15.7.09

Risto Mejide o la teoría de los monstruos en Telecinco. OT es un formato acabado.

Telecinco ha prescindido de su propio monstruo, Risto Mejide, en una pirueta increible que es complicada de admitir… porque supone convertirnos en pasivos actores de un juego asqueroso y bastardo, en el que parece que casi todo vale. No voy a entrar a valorar si Risto Mejide lo hizo bien o mal, hoy es el de menos. No quiero opinar sobre si OT es un producto basura más o un programa entretenido o un formato ya caduco; no es el momento.
Los medios de comunicación y la televisión sobre todo, tienen un poder que se debe controlar con delicadeza por parte de toda la sociedad. La manipulación y el engaño debería ser un tema controlable, porque tras la pantalla, hay millones de clientes viendo algo que consideran real, y el poder del medio es tan fuerte que pueden manipular opiniones o lo que es peor, conciencias críticas y capacidad de discernir entre lo real y la ficción.
La empresa Telecinco puede decidir lo que le venga en gana con sus colaboradores, faltaría más, pero los clientes, los telespectadores, deberíamos ser capaces de poder decidir también con igual o más libertad, qué servicios queremos consumir en cada momento. Los clientes somos los que podemos dar o quitar razones a cada medio de comunicación, con nuestro "consumo" de su producto.
¿Seremos capaces de aprender que somos los responsables de cada monstruo que crece en la televisión?
Por cierto, no acepto la opinión muy utilizada de que con apagar el medio en cuestión, se resuelven todos los problemas, porque por desgracia siempre hay millones de personas en todas las sociedades sin capacidad de elección; bien por soledad, bien por formación, bien por enfermedad, bien por medios económicos escasos para poder entretenerse con otras posibilidades. Los que SI podemos elegir debemos controlar que los medios públicos, porque van dirigidos a toda la sociedad, aunque sean dirigidos desde empresas privadas, no engañen a sus clientes. La televisión es un producto de consumo, que hay que controlar en calidad, como se hace con los chorizos o los preservativos, cuando menos, y que me perdonen las comparaciones odiosas.