de cáncer. En España unos 110.000 enfermos fallecen. De tuberculosis fallecen cada año en el mundo sobre 1,4 millones pero casi todos ellos en ocho países (Bangladesh, China, Filipinas, India, Indonesia, Nigeria, Pakistán y Sudáfrica). Pero de diarreas todavía mueren más personas en el mundo superando los 2,5 millones y de SIDA casi 1,8 millones.

Es necesario conocer estos datos y ponerlos encima de la mesa para entender también en qué punto del COVID estamos para valorar sus consecuencias, brutalmente duras… en el mundo occidental, al contrario que la tuberculosis, las diarreas, el hambre, el bajo peso al nacer o el SIDA. 

En ese noviembre 2020 que utilizamos como primera referencia, es verdad que ya tenemos 60 millones de contagiados por el COVID y sobre 1,4 millones de fallecidos en todo el mundo (casi 130 millones de contagios y 2,8 millones de fallecidos declarados a finales de marzo 2021), pero siendo una cifra muy alta, lo es sobre todo porque se da en ciertos países. EEUU con 13,5 millones de contagiados en noviembre encabeza la lista con 270.000 fallecidos. 

Para ver más números: en la Guerra del Vietnam fallecieron unos 56.000 soldados americanos, en la Guerra de Corea unos 36.000 americanos y en la II Guerra Mundial murieron unos 116.000 soldados americanos (unos 170.000 si contamos a civiles o desaparecidos), así que debemos entender con claridad que este problema actual de una pandemia sin dominar, representará para el futuro un punto de inflexión enorme en todo el mundo.

No es lo mismo contemplar las soluciones a finales de 2020 que reflexionar sobre un 2021 que todavía no es capaz de llevarnos hacia la normalidad nueva, hacia un cierto control de la pandemia. Si a la llegada del verano de 2021 no hemos sido capaces como civilización de doblegar la enfermedad y nos sigue dando curvas que suben y bajan, Olas que se van acumulando, sin haber encontrado una vacuna eficaz…, sin duda entonces, sí que habría que ir pensando en un problema mucho más contagiante, y sobre todo en unas desigualdades entre países que complicarían mucho el futuro.

Julio M. Puente Mateo