15.8.20

Tres microcuentos para una mañana de vacío

El olor era inaguantable, entraba por la boca hasta hacerme sentir arcadas, pero tenía que aguantar porque era mi primera vez. En aquella habitación casi sin luz, deseaba que entrara un poco de aire fresco para pillarlo y traerlo hacia mí, pero por más que buscaba un soplo yo no podía tocar nada, y nada parecía atreverse a entrar sin permiso, incluido el aire de la calle. 
Tendría que aguantar con fuerza, ya que con saña había trabajado antes. Yo había buscado aquello y ahora tenía que soportar las consecuencias, ya que la vieja había soportado las suyas. 
Cuando le rajé la tripa de un tajo, ella grito y se llevó las manos a sus entrañas, pero al verse todo el mondongo fuera y escurrírsele la sangre por las manos se desmayó. 
Parecería lo lógico. Yo en cambio me quedé mirando un rato más.





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Yo soñé un día que me levantaba libre, que me ponía la radio y no me atemorizaban con notas de prensa de malas noticias, que incluso también los que me rodeaban eran más libres porque les dejábamos un poco más de espacio y de recursos para poder vivir mejor. 
Pero sólo lo soñé, porque cuando me levanté a la misma hora de siempre…, los mismos coches de siempre miraban malhumorados en los mismos semáforos de siempre, esperando salir los primeros con rugidos de mal genio. 
Porque los coches tiene vida, sino, no se entiende que los que van dentro se conviertan en seres distintos según vayan andando o dentro de su armadura. 
El coche nos convierte en caballeros de la dura figura.






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Miré el armario cerrado y me dio miedo abrirlo, pues uno no controla bien todas las estancia cerradas. Al abrir una puerta siempre queda la sensación de que puede saltar la sorpresa, de que a partir de ese momento nada puede ser igual si le da por mostrar la estancia recién abierta algo que no desea encontrar.
 Las sorpresas siempre esperan tras una puerta cerrada, tras un momento de duda, de indecisión. 
Miré el armario, y sin decirme nada supe que no debía abrirlo, y no por nada, sino por si acaso.
 Aquella mañana decidí que era mejor así, y sin atreverme a buscar un pantalón limpio o un slip del cajón no fuera a llevarme una sorpresa, salí a la calle en calzoncillos usados. Siempre es mejor eso que salir en pelota picada.