28.2.10

Aprender a vivir jubilado o jubilada

Interesante artículo de El País sobre la psicología de la jubilación. Consultar completo aquí.

La palabra jubilación está emparentada con júbilo, o sea, alegría. Se supone que, más allá de un acto meramente administrativo, el cese laboral es la culminación de una etapa de compromiso social, para pasar a otra descargada de expectativas y obligaciones. Es como pasar de lo duro a lo suave. Es vivir el júbilo de levantarse por la mañana y disponer de todo el día por delante. El júbilo de hacer lo que a uno le venga en gana. La alegría de encontrarse de nuevo con uno mismo y por fin dedicarse sólo a ser.
En cambio, la jubilación parece que en lo material sólo sean pagas y en lo psicológico algo así como la inutilidad del ser o, en su mejor versión, la vida ociosa bien merecida. Jubilarse, sea cuando sea, es como una rendición, un apearse en medio del trayecto, un ¿y ahora qué? Es la cara dura del jubileo, la triste sensación de que a uno le echan del sistema, sin importar su opinión, su disponibilidad o su momento vital y profesional. Claro que todo va a depender, más allá de lo que diga una norma administrativa, de cómo se ha resuelto personalmente la relación entre el ser y el tiempo.
 Occidente se ha especializado en la capacidad de transformar el mundo, mientras que en Oriente ha predominado la contemplación, la aceptación de la vida como es. Aunque vamos camino del acercamiento, hay que reconocer que por nuestras lides impera el sentido de la acción, del hacer. Uno es, sobre todo, lo que hace. Bajo este paradigma, la jubilación es una intromisión o un permiso para dejar de hacer. Entonces, si no hacemos, ¿qué somos? ¿Quiénes somos?
La identidad de una persona ha tenido diversos referentes a lo largo de la historia. Antiguamente se relacionaba la identidad con el lugar de nacimiento (Tales de Mileto, Jesús de Nazaret…). Después, según el oficio: el herrero, el mercader, el carpintero. Más tarde se definió por la estirpe patriarcal. Erickson como hijo de Erick. Fernández como hijo de Fernando. Aún hoy, para muchas personas, su identidad está vinculada a la organización social, al papel que desempeñan y a la relevancia de la empresa o institución a la que pertenecen. La jubilación significa quitarles la privilegiada etiqueta. A partir de ahí, ni son ni representan. De ahí deviene la primera crisis: aprender a ser uno mismo, sin lo de fuera.
Una de las mayores expectativas que acarreamos es la de “ser alguien en la vida”, lo que significa trabajar duro y alcanzar una buena posición laboral y social. Nos damos cuenta pronto de que una cosa son las actividades que nos gustan y otra trabajar. Queda separada la relación entre actividad y trabajo, siendo la primera una mera distracción para los ratos de ocio. Sólo unos pocos afortunados parecen tocados por la vara vocacional, pudiendo trabajar disfrutando. El resto se pasan el día echando cuentas y planificando a años vista. Se olvidan que el tiempo se vive, no se cuenta.

SOMOS ACTIVOS, NO TRABAJADORES
Si logramos quitarnos la etiqueta de trabajadores, podemos observar al ser humano fundamentalmente como energía, inteligencia y amor. Somos seres activos, creativos y relacionales. Eso es lo que necesitamos para realizarnos en esta vida. Y eso no tiene edad. La jubilación entonces se limita a un cambio en el tipo de actividad, su frecuencia o su organización. Nada más. Seguimos activos, creativos y amantes. Sólo faltaría que eso también lo regulara el Estado.
Para una gran mayoría de personas, la jubilación va a representar un cambio difícil, porque no entienden otra actividad que no sea trabajar. Esa creencia limita la oportunidad a nuevas iniciativas e incluso profundizar en aquellas para las que siempre ha faltado tiempo. A menudo se les dice a los jubilados: “Ahora podrá hacer todo aquello que no pudo hacer en su momento”. No es cierto. Cada momento tiene sus intenciones. No es lo mismo estudiar una carrera para ejercerla posteriormente, que estudiarla sólo por el placer de saber. Ahora es ahora. Y ahora cabe recoger lo que se ha cosechado, sabiduría de vida, para vivir en lo aprendido.